Un siglo de Paz

Las letras universales recuerdan este año el nacimiento de uno de los escritores modernos más importantes en español, premio Cervantes de 1981 y premio Nobel de 1990: el poeta mejicano Octavio Paz (1914-1998).

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Sus ensayos son, más que el camino de elaboración de un saber de los problemas humanos, un complejo cruce de caminos –de filosofía, de historia, de antropología y de una suma de inventos, pasiones y experiencias–. Poderoso y erudito escritor que desobedecía o traspasaba los límites de las especializaciones por su vastedad de conocimientos e intereses, Octavio Paz destaca en la literatura moderna en lengua española por la amplitud y la robustez intelectual de su obra y porque sus dos grandes cursos, la poesía y el ensayo, llevan la impronta de un estilo, cosa bastante más rara de lo que podría creerse. Paz fue uno de los escritores latinoamericanos que mejor entendieron la cultura, no local, sino toda la «cultura» en general: desde esta «periferia», fue una de las pocas mentes capaces de pensar con genuina desenvoltura el arte, las sociedades y la historia del mundo entero, y de hacerlo siempre y en cada caso con una postura original y propia.

Creo que puedo hablar más del Paz ensayista que del Paz poeta. Como poeta, Paz, me parece, goza de aceptación general; en cambio, como ensayista suele ser polémico. Sin embargo, me quedo con el segundo. Su capacidad de asociar datos e ideas de modos fecundos y novedosos, su evidente placer en el ejercicio mental, su «erotización» –si queremos (un poco de pimienta nunca viene mal) ser dirty– del pensamiento, hacen de Paz un gran ensayista. Hasta sus artículos periodísticos (muchos de ellos, por lo menos) tienen esta impronta feliz, la de un cerebro vicioso y dotado para el placer –y, lo que es mejor, para el más «VIP» (para el único realmente VIP) de los placeres, que es brillar (con la inteligencia, desde luego: con lo más «exclusivo»)– y son una generosa galería de muestras sencillamente espléndidas del don de la reflexión propia y original sin menoscabo del rigor ni del dominio ni del conocimiento. Su pensamiento nunca gustó demasiado a quienes buscan una adhesión incondicional a un sistema de ideas, porque fue, de modo inevitable y espontáneo, un pensamiento sustancialmente crítico, o, más brevemente, una crítica.

Y nunca una crítica «ante todo» ni «solamente» artística, ni política ni filosófica ni literaria ni poética ni mexicana ni latinoamericana, sino una crítica sólida y vasta de toda la cultura occidental (y de yapa con lo oriental como elemento de contraste), parte de una visión de conjunto de Occidente desde el romanticismo hasta la actualidad, panorama en el cual la Modernidad está también integrada, y en todos sus aspectos, culturales, sociales, políticos, etcétera.

He de reconocer mi pobre conocimiento (por cuestiones personales, casi no leo poesía, y, también por cuestiones personales, de afinidad o de gusto, la de Paz no está entre las excepciones) de su producción poética stricto sensu, pero digo stricto sensu porque veo su poesía, no en sentido estricto, sino lato, en sus ensayos: en la inspiración, en la fantasía sin merma del rigor, en la libertad, la sensibilidad, el goce, la belleza. Y más aún: en la emoción, la fuerza, el riesgo, la aventura, la esperanza. A mi juicio, el Paz poeta anima del modo más vigoroso la producción ensayística de Octavio Paz.

Ahora bien, por qué Paz es (a mi juicio) mejor ensayista que poeta es algo cuya explicación tengo en mis adentros sin formular, en una versión amorfa, larvaria, invertebrada, pero hoy, domingo 16 de noviembre, día que pone fin a una semana en la cual, como antes en otras semanas de este año de su centenario, Paz ha proyectado su sombra, su indirecta presencia o su fantasma en los noticieros y la prensa en general (declaraciones de Vargas Llosa en los diarios del jueves al término de un seminario sobre Paz en alguna universidad española; presentación el martes en Madrid de «la primera biografía completa del poeta mexicano»: Octavio Paz en su siglo, de Christopher Domínguez Michael; inauguración, el miércoles, de un metro que ahora recorre Moscú con una muestra a bordo en homenaje a Paz, etcétera), creo que vale la pena llevar tal intuición desde su actual estado preverbal y magmático hasta una expresión comunicable, a modo de saludo oscuro y modesto a Paz en este su primer siglo. Voy, pues, a ello a reglón seguido.

