La Navidad en el Paraguay

La Navidad comienza muy temprano en el Paraguay. Apenas florecen los primeros mbokaja en noviembre, inundando con su aroma el aire, los preparativos de esta fiesta cristiana parecen acelerarse.

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Pero no puede hacerse mucho hasta que pase el 8 de diciembre que, como sabemos, es el día de la Virgen de Caacupé. Nuestras abuelas solían decir: «Después de la fiesta de la Virgen vamos a preparar el pesebre».

Eso significaba que había que buscar el ka’avove’i para preparar el pesebre, desempolvar los muñequitos y arreglarlos si es que hacía falta. Repintar algunos de ellos, reparar los pedazos que se rompieron y ver que no faltara alguno.

Si bien es cierto que estos muñequitos se encuentran fácilmente en casi cualquier calle del país para su compra, en muchos casos formaban parte de una tradición familiar, pues pasaban de familia en familia y eran atesorados con mucho cariño.

Luego del 8 de diciembre, la actividad se volvía frenética. Cuando ingresó la costumbre comercial de los arbolitos, nadie imaginaba comprarse uno que sea artificial. Se acudía a los viveros forestales y se compraban pinos silvestres para adornar en las casas con los globos que, en aquella época, eran necesariamente de vidrio, frágiles al extremo.

Para simular la nieve en este clima furiosamente caluroso de diciembre, las madres estiraban trozos de algodón hasta hacerlos delgados, casi transparentes para colocarlos encima de las hojas verdes.

Mientras tanto, la bóveda de ka’avove’i utilizada para dar cabida debajo y en el centro a la Sagrada Familia, se preparaba curvando los largos tallos que luego se ataban con alambres en la punta. Posteriormente, se adornaban con guirnaldas, luces, frutas de estación y una estrella de metal simulando ser la estrella de Belén, que a veces colgaba o bien se adhería a la estructura.

El nacimiento contaba, por supuesto, de la Sagrada Familia; además, caballos, vacas, ovejas y su pastor. Tampoco podían faltar figuras de arcilla de otros animales, como gatos, perros, patos y ranas que se colocaban encima de espejos en la tierra que simulaban ser el agua de alguna charca.

Los abuelos de la familia llevaban frutos de estación para homenajear al Niño Jesús: piñas, sandías, melones. Frutas que impregnaban el aire con su aroma, y que se unían al de la flor del mbokaja, que se cortaba finamente a lo largo de su vaina para que se abriera lentamente.

No faltaban los Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar con sus camellos, yendo al encuentro del Niño con sus regalos de incienso y mirra. Cuando llegaba enero, especialmente en la víspera del 6, Día de los Santos Reyes, pasto fresco y agua en platos hondos se colocaban para mitigar el cansancio de los reyes orientales.

A partir del 6 de enero, los Magos cambiaban de orientación alejándose de la Sagrada Familia. Era el momento de desarmar el pesebre y el arbolito, a guardar de nuevo los muñecos y los globos, esperando el próximo diciembre en la búsqueda eterna de la promesa de una nueva y feliz Navidad.

Mbokaja: coco paraguayo o coco del Paraguay.

Ka’avove’i: planta de media sombra, cuyo hábitat es el sotobosque.

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