Grandes injusticias que quedaron opacadas

Rodrigo Quintana tuvo un trágico final. Pero entre el 31 de marzo y el 1 de abril, hubo además otras personas que también sufrieron consecuencias irreversibles. Sus casos hoy están en manos de una justicia lenta y burocrática, que los ignora sin pudor.

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En la madrugada del 1 de abril, la mirada de todo un país se posó sobre el cruel asesinato del joven dirigente liberal Rodrigo Quintana, quien, con tan solo 25 años, había venido desde el distrito de La Colmena (Paraguarí), a la capital, movido por los anhelos de impedir la violación de la Constitución Nacional, impulsada por el presidente Horacio Cartes. 

Su vida se apagó bajo las balas asesinas de la policía, que enlutaron no solo a un partido político, sino a un sector importante de la sociedad que se identificó con el dolor de su pérdida.

En esa oscura noche de la historia nacional, en medio de la batalla encarnizada de un pueblo que se hartó y le prendió fuego a la prepotencia de los poderosos, se entretejieron otras historias. Casos que quizá no trascendieron en ese momento, porque el dolor por la muerte de un joven era demasiado grande. Pero que también, sin dudas, fueron grandes injusticias. Las consecuencias continúan hasta hoy.

Algunos creen en la predestinación. Otros no pueden evitar pensar que de haber hecho algo de forma diferente su destino hubiera sido diferente.

Esa es la incógnita que siempre le quedará a Diego Garcete, actual concejal liberal del distrito de la Colmena, mejor amigo y compañero de sueños de Rodrigo Quintana durante los años de vida que compartieron. Años en los que Rodrigo, mucho más joven, tenía a Diego como referente.

La amistad los unía al punto de compartir viajes, mitines políticos del Partido Liberal, y algunas que otras utopías.

Uno de esos arranques idealistas fue justamente el que llevó a Rodrigo a convencer a Diego de que lo trajera a Asunción en la tarde del 31 de marzo del año 2017.

“El plan era venir en grupo, todos en una camioneta, pero por una cuestión de logística no conseguimos vehículo y no pudo venir el grupo de dirigentes jóvenes. Ese viernes tipo a las 12:00 yo salí de Fernando de la Mora para ir a la Colmena, me llamó y me dijo ‘kilombo, jahapa ko pyharepe’”, nos cuenta Diego Garcete, que hasta hoy, un año después, llora la muerte de su querido amigo.

Garcete llegó a La Colmena a las 15:30 del viernes. Ni bien se acomodaba un poco en su casa vio en las noticias que ya habían disparado al diputado Edgar Acosta y al presidente de su partido, Efraín Alegre.

“Ahí mismo le llamo a decirle ‘yo ya me voy ahora’, y él me responde “yo ya estoy todo, vení nomas ya a buscarme´. Él ya estaba con su ropa y sus zapatos en mano, los tiró en la camioneta. Incluso me pidió manejar”, recuerda.

Entusiasmado con los ideales de una lucha en la que creía, Rodrigo estaba ansioso por llegar a Asunción. Tras dos horas y media de viaje, estuvieron en el centro de la capital.

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Rodrigo Quintana, Frente al Congreso Nacional, algunas horas antes de su muerte.

“Estacionamos frente al JEM y cuando bajamos al Congreso, ya estaba quemado. Logramos ubicar a mi esposa que se había perdido y nos replegamos hasta frente al Lido Bar. Ahí le dije a Rodrigo: ‘acá vamos a quedarnos porque la policía no va a atacar’. Ya era medio tensa la situación”, sigue contando el concejal.

Apenas 10 minutos después de que llegaron al sitio que consideraban seguro, llega la montada y los empieza a perseguir.

Así que se refugiaron en la camioneta, y decidieron tomar un poco de tereré hasta que pasara el peligro. Pero Rodrigo estaba insistente. “No vinimos hasta acá para quedarnos en el auto, vamos a la plaza”, le dijo a Diego. “Vamos a irnos pero hasta la esquina del MOPC nomás, porque es peligroso”, le contestó su amigo, que intentaba ser un poco más prudente.

En un descuido, Rodrigo se escabulló y corrió en dirección a la plaza. “Se quería ir demasiado y le dije 'vos no conoces el centro, si te vas hacia la Chacarita no vas a salir más de ahí'”.

Finalmente Diego Garcete fue a buscar cigarrillos y Rodrigo se le perdió de vista, pero volvieron a encontrarse al llegar a a la sede del PLRA.

Una vez llegados a la que consideraban “su casa partidaria”, sintieron que el peligro había pasado. “Estabamos hablando, había parlamentarios. Era el lugar más seguro del centro, eso creíamos. Estábamos haciendo la vaquita para comer algo”, recuerda el concejal.

Nada más 20 minutos los separaban del acto que después sería considerado de terrorismo de Estado y marcaría una huella de profundo dolor en PLRA y la sociedad.

“La gente empieza a murmurar que la policía estaba yendo hacia allá. Estaba sentado con Rodrigo enfrente mismo de la puerta grande. En eso nomas empiezan a gritar ‘ahí sí que ya vienen’. Dos patrulleras venían bajando por Manuel Domínguez y empiezan a disparar. Cerramos la puerta y la trancamos, pero ellos empezaron a forcejear”, recuerda aún visiblemente afectado Diego.

