“Es muy difícil vivir del arte”

“A los extranjeros les encanta la música y la danza paraguaya, mientras que nosotros no las valoramos”, señala Lucía García (17), bailarina. Afirma que esta disciplina requiere de bastante sacrificio y que vivir del arte en este país es muy difícil. Resalta lo importante que es para ella contar con el apoyo incondicional de sus padres.

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¿En qué academia comenzaste a bailar y a qué edad?

Comencé a los 10 años en la academia de Reina Menchaca y desde ahí no pude parar. Es un sacrificio muy gratificante, estoy allí hace siete años y ahora solo me faltan dos para recibir mi título.

¿Contás con el apoyo de tus padres?

Ellos me dejan hacer lo que a mí me gusta, siempre y cuando no sea nada malo. Me mudé a Asunción y fue ahí donde me empezó a gustar el baile, le planteé a mis padres que quería ingresar a una academia y sin dudar me dijeron que sí.

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¿Qué es para vos la danza?

Es un arte, un trabajo que requiere mucho sacrificio, tiempo, empeño, dedicación y, por sobre todo, te tiene que gustar, porque por el baile dejás muchas cosas, como las reuniones sociales, en particular tuve que abandonar mi estudio de teatro porque ya se me encimaba con la danza.

¿Cómo ves al arte en este país?

Es muy difícil vivir del arte, conociendo las experiencias de mis profesoras; puedo afirmar que las personas no valoran esta disciplina.

¿Cuáles fueron tus mayores logros?

Gané con mi grupo de danza varios concursos nacionales e internacionales, por ejemplo, cuando fuimos a competir a Argentina llevamos varias coreografías y nos quedamos con el primer puesto. Para mí la satisfacción más grande es conocer otros países haciendo lo que me gusta.

¿Cómo reaccionan los extranjeros al presenciar una danza paraguaya?

Les gusta mucho, demuestran mucha empatía y, por sobre todo, lo que más les llama la atención son los bordados y el colorido que tienen nuestros trajes. Cuando levantás más de una botella en la cabeza enloquecen, gritan, se levantan y aplauden. Te puede faltar técnica y estilo, pero nunca una sonrisa en la cara.

Por Javier Morales (18 años)