SOLSTICIO DE VERANO

Fonética y semánticamente, solsticio es una palabra misteriosa y emocionante, que susurra y que promete, y que termina en un diptongo que abre más que clausurar, como una puerta que aparece de pronto y que descubre el umbral del inminente futuro.

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En todas las culturas –y la nuestra es hoy una mezcla de todas las culturas–, la humanidad ha celebrado los hitos fundamentales de los grandes ciclos cósmicos, los ha marcado en sus diversos calendarios como fechas oscuramente significativas, los ha enriquecido con densos simbolismos, los ha imbricado en una trama espesa de formas estéticas en las artes y de rituales religiosos y profanos como parte del recurrente retorno a los lugares de la memoria personal y colectiva y de la imaginación. Son parte sustancial de la historia viva del presente; son el combustible de las promesas –y a veces de los terrores– del futuro. Es imposible dar cuenta en un solo número de fin de año de todo lo que deja el 2014, y, menos aún, teorizar acerca de todo lo que se puede, a priori, plantear sobre el 2015, ¡que llega ya!, en pocos, en muy pocos –cuenta regresiva: cuatro, tres, dos...– días. Solo cabe trazar algún brochazo antes de sumarnos al brindis, oh lectoras y lectores de este Suplemento Cultural cuyo paradójico deseo para todos es poder seguir deseando siempre. ¡Salud y feliz 2015!

«Se fue en tiempos de solsticio, cuando Janus, el dios de los finales y de los principios, de las puertas y los umbrales, asoma su cabeza bifronte en lontananza»

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