Fusión de artes

La gente cree que son productos importados de Filipinas o Indonesia, y se asombran al ver que solo a unos cientos de kilómetros de la capital del país son indígenas quienes tejen a mano los más sofisticados y también rústicos productos.

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Desde hace ocho años, María Eugenia Campos trabaja con las comunidades indígenas para fabricar jarrones, baúles, mesas, pufs, entre otros muchos artículos forrados en fibra natural. “Vi en Argentina lo que hacían de artesanía, y me pregunté: ¿cómo nosotros, que contamos con más arte indígena, no vamos a poder hacer más cosas lindas?”, recuerda como primera inspiración para dedicarse a ser la amalgama entre dos tipos de artesanías distintas.

Son ayoreos, nivaclés, tovas, lenguas, guaraníes y manjuis quienes fusionan, mediante Kenya Arte Natural, el arte indígena con el moderno. “Este banco –dice señalando uno–, por ejemplo, ellos tejieron alrededor y yo le puse el cuero”, comenta la artesana un momento antes de que un cliente, que pasaba por la feria de comercios de Ciudad del Este (realizada recientemente en el mercado Abasto Norte) lo viera y se lo llevara.

Cuando la curadora llegó hasta las comunidades indígenas con las que trabaja actualmente, estas solo elaboraban las tradicionales pantallas y sombreritos que sirven para sofocar el calor. “Un año me costó llegar hasta ellas y hacerles entender mis ideas. No captaron que lo que yo quería era que forraran. Incluso les dejé una botella para que lo hicieran, y en vez de eso tejieron con la fibra del palmito otra botella igualita, con tapa y todo”, rememora entre risas como anécdota de los inicios de esta vinculación. Pero ahora, ya hacen cualquier trabajo que ella les pida.

“Son personas que quieren trabajar”, sostiene acerca de las 30 mujeres con las que prepara sus productos.

Aclara que el tejido con que se forran los muebles y diversos artículos no está pegado, sino que es entrelazado a los muebles directamente.

Como la tienda de Kenya Arte Natural no cuenta con un depósito donde guardar sus productos, lo que los clientes encuentran en el local, ubicado en Boggiani 6029, es lo que hay. Sin embargo, los interesados pueden realizar sus pedidos, tanto minoristas como mayoristas. “Si alguien me pide 50 muebles, yo le entrego en un mes y medio, ya que en ocho días ellas terminan las tareas que yo les llevo”, relata.

Pago

Cuanto más grande es el trabajo, más costoso es. Cuenta, como ejemplo, que por forrar un baúl pagó G. 700.000 a las personas que lo hicieron. Posteriormente, ella curó, le introdujo las terminaciones y lo vendió a G. 2.400.000.

Además de dinero, paga a las mujeres con quienes opera con los productos que ellas necesiten. “Les anoto y les voy cobrando con trabajo. Les cobro lo justo. No las exploto, les pago bien y les pregunto cuánto quieren cobrar. Ellas me dan los precios”, manifiesta.

Si bien lo ideal sería llevarles labores y retirarlas por lo menos cada 15 días, la microempresaria no puede hacerlo debido a la falta de espacio en su local, por lo cual va solamente cada mes. “Cuando retiro los trabajos, les llevo más tarea, venda o no venda”, comenta.

silvana.bogarin@abc.com.py

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