En el prólogo al tomo XIII de sus obras completas, Paz escribe:

«Fui un lector desordenado y ávido; devoraba novelas y libros de historia; en cambio, leía lentamente los libros de poesía, releyendo los poemas que me impresionaban: quería aprender. […] Supe lo que eran un endecasílabo y una sinalefa, cómo se componía un soneto, las diferencias entre la rima consonante y la asonante y, en fin, las formas principales de nuestro verso: el romance, la seguidilla, el villancico, los tercetos, la octava real y todas las otras. Desde entonces el interés por la prosodia española no me abandona: la poesía es ante todo una construcción rítmica y ni siquiera el llamado verso libre escapa a la ley del ritmo. En cuanto a mis modelos: descubrí a los clásicos, me enamoraron los modernistas hispanoamericanos y de ellos salté a los poetas contemporáneos de España y de América. […] Quería ser un poeta moderno y […] fueron, para mí, la fuente de la modernidad intelectual, estética y poética».

Para mí, la clave de la vocación y la obra de Paz está en esa frase: «Quería aprender». Paz es un explorador, un detective, un verdadero pensador, y ese es su modo de crear. Mientras que la poesía es un saber misterioso, de origen desconocido, un «ya saber» de «algo más» que ni uno mismo sabe. Lo poético de Paz se expresa mejor fuera del poema, como el tono o el matiz de alguna otra sustancia, que es realmente la suya, que corresponde a una búsqueda deliberada, como se ve en la cita, vide supra, cita que trasunta voluntad, en la que todo, de hecho, es voluntad. Es un buen pensador, un excelente pensador, incluso, que nunca utiliza las palabras de modo tan prosaico y superficialmente utilitario como para que sean mero vehículo de lo que ya (se) conoce, sino que las lleva consigo y las empuña como linternas y machetes para abrirse camino y conocer, y el camino, por eso, es su mismo discurso; como buen pensador, es un aventurero de la mente, un hombre acostumbrado a lo desconocido, alguien que siempre está listo para lo insólito, que escribe no para comunicar lo que ya es inteligible sino para hacer inteligible lo que está aún fuera de la palabra y, así, es aún incógnito; como alguien, en suma, que, escribiendo, descubre.

Desde fuera, entiende con impecable Einfühlung, endopatía, empatía, lo poético: lo entiende como un penetrante investigador, como un descubridor, como un explorador, como un adelantado. El discurso de Paz es lo que reivindico, pues, tanto por sus frecuentes y esclarecedores aciertos como por aquellas de sus tesis que pueden ser discutibles, y que está bien que lo sean, porque también las tesis con las cuales no estamos de acuerdo en ocasiones son necesarias en un buen pensador.

(Anécdota interparentética: con «tantos y tantas falsos poetas y falsas poetisas» de tantas y tan diversas clases en tantos y tan diversos lugares –talleres literarios, facultades, revistas de poesía, de literatura, sociedades de escritores, recitales, clases, charlas, etcétera– hablando de «qué es ser poeta» tan pomposamente como si pudieran escribir un solo verso digno de atención –como si fueran poetas–, y con «algunos y algunas» –ya me lo han hecho mil veces– tan amigos de repetir, y aun de hacer suyas, opiniones ajenas, al criticar al Paz poeta, y hasta al opinar simplemente sobre poesía en general, ya empiezo a temer que lo hagan de nuevo. Pero son efectos colaterales de opinar que supongo inevitables. Ergo, sigo opinando. Vita nostra brevis est. Y cierro este paréntesis).

Es así, como pensador, como aventurero, que Paz ya ha enredado sus palabras, su discurso, con aquello del idioma –de nuestro idioma– que es esencial y anónimo; con su núcleo. Estos destinos son desconcertantes. Dudo que él mismo se lo haya creído –supongo que nadie se lo cree–. El ciclo vital de Paz, humana e intelectualmente hablando, fue bastante completo; en eso tuvo suerte. Y por qué digo esto, es mejor explicarlo en otro artículo. Recibió muchos ataques y muchos elogios, dos cosas que pueden ser por igual incómodas, y podría parecer que en eso no tuvo tanta. Otro punto que también merece un texto aparte. A fin de cuentas, este aún es el 2014, el año de Paz, el de su centenario; el año del primer siglo de vida –sumando la vida biológica y la cultural, o la natural y la que comienza con la muerte– del incómodo Paz, del enciclopédico Paz, del caudaloso Paz, del torrencial Paz –que hizo crítica de artes visuales, que tradujo a Pessoa y a Schéhadé, que mutó una y otra vez su perspectiva filosófica e histórica, que teorizó acerca de la Modernidad, la experiencia religiosa, la cultura indostánica y la dimensión histórica del hombre, que escribió sobre la escritura y pensó sobre el pensamiento–, del frondoso Paz, de Paz (y aquí va un epíteto que también debe ser explicado en otro sitio) el humanista, y nos quedan varias lunas de pretexto onomástico todavía.

Algo más, antes de terminar por hoy, sobre lo poético en el Paz pensador, en el Paz ensayista: señalo la «inspiración» en su oído, uno y el mismo e igual de atento a la voz y las ideas de Montaigne que a la caída al suelo de una piedra. Y esto también quedará para otro artículo.

montserrat.alvarez@gmail.com

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