Sonaba Morrisey: adiós a un pintor

Formado en la Facultad de Arquitectura y en el taller de Cira Moscarda (1934-1984), en los sesenta irrumpe en el ambiente plástico local como parte de Los Novísimos. Conocido ante todo por sus pinturas de formas geométricas, en Las peripecias de la forma exacta Ticio Escobar ha indicado otras corrientes en su obra, más visibles desde fines de los ochenta: «...las fuerzas pierden el control del trazado matemático e irrumpen otros vientos y energías. Aquel lugar aséptico y cerrado del equilibrio perfecto y la armonía soñada; la silueta del mito moderno, con compás trazada, el refugio ideal del discurso, el paisaje apacible de la Razón, ven invadidos sus claustros herméticos por la presión del tiempo, por las urgencias del deseo que levantan torbellinos y enjambres e inventan vibraciones nuevas intentando, quizá, nombrar otra vez el todo desde las razones de la partícula y el fragmento o la lógica impecable del caos, parámetro final y amenaza vigilante de cada proyecto que busca levantar mundos perfectos».

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Broma del Azar, acertijo del Destino o mensaje de la Providencia, el año del medio siglo de la irrupción de los Novísimos fue el que eligió Enrique Careaga para partir. Enrique Careaga, José Antonio Pratt Mayans, William Riquelme y Ángel Yegros, artistas con propuestas evidentemente muy individuales y, de hecho, tan diferentes que se los podría «acusar» de no ser en absoluto un grupo o un movimiento, compartieron a primera vista un solo rasgo, pero un rasgo, en su momento, necesario y decisivo: la intención, que su nombre anunciaba, de renovar todo lo que había en materia de arte en su país. Pusieron en el primer plano el arte pop, el op-art, el expresionismo abstracto y cuanto en el resto del mundo definía las búsquedas más urgentes, aunque Paraguay aún se resistiera a aceptarlo. Lo vi dos veces: una tarde en la que yo acababa de llegar a Paraguay, en una retrospectiva de los Novísimos, y una noche de fines del siglo XX mientras agonizaban los noventa, solo y acodado en la barra de un curioso pub, o, más bien, de una curiosa discoteca, del centro de Asunción, sitio al que, peripatéticos, hablando y andando sin rumbo después de una clase de filosofía, y al fin cansados y bastante sedientos por la polémica, un par de amigos y yo entramos por azar. Sonaba Morrisey. Con Careaga se apagan las luces y se bajas las persianas de otra ventana más del alto, negro, ruidoso y solitario rascacielos de la modernidad.

Enrique Careaga (1944-2014) falleció el viernes 9 de mayo. Lo recordamos hoy con una breve selección de textos críticos acerca de su obra.

«Es con Careaga y con algunos otros después, que la perspectiva heredada del renacimiento italiano –en justa armonía con el hombre cuyos actos valoriza– va a ser definitivamente superada, por la razón muy simple de que la evolución de los fenómenos plásticos –engendrándose unos a otros– llega por una suerte de ley de lo irrevocable. Y porque, al mismo tiempo, la evolución de nuestra percepción de la realidad nos lleva igualmente a una perspectiva ingrávida; sobre todo desde las conquistas espaciales. La abstracción geométrica desemboca así, curiosamente, en una nueva realidad: la del “espacio total”.» Jean-Jaques Lévêque, París, 1975.

«La cósmica espacialidad que enmarca sus estructuras espacio-temporales convirtiéndolas en microsistemas de un universo de características platónicas incita a una contemplación desapasionada, casi religiosa. La participación del espectador es concitada por los destellos siderales y la luz interna que emana en continua vibración de estos planetas artificiales, que flotan imperturbables en un inmenso vacío». Osvaldo González Real, Asunción, 1979.

«Esas obras apoyan su estructura sólida y racionalmente en la geometría; pero hay en ellas algo más que ese planteo estructural que las erige en formas autónomas en el espacio: es la imposición de su inestabilidad en ese mismo espacio, y con ella la presencia virtual del movimiento». Josefina Plá, Asunción, 1979.

«A veces axonométrico, a veces perspectivista, ha creado una obra muy variada manteniendo siempre su propio estilo.» Victor Vasarely, París, 1982.

