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En efecto, con la cesión al vecino país del Salto del Guairá aceptado como condominio en el Acta Final de Foz de Yguazú de 1966, se daba inicio al proceso que se concretó con la entrega de Itaipú al Brasil.
En consecuencia, el objeto y el fin del tratado, “La energía producida por el aprovechamiento hidroeléctrico… será dividida en partes iguales entre los dos países…”, fue bastardeado, habida cuenta que la generación total de la energía suministrada a nuestro país no supera, hasta ahora, el 6,71%.
Como parte del dolo, el precio justo por el excedente energético, convenido en el Acta Final de Foz de Yguazú, fue modificado por una “compensación” a ser abonada por Itaipú. Es más, para garantizar la supremacía, el socio condómino fue autorizado en los asuntos de seguridad intervenir en la margen derecha.
Nota Reversal de por medio, de la misma fecha del tratado, se distribuyeron los cargos para poner bajo control del Brasil, la Dirección General y las principales direcciones ejecutivas: la Técnica y la Financiera. Las demás, todas ellas accesorias, se encargaron al Paraguay.
Para completar el latrocinio, la Corte Suprema de Justicia de nuestro país, en coordinación con el Ejecutivo, se afanaba en rechazar, por “inconstitucional” cualquier ley que pudiera auditar a la entidad binacional.
Así como la bastarda ingeniería financiera consiguió inflar la deuda a niveles insólitos, fuera de toda lógica, nuestra justicia se afanó en construir un enmarañado blindaje jurídico que logró consolidar la entrega de nuestra soberanía energética en Itaipú.
No se conoce que país alguno, en un convenio de mutuo consentimiento, pudiera aceptar esta increíble asimetría impuesta en esta mascarada de acuerdo. Ni los tratados de límites redactados por la tríplice entente fueron tan groseros como este de Itaipú, que en tiempos de paz y en pleno ejercicio soberano, entregó la principal riqueza industrial del país.
Es increíble, insistiendo en el error y en la ilusión que el filósofo y sociólogo Edgar Morin nos describe en los “Siete saberes necesarios para la educación”, repetimos la historia en Yacyretá.
Contrariando el espíritu y la letra de los respectivos documentos, que asoció al Paraguay con Brasil y Argentina para la construcción y puesta en funcionamiento de Itaipú y Yacyretá en absoluta igualdad de derechos y obligaciones, nuestros socios condóminos, aprovechándose de su ocasional poder, se agenciaron para montar un abusivo esquema administrativo y financiero que tiró por la borda la equidad.
Esta perversión les sirvió de pretexto para implementar una administración que hizo posible el soborno de compatriotas en una administración conjunta, en apariencias equitativa, para el manejo unilateral del ente binacional en perjuicio de los altos intereses nacionales.
En este año que fenece, aparte de algunas chucherías que pretenden dar visos de cogestión paritaria y soberanía, ni uno solo de nuestros derechos conculcados fue reivindicado. Los órganos de administración se pasaron fingiendo eficiencia y proactividad para esconder su complacencia interesada y su falta de patriotismo.
Un año nuevamente perdido por la inoperancia de otro gobierno, que sigue sin entender cuáles son los anhelos de su pueblo. Quizá, no sería descabellado pedir el gobernante boliviano Evo Morales algunos consejos sobre la implicancia del compromiso con la patria.
Si estos países, los más arrogantes de la región, no cesan de ampararse en sus formaciones blindadas y en el bloqueo amañado que crispa el intercambio comercial no podrá hablarse de integración. Sí de la incubación de conflictos que al decir del escritor estadounidense Thomas Whigham los paraguayos han reaccionado de manera muy sanguínea, sobre todo cuando se ha puesto en juego la dignidad de su nación “…y esto lo han llevado hasta las últimas consecuencias, hasta un punto con muy pocos antecedentes en la historia”.
Juanantoniopozzo@gmail.com