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Con tantas publicidades, información constante, comercios y productos atractivos sumados a las enormes facilidades de compra, los niños son cada día más exigentes en sus pedidos y los padres somos cada vez más condescendientes al momento de entregarles todo lo que quieren.
Lo que fácil viene, fácil se va
No estoy hablando de la capacidad de la billetera de los padres, sino de que esta conducta puede llegar a destruir la satisfacción del niño, cuando no cuesta nada recibir lo que se quiere o desea. No se trata de si puedo o no realizar la compra, sino de la coherencia con los valores que quiero transmitir a mis hijos lo que debería determinar si accedo o no a ese regalo.
Aún recuerdo la emoción de la noche anterior al día de Reyes, no podía dormir esperando que amaneciera para encontrar la sorpresa sobre mis zapatos. Luego venía la alegría o desilusión, ya que en algunos casos era justo lo que había pedido en la carta y en otras ocasiones estaba muy lejos de mis expectativas.
Las otras ocasiones especiales para recibir un regalo eran mi cumpleaños, Navidad o, eventualmente, alguna situación inesperada, como la necesidad de comprarme un nuevo mocasín para el colegio, porque el anterior ya no me servía o alguna ropa para una ocasión particular como un casamiento o un acontecimiento familiar. Pero definitivamente, por lo menos en mi casa, no era usual el regalo constante y mucho menos sin sentido o sin el acompañamiento de una explicación lógica.
Recuerdo el cuidado especial que les daba a los útiles escolares, a los hermosos y apreciados lápices de colores y marcadores que debían, indefectiblemente, durar todo el año, la dedicación con que se forraba cada libro y cuaderno con hojas de revistas y, por supuesto, el esfuerzo por la belleza de dibujos y letras en cada carátula.
Ni ropa, ni zapatos y mucho menos útiles escolares son hoy considerados por los niños como regalos, parecería que han pasado al grado de obviedad por la obligación que tenemos los padres de proveerles estos bienes básicos; y, coincido en la obligatoriedad, pero no por eso deberían ser considerados como “desechables”, teniendo que realizar nuevamente un gasto durante todo el año por el mismo producto que ya hemos comprado solo porque ellos no lo cuidan.
Es importante advertir que, cuando a un niño se le da todo lo que quiere (a veces hasta sin pedir), se le está privando de la valiosa experiencia de dar significación a lo que tiene, el porqué tengo o no tengo algo nos invita a reflexionar sobre el valor de lo que vamos obteniendo en la vida. Y si no valoran lo que tienen, ¿por qué valorarían, o peor aún, respetarían lo que tiene el otro?
Los momentos extraordinarios son esenciales porque traen con ellos expectativas, incertidumbre, fantasía, disfrute, sorpresa y, en algunos casos, hasta ilusión y esperanza. Los regalos identificados o relacionados con los momentos extraordinarios le dan una intensidad a los sentimientos directamente proporcional al tamaño de la espera.
El sentirse importante para otra persona, el saberse apreciado y recordado a través de ese gesto del obsequio nos ayuda también a ubicarnos afectivamente en las relaciones que mantenemos. Desde luego que un ramo de flores enorme encanta a cualquier mujer, pero el detalle de una carta romántica redactada a mano o las fotografías de nuestra historia colocadas en un álbum podrían significar mucho más.
La gratitud por lo recibido tiene una estrecha relación con la satisfacción de saberse amado, nos refuerza la autoestima y el orgullo por esa seguridad de que alguien ha pensado en nosotros con cariño.
Consecuencias
Pero, ¿qué sucede cuando un niño lo tiene todo? Lo extraordinario deja de existir para ser cotidiano y ordinario, desordenando incluso la capacidad de procesar la madurez adecuada en cada etapa, pues a medida que se tienen cosas indefectiblemente se desean otras. Así, un niño de 9 años que hoy está reclamando un Smartphone, ¿a qué edad exigirá un auto? ¿a qué edad sentirá la adrenalina de emociones desconocidas para él?; todo se adelanta cuando se atropella el tiempo.
Cuando se pierde la capacidad de sorpresa también desaparece la posibilidad de gratitud y, por ende, tampoco valoran el esfuerzo que han hecho los padres para poder comprar esos obsequios y dejan de apreciar lo que implica para ellos buscar su bienestar por sobre todas las cosas.
El amor se convierte en la cantidad de regalos o en el tamaño de la billetera que se ha movilizado para esa compra, convirtiéndose peligrosamente en una carrera adictiva por tener cada día algo más.
Si buscamos construir una herencia positiva de generación en generación, basada en el amor y el respeto, tenemos que valorar el potencial de disfrute que viene de la sorpresa porque cuando los llenamos de cosas que no necesitan, ese gasto se convierte en derroche que va a parar al basurero.
Los detalles son los que hacen hermosa la vida, por ello el desarrollar la capacidad para otorgarle sentido a lo que hacemos es esencial para potenciar el significado real de los sentimientos y las relaciones, lo que mal estaría si quisiéramos calcularlo con base al pago realizado.
Necesitamos adultos más responsables y respetuosos, empecemos mirando cómo cultivar estos valores desde chicos en nuestros hijos, si ellos valoran lo que reciben, también se valorarán a sí mismos, a los demás y a aquellos que cada día se esfuerzan con amor para que se desarrollen como personas de bien.
El exceso no crea esa relación, sí el diálogo, la convivencia y cada expresión y manifestación de amor que regalamos día a día y que no mueven ni un centavo de nuestra caja de ahorro. Sigamos hablando de dinero, porque así aprendemos a manejarlo mejor.
Gratitud
La gratitud por lo recibido tiene una estrecha relación con la satisfacción de saberse amado, nos refuerza la autoestima y el orgullo por esa seguridad.
Valores
Necesitamos adultos más responsables y respetuosos, empecemos mirando cómo cultivar estos valores desde chicos en nuestros hijos.
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