«Los mundos que nos propone este artista podrán lanzarnos –y de hecho nos lanzan– a explorar el espacio cósmico; pero, a no engañarse, la plataforma de lanzamiento tiene nombre y se llama Asunción del Paraguay. Imposible confundirlo desde este punto de vista a Careaga con sus colegas europeos, ni aún con los que trabajan o partieron desde Buenos Aires (…) sus colores responden a los que hemos percibido y sentido en esa tierra, colores que lo emparientan a otros artistas que, en el mismo suelo, pertenecen a tendencias distintas (…) El espacio que Careaga explora responde, más que a aventuras astronáuticas, a la gran aventura intranáutica de nuestro ser latinoamericano…» Rafael Squirru, Buenos Aires, 1988.

«Sus “microcosmos” de esa primera fase son realizaciones plásticas perfectamente logradas y creemos no equivocarnos al decir que representaban la victoria del orden, del método, de la razón dentro del caos aparente del universo. Una afirmación, en síntesis, de la conciencia humana, del clásico espíritu de la armonía sobre la temible hibris, sobre los instintos, que llevan al desorden y finalmente a la destrucción… quizá un oculto temor al subyacente y bárbaro espíritu dionisíaco que se oculta en el fondo de nuestro ser…» Livio Abramo, Asunción, 1990.

«Como analogías del acontecer cósmico, los sucesos pictóricos tienen lugar en un espacio obscuro y crean su espacio mediante la dinámica del avanzar y retroceder de los elementos: surge un espacio pictórico vibrante, cargado de energía, que de nuevo oscila entre la claridad y la irritación de los hábitos visuales (…) Careaga comprende, y lo figura a partir de lo visual, su mundo de imágenes. No se trata sólo de la percepción de los elementos cromáticos en el espacio dado, sino del inicio de procesos intelectuales en el observador. Los temas –ritmo, movimiento, procesos-espacio-tiempo y, a otro nivel, el sistema orden, libertad y caos? están presentes y son comprensibles, sin metáfora.» Dorothée Willert, Asunción, 1992.

«…los artificios lumínicos, los montajes y objetos, desarrollados aproximadamente entre 1968 y 1973, establecen una digresión necesaria: instauran una escena paralela donde, autorizado por el espíritu libre de las vanguardias de ese momento, el artista puede ensayar recursos ópticos y soluciones constructivas que alimentarán próximos momentos suyos. Cerrados, cargados de luces propias, los entes geométricos que surcan la escena negra no pueden dejar de remitir a ritmos planetarios y a tiempos galácticos: el incierto horizonte de un presente todavía desvelado por utopías y ya perturbado por sus costos: inquieto ante la promesa/amenaza de tecnologías ingobernables. En su culminación, la modernidad se debate entre la confianza en la razón y el desasosiego ante el panorama al que se abren sus confines.» Ticio Escobar, Asunción, 2003.

«Más allá de las pretensiones “objetivas” del arte óptico, que proclamaba la autonomía absoluta de la forma y el color, Enrique Careaga (a pesar de haber sido discípulo dilecto de Vasarely) ha reivindicado siempre una búsqueda personal rayana en lo místico, con sus arquitecturas utópicas hechas de geometría cósmica y sus arquetipos desprendidos de la tradición esotérica de diferentes culturas. Sus paisajes metafísicos, de gamas sutiles y colores vibrantes y saturados, convocan la mirada del otro, construyen con ella su propia narrativa y ejercitan la complicidad del “espectador”, espéculo vivo al que Careaga incitó desde temprano, al comienzo mismo de su camino en el arte.» Adriana Almada, Asunción, 2005.

«Luego de casi cuatro décadas, las peripecias de la forma y el color no han cambiado, el principio que alborota el canon y habilita la diferencia es el mismo. Pero la imagen remite a otros encuadres de experiencia colectiva, globalizada: desde el otro lado de un nuevo siglo nacido bajo el signo de la tecnología cibernética y tras los fantasmas de nuevas formas de violencia, esperanza y miedo; los impulsos que, en algún momento, hacen oscilar el campo pictórico y levantan la amenaza de su inestabilidad, no pueden dejar de ser leídos como trayecto escritural entrecortado, conmoción del monitor, diseño zigzagueante de tejidos remotos, interrupción de la ventana electrónica o ritmo frenético de la ciudad descontrolada. Quizá las luces temblorosas que siguen produciendo el chocar de colores y el capitular de la geometría anticipen, también, otras formas de poesía y de sueño.» Ticio Escobar, Asunción, 2005.

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