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Diego Garcete y Rodrigo Quintana, posando junto al presidente del PLRA, Efraín Alegre.

En un momento dado, Diego y otros hombres que sostenían la puerta para que los cascos azules no ingresaran, sienten golpes más fuertes, hasta que los policías logran romper la puerta.

“Ahí fue que yo me asusté y solté la tranca. Siempre me quedo pensando, tal vez si yo no hubiera soltado la tranca, hubiera resistido un poco más, y Rodrigo se salvaba”, reflexiona muy conmovido Diego, a quien le cuesta dejar de lado ese sentimiento de responsabilidad por lo que pasó. Es por eso que a veces se pregunta si el destino hubiera podido cambiar tomando acciones diferentes.

Tras romper la puerta, la policía logró entrar, y Diego hizo lo primero que se le ocurrió, buscar un escondite debajo de la escalera, pero cuando lo intentaba, sintió el frío de una escopeta en su nuca. “Al suelo”.

“Pensé en sacar mi matrícula de abogado del bolsillo, pero cuando veo al diputado Amado Florentín del cuello digo ‘de qué me va a servir mi matrícula si a un diputado de la República lo están reprimiendo'”.

Recién cuando se tiró al piso, Diego se percató de que Rodrigo estaba caído. “Le llamé muchas veces “¡Rodri!” y no me contestó. Pensé que se golpeó la cabeza, que se asustó”,

“Le dije al policía ‘parece que le pasa algo voy a auxiliarle, por lo menos así arrastrado voy a ir a ver cómo está’, pero se burlaron. ¡Emanomapa! Era lo que decían, y le pisaron. No tenían compasión”, contó.

En un momento dado, Diego, el diputado Amado Florentín y otros varones ya no soportaron la incertidumbre. Al ver que las cámaras de ABC TV ingresaban al partido, se armaron de valentía, se levantaron y empujaron a la policía para correr y ver a Rodrigo, que estaba en un charco de sangre.

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Diego Garcete y Rodrigo Quintana,compartiendo tiempos felices.

Por fin, después de tanta insistencia, Diego pudo acercarse a su amigo. Al verlo, Diego comenzó a llorar y golpear de impotencia y nerviosismo. Rodrigo Quintana, aunque algunos no lo podían asimilar, ya estaba sin signos de vida.

“Rodrigo tropieza, va contra la pared y cuando recupera el equilibrio, le disparan. Tal vez si no hubiera tropezado, no sería él la víctima”, sigue contando Garcete.

“Abrí paso con mi camioneta y en otra camioneta iba Rodrigo. Llegamos a Emergencias (Hospital de Trauma) en 5 minutos, pero nadie nos dio bola. Finalmente Desirée Masi fue la que confirmó que falleció Rodri”, relató Diego.

Para Garcete, la justicia no significa que el uniformado que gatilló el disparo mortal vaya preso 25 años. “No sé si a eso le llamaríamos justicia. Gustavo Florentín (policía imputado por el homicidio de Rodrigo) es una víctima más del sistema, cualquier policía pudo haber sido”, dice.

A pesar de todo lo que ocurrió, Diego agradece la oportunidad que le dio la vida de compartir con su amigo la lucha por el no a la enmienda. “Vinimos comprometidos por una causa y fue por eso por lo que luchamos”, dijo.

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Mirando detenidamente las imágenes del atropello al PLRA, que quedaron grabadas en las cámaras de seguridad del partido, se puede observar cómo Rodrigo tropieza e ingresa en la trayectoria de la bala.

Si él no se hubiera desviado su camino por el tropezón, las balas hubieran herido el cuerpo del doctor Hugo Fleitas, entonces intendente de Isla Pucú, quien se encontraba esa noche en el lugar del ataque.

Rodrigo, con su muerte, hizo una suerte de murallón, que escudó no solo a Fleitas, sino evitó que las balas de plomo se dispersaran e hirieran a más personas.

Aunque esa noche no pudo dimensionar lo que había pasado, y recién al día siguiente se le cayó la ficha y entendió que estuvo muy cerca de la muerte, hoy, Hugo Fleitas, siente que volvió a nacer.

Como muchos, esa noche luego de los disturbios en el Congreso, decidió ir a buscar agua y un poco de tranquilidad al directorio de su partido.

Estaba en la vereda con otros amigos, cuando le avisaron que estaba llegando la policía. Muchos no creyeron en el anuncio, porque pensaron que la Policía solo reprimiría a personas que generaran disturbios, y en el PLRA todo estaba tranquilo.

Pero minutos después vieron acercarse a una patrullera. “Ahí todo el mundo corrió y entró en el directorio. En medio de eso yo te confieso que me alteró mucho que vengan a atacarnos así, si no estábamos haciendo nada. Agarré una piedra y salí a la vereda a reclamar a los policías que estaban muy violentos. Me puse enfrente de la patrullera. Intenté tirar la piedra y cuando la lanzo, disparan con balines de goma, me di vuelta y corriendo entré al partido”, cuenta Hugo.

