Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición

¿Te preguntaste alguna vez de dónde vinieron el reggae, candombe, hip hop, blues, jazz, la capoeira, entre otros? Pues estas hermosas manifestaciones artísticas son la parte positiva, el legado de una de las más deplorables tragedias de la humanidad: la esclavitud. Y que de manera particular afectó también al continente americano. Lo negativo, sin embargo, ha sido tan atroz que diversos organismos internacionales intentan que se tenga siempre presente en la memoria histórica para que no se repita.

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La Unesco invita a todos los Estados miembros a organizar actos cada 23 de agosto para no olvidar esta verdad histórica, y promover la tolerancia y el respeto de los derechos humanos en todo el mundo. Se elige esta fecha porque simboliza a los esclavos como principales actores de su lucha, con la insurrección (sublevación) que surgió en la isla de Santo Domingo durante la noche del 22 al 23 de agosto de 1791.

Actividad 1

Observa atentamente las imágenes y luego comenta con los compañeros.

¿Qué significan estos símbolos?

En la época de la trata de esclavos se empleaban marcas para señalar la propiedad de las personas. Con ese símbolo se indicaba (tal como hoy en día se hace con el ganado) a quién pertenecía ese esclavo. Comenta los sentimientos desde tres perspectivas:

a. Desde la persona que colocaba la marca.

b. Desde el que daba la orden de ponerla.

c. Desde las personas que la recibían.

Actividad 2

Lee uno de los relatos sobre esclavitud que se difunden mundialmente.

Virginia, diciembre de 1846

Asistimos a la venta de un terreno y otras propiedades cerca de Petersburg, Virginia, y de repente presenciamos una subasta pública de esclavos, a quienes se les dijo que no los venderían. Los reunieron frente a los barracones, a la vista de la multitud ahí congregada. Después de liquidar la propiedad se escuchó la estrepitosa voz del subastador: «¡Traigan a los negros!».

Una sombra de desconcierto y de temor invadió su rostro al tiempo que se miraban unos a otros, y después a la multitud de compradores, cuya atención ahora estaba centrada en ellos. Cuando por fin cayeron en cuenta de la horrible certeza de su venta, y de que jamás volverían a ver a sus familiares y amigos, el efecto fue de una agonía indescriptible.

Las mujeres levantaron a sus bebés de un tirón y corrieron a sus chozas dando gritos. Los niños se escondieron detrás de los árboles y las barracas, y los hombres permanecieron de pie, mudos de desesperación. El encargado de la subasta se paró frente al pórtico de la casa y alineó a los «hombres y muchachos» para inspeccionarlos en el patio. Se anunció que no había ninguna garantía de sanidad, por lo que los compradores mismos debían examinarlos. Algunos ancianos fueron vendidos por entre trece y veinticinco dólares. Resultaba doloroso ver a los viejos, doblados por años de arduo trabajo y sufrimiento, ponerse de pie para ser objeto del escarnio de brutales tiranos, y escucharlos hablar sobre sus enfermedades y su inutilidad, por temor a que los compraran los traficantes de esclavos del mercado del sur.

A un muchacho blanco de aproximadamente quince años se le obligó a subir a la tribuna. Tenía el cabello castaño y lacio, el tono de su piel era exactamente el mismo que el del resto de las personas de tez blanca y en su semblante no se percibía ningún rasgo negro. Se escucharon algunas bromas vulgares acerca del color de su piel y alguien ofreció doscientos dólares, pero el público opinó que «como primera oferta, la cifra no es suficiente por un muchacho negro tan capaz». Varios comentaron que «no lo aceptaría ni regalado». Otros dijeron que un negro blanco no valía los problemas que iba a ocasionar. Un hombre afirmó que estaba mal vender a gente blanca. Le pregunté si era peor que vender a gente negra. No respondió. Antes de ser vendido, la madre del joven salió apresuradamente de la casa al pórtico y, con un dolor frenético, gritó llorando: «Mi hijo. ¡Ay!, mi muchacho; van a llevarse a mi…». Su voz se perdió, la empujaron con rudeza y cerraron la puerta detrás de ella. En ningún momento se interrumpió la venta y nadie entre los asistentes pareció sentirse afectado por la escena.

Temeroso de llorar frente a tantos extraños que no mostraban ningún signo de compasión o misericordia, el pobre muchacho se enjugó las lágrimas con las mangas. Se pagaron doscientos cincuenta dólares por él. Durante la subasta, los gritos y lamentos provenientes de los barracones me partieron el corazón. Enseguida se llamó a una mujer por su nombre. Ella le dio a su hijo un último abrazo desesperado antes de dejarlo a cargo de una anciana y de manera mecánica se apresuró a obedecer el llamado; pero se detuvo, alzó los brazos, gritó y ya no se movió.

Uno de mis acompañantes me dio un golpecito en el hombro y me dijo: «Ven, vámonos; no aguanto más». Nos fuimos. Nuestro cochero en Petersburg tenía dos hijos que pertenecían a la finca: hijos pequeños. Él obtuvo la promesa de que no los venderían. Le preguntamos si eran sus únicos hijos. Respondió: «Son los que me quedan de ocho». A otros tres los vendieron al sur y jamás volvió a verlos o a saber de ellos.

Elwood Harvey y Samuel Gridley

Recuperado: 26/07/2015 de http://dialnet.unirioja.es/servlet

Contesta.

a. ¿Qué significa la expresión «mudo de desesperación»?

b. ¿Cuáles son algunas situaciones o expresiones que demuestran racismo?

c. ¿De qué forma reaccionó la madre cuando llevaban a su hijo?

d. ¿Por qué temió llorar el muchacho?

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