Viajaban siempre con escolta

El Tratado de 1750 firmado por las coronas de España y Portugal requirió el abandono de siete pueblos de las misiones de la provincia del Paraguay. El ambiente en esos pueblos se llegó a enrarecer mucho.

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El ambiente en los siete pueblos en disputa llegó a enrarecerse tanto que tanto los padres comisarios, como los propios misioneros, se vieron obligados a tomar precauciones para trasladarse de un lado a otro debido al peligro constante que corrían. Ahora las amenazas no sólo venían de los indígenas que no habían sido cristianizados y que mostraban mucha agresividad ante los grupos ya reducidos, sino también de los propios indígenas de estos pueblos que, si bien por momentos aceptaban dejarlos para que pudieran ser entregados a los portugueses, a las pocas horas cambiaban de opinión y se negaban terminantemente a trasladarse a otras regiones donde debían crear los nuevos poblados.

Dentro de este ambiente hay que entender que «No quiso pues el padre comisario aceptar la oferta que le hacían los tomistas de defenderlo en su pueblo, aunque sí se la agradeció; y sólo aceptó a 15 de ellos, que con 22 borjistas, todos bien armados le escoltasen como lo hicieron en su retirada pronta al pueblo del Yapeyú distante de aquel peligro de 22 o 30 leguas, para de allí pasar a la provincia; porque como su reverencia dijo en el Yapeyú mismo ya no esperaba poder hacer más en las Misiones de lo que había hecho y sin fruto alguno. Y era así que aunque con tan poco fruto, como hemos visto, había hecho tanto cuanto pudo; y aun cuanto pudo imaginar factible, lo puso todo en ejecución, como se ha visto, por medio de sus obedientísimos súbditos y a todos rendidos misioneros; mandando el padre y obedeciendo ellos cuanto parece que fue mandable, que cuanto fue factible. Porque así es poco (por no decir nada) lo que hasta aquí con este particular hemos dicho, respecto de lo que aún queda por decir. De suerte que no parecía sino que estando todos con la realidad muy concordes, había entre ellos una tanta contienda sobre quién más mandaba, o quienes más obedecían: con sola esta diferencia, que el padre comisario, como no tenía tan conocidos a los indios, juzgaba por muy útil para sus mudanzas todo lo que mandaba, y la eficacia con que lo mandaba ejecutar sin detención alguna; y los que en todo caso le obedecían juzgaban todo lo que así hacían (y era lo mismo, y del mismo modo que se les mandaba) por cosa casi del todo inútil, y aun en gran parte por nociva al intento; porque con aquellas prisas, que los comisarios reales daban al nuestro, el nuestro a los misioneros y estos a los indios, los indios se iban cada día aburriendo más y más, y poniéndose en estado de que ni por mal ni por bien se habían de querer mudar, como en la realidad sucedió» (1).

«No obstante ellos obedecían, porque les era preciso obedecer, y el padre comisario mandaba e instaba por la presteza porque también le era preciso mandar e instar, pues aun después de las representaciones, los comisarios reales no cesaban de estimularles a la precipitada, o a lo menos a la inmoderada fuga en la consecución de su negocio; y así entre todos lo echaron a perder, los unos como causas y principales, y primeros motores, y los otros como meros instrumentos, que aun con no resistirse a nada, se les culpaba de omisos, y aún de algo más; y sus mismas representaciones de aquellas inmoderadas prisas ponían en gran contingencia el negocio, se tenían por sospechosas y esto no solamente ahora, sino ya desde la llegada de los dichos nuestros comisarios a Buenos Aires» (2).

«Digo que los culpaban de algo más que de omisos, porque en este mismo tiempo, en que el padre comisario y misioneros estaban haciendo y padeciendo todo lo dicho y trabajando con tanto ardor sobre la evacuación pronta, que los comisarios reales pretendían, recibió el padre comisario dos cartas que el comisario de España, marqués de Valdelirios le escribía allá desde sus primeras conferencias que estaba teniendo con el de Portugal en Castillos, la una de 11 y la otra de 12 de enero, con las cuales, entre otras buenas cosas le decía que sentía mucho que los padres no tuviesen maña para persuadir efectivamente a los indios la mudanza que mandaban las dos majestades; y que había sabido y oído que los dichos padres habían hablado a los indios para que se levantasen, de lo cual se admiraba mucho, por los preceptos que sabía tenían. Mas qué no oiría nuestro dicho real comisario si daba oídos al de Portugal y a sus portugueses. Y qué no le dirían estos, si reconocieron que no despreciaba del todo sus dichos como unas meras imposturas, sin que para ellas tuviesen ni aun pudiesen tener (aun caso que en la realidad lo hubiera) más fundamento que el querer levantarlas; lo cual lo podía muy bien dicho comisario, pues a tanta distancia y con tan ninguna comunicación, como entre dichos portugueses y las misiones había, naturalmente no se podía tener en Castillos tal noticia, aun dado y no concedido el caso de que los misioneros hubiesen hecho tal cosa, y que para saberla era menester recurrir a alguna revelación semejante a la de su bandera, si esta sola reflexión hubiera hecho dicho señor marqués, al beneficio de ella hubiera debido el no admirarse mucho ni poco de lo que escribía; sino solamente de la lisura (por no llamarla de otra suerte) con que los portugueses decían de los misioneros lo que (fuese o no fuese) no podían saber ni decir sin levantar un falso sentimiento en materia gravísima cual lo era el que hubiesen faltado dichos misioneros a los preceptos que su señoría mismo sabía que tenían, y los portugueses acaso no ignoraban» (3).

«En fin, esta parece que fue la primera calumnia que sepamos habérsenos levantado tan desde los principios de la ejecución del tratado, que aún no habían salido de Castillos los primeros demarcadores, ni salieron hasta uno o dos días después de escritas las dos dichas cartas, las que llegaron a las Misiones cuando no habían llegado, o a lo menos no se sabían que hubiesen llegado los dichos primeros demarcadores a Santa Tecla, adonde por el mismo caso se supone que llegaron preocupados con la dicha calumnia, que también, como el señor comisario, habían oído ellos en Castillos; y sin temeridad alguna se puede sospechar que también llegaron prevenidos y con el cuidado de buscar algunos fundamentos, falsos o aparentes, sobre qué afianzarlas, y que no se quedase así en el aire, como andaba allá en Castillos, sino que allí hubiese otro fundamento ni motivo de ella más que el haberles dado gana a los portugueses de dar ya por hecho lo que tanto antes habían temerariamente pensado como posible, y aun asegurado o a lo menos recelado allá en su Janeiro, en su corte, y aun en la nuestra. Y quizá por eso echaron mano de la primera ocasión, que les ofreció el primero y único encuentro que en el dicho sitio de Santa Tecla tuvieron con los indios el día 23 de febrero de que hablaremos luego» (4).

Notas 

(1) Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

(2) Ibid.

(3) Ibid.

(4) Ibid.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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