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Ya sea en el cine o en campañas publicitarias de la tevé, nos muestran mujeres 90-60-90, altas y rubias; en el caso de los hombres son musculosos de ojos claros, que no siempre se asemejan a nosotros, haciéndonos sentir el patito feo del cuento, cuando solo somos diferentes a ellos y no tenemos por qué parecerles.
Muchas señoritas se ven en la necesidad de teñirse el cabello, usar lentes de contacto, vestirse a la moda y pasar el día entero en el gym tratando de mejorar su apariencia. Algunas mujeres llegan a caer en la anorexia o bulimia porque quieren parecerse a actrices, cantantes o modelos que se muestran perfectas, pero se olvidan a veces de que las estrellas cuentan con asesores de imagen que las ayudan a hacernos creer que son las más bellas. Resulta, pues, que todo eso que venden no es sino una fantasía con fines de lucro.
Los muchachos también son afectados por esta fiebre de superficialidad y desean tonificar su cuerpo, lo cual no está mal, pero algunos utilizan “suplementos” para que el cambio sea más notable. Entonces ellos abusan con la inyección de esteroides y llegan incluso a un extremo en el que pueden sufrir efectos secundarios que terminen haciéndolos menos atractivos y, en vez de conseguir “levantes”, sean rechazados.
La verdadera belleza no está en la silueta o el color de ojos, sino en la personalidad; en aceptar cómo somos. Por ahí es por donde tenemos que comenzar a cambiar si deseamos vernos mejor. Teniendo en cuenta que nadie puede ser hermoso si actúa con malas intenciones y, por más que “trabaje” su figura, jamás será apreciado por los demás.
La perfección no existe, lo que vemos en la tevé y en el cine es irreal; dejemos de querer parecernos a aquellos prototipos de belleza, porque todos tenemos un tipo singular de fisonomía o de ser; si esto lo llevamos con orgullo y personalidad, podemos ser mucho más atractivos/as que cualquier galán de cine o una top model.
Por Ayelén Díaz (17 años)