El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha infantil (3)

Llegamos al final de la lectura de esta obra española, la más valorada de todos los tiempos. Disfrutemos de una de las más admirables creaciones escritas del espíritu humano.

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¿Y la vez que se apoderó del «yelmo de Mambrino»?

¡Era una palangana de peluquero que este barbero se puso en la cabeza para protegerse de la lluvia!

Don Quijote se la quitó y prosiguió sus aventuras con la palangana en la cabeza.

Una noche atacó a unos monjes que iban por el bosque con antorchas. Creyó que eran fantasmas.

Sancho, que miraba desde no muy lejos, viéndolo dar golpes y sablazos a la luz de las antorchas, tan ridículo con su palangana en la cabeza lo bautizó con el nombre de «El caballero de la triste figura».

Lo notable es que a su señor le gustó el nombre. Y no es que el caballero fuera malo. No. Lo único que él quería era ayudar a la gente indefensa y a las damas en apuros; luchar contra el encantamiento de magos y defender al débil.

Sus sentimientos eran buenos y él era muy valiente. Pero como estaba tan chiflado, confundía todo.

Su imaginación le hacía ver lo que no era. Inventar situaciones y nombres que no existían. Y terminaba siempre malparado.

Por la nobleza de sus sentimientos, liberó a unos presos que el verdadero rey enviaba castigados a las galeras. Estas eran grandes barcos movidos por multitud de remos a la vez. A los que remaban los llamaban galeotes y estos eran, generalmente, prisioneros de guerra o bandidos, a quienes la justicia del rey enviaba a pagar sus delitos, a las embarcaciones.

Esta vez, El caballero de la triste figura se metió nada menos que con la Santa hermandad, que representaba la justicia del rey.

Varias y muy graciosas aventuras —para ellos, desdichadas— vivieron don Quijote y Sancho Panza.

Sus amigos, el cura del pueblo y el barbero, querían que volviera a su casa, antes de que se matara.

Así que no tuvieron más remedio que seguirle la corriente. Engañándolo, consiguieron hacerle volver a su casa… ¡enjaulado!

Estaba medio muerto, después de su última aventura. Así que lo dejaron en su casa, al cuidado de su sobrina y la empleada.

Ellas quedaron maldiciendo los libros de caballería que relataban las fantásticas aventuras de los caballeros andantes.

¡Y a quienes los escribieron!, porque su lectura enloqueció al señor Alonso Quijano; don Quijote, según él.

Postrado en cama, ya no entendía qué pasaba ni dónde estaba y creía que todo era un encantamiento que le había hecho algún hechicero malvado.

Sancho Panza volvió a su casa con su mujer Teresa y su hija Pancina, sin haber podido, todavía, gobernar la isla de Barataria como le había prometido su amo, pero con unos dinerillos en su bolsa, recuerdo de sus aventuras con don Quijote de la Mancha.

Sobre el libro

Título: Don Quijote de la Mancha

Adaptación: Raúl Silva Alonso

Editorial: El Lector

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