La puerta por poco se le cerró, porque ya todos estaban adentro y querían bloquear el paso a la Policía, pero logró entrar hasta el fondo del pasillo. Hugo es el hombre que en los videos difundidos innúmeras veces le estaba mostrando a un amigo algunas de las heridas que tenía en el cuerpo, causadas por los balines.

Faltaban tan solo un par de minutos para que los antimotines lograran romper la puerta y atropellar el partido.

“Se escuchaba que golpeaban pero jamas pensamos que podían entrar. Al ver a los dos policías, corro lo más rápido. Rodrigo se tropieza y me escuda de la línea de fuego. Él me cubre y me salva la vida”.

Luego, salieron al tinglado obligados por policías. “Nos dijeron que nos iban a matar. Después de dos minutos escucho que una señora llora desconsoladamente por Rodrigo. Fui uno de los primeros que determiné médicamente que estaba sin signos de vida”.

Al ponerse a pensar ahora en qué fue lo que más le dolió de esa noche, Hugo recuerda la impotencia. “Recién al día siguiente me cayó la ficha de que pude haber muerto. Lamento que se haya perdido una vida joven. Yo estaba tan adolorido por las heridas de balín que no quería que me disparen más, solo por eso corrí. Estaba creidísimo que eran balines de goma nuevamente. Jamás imaginé que eran balas de plomo”, lamenta Fleitas, quien ahora es candidato a gobernador de Cordillera.

El abogado Christian González, apoderado del PLRA y defensor de Roberto Rojas, un miembro del partido que fue torturado física y sicológicamente en una estación de servicio la noche del 31 de marzo, nos recordó este violento caso de injusticia.

Según consta en la denuncia realizada en la Unidad de Derechos Humanos de la Fiscalía, una vez culminada la manifestación, Roberto fue a una estación de servicios, y allí fue sorprendido por policías, que sin identificación, lo subieron a la patrullera y lo torturaron físicamente, con patadas, culatazos y quemaduras de encendedor.

Además lo torturaron sicológicamente, conversando entre ellos sobre las intenciones de “matarlo antes de llegar a la Agrupación Especializada, porque allá ya no lo vamos a poder tocar”.

El motivo de esta reacción, según recuerda el abogado, fue que Roberto y sus amigos filmaron las agresiones que la Policía cometía desmedidamente contra los manifestantes.

Durante la noche de ese viernes permaneció encerrado, incomunicado y sin atención médica.

Según cuenta el defensor, lamentablemente la denuncia “jamás corrió. También hay una causa por tentativa de homicidio a diputados y otros referentes”, explica.

Al consultarle al jurista cuántas denuncias individuales existen por parte de personas que sufrieron lesiones graves esa noche, el letrado manifestó que en realidad “casi no hay demandas puntuales, pues la acción penal pública la tiene la Fiscalía. Es el Ministerio Público el que no está tomando todo el hecho en sí. La querella es coadyuvante nada más. Lo único que se puede iniciar por querella es el atropello a domicilio, que es de acción penal privada”, explica.

En todo lo que sea de acción penal pública, además de los sujetos que la cometieron, la fiscalía es la única que puede ejercer la persecución penal de esos hechos, especificó el abogado.

Es a raiz de esto que desde el PLRA hablan de negligencia de la Fiscalía, pues son numerosas las figuras penales (privación ilegítima de libertad, coacción, etc) que han quedado en la vista gorda del Ministerio Público.

“No es necesaria la denuncia de la víctima. Los hechos son de público conocimiento. Se hizo la denuncia principal, el titular de la acción es el Ministerio Público. Debe hacer las investigaciones y ver los hechos punibles, así como los actores involucrados”, enfatiza el abogado.

A quien hasta ahora le cuesta mucho incluso recordar lo ocurrido, es al diputado Amado Florentín. En un país en el que el poder parece siempre lograr todo lo que se propone, esta fue probablemente la única vez en la que su título de diputado no le sirvió para nada.

Fue reprimido y golpeado al igual que todos los jóvenes y adultos que se encontraban en el PLRA.

“Cuando ya estaba entrando la policía nos escondimos detrás de los compresores de aire acondicionado. Mi hija estaba conmigo (mayor, 24 años). Escuchamos los disparos y decido salir de mi escondite. Creí que podría poner diplomacia a la situación, me presento al policía como diputado nacional y vicepresidente de la Cámara. Me responde: ‘manos a la nuca’. Me dijo que no le importaba que fuera parlamentario y me llevó por el pasillo empujándome”, relata Amado.

En ese caminar, vio a Rodrigo ya tirado en el suelo, y quiso detenerse a socorrerlo, pero la Policía lo empujó a seguir caminando. “Le grité a Rodrigo y ya no me respondió. Me pusieron cuerpo a tierra y por más pedidos que hice no hubo caso de que accedieran a asistir a Rodrigo. Cuando llegó el reportero gráfico de ABC y nos empezó a quitar fotos dejaron de reprimir. A nosotros nos salvó la prensa realmente”, agrega.

Hay un capítulo de esta historia que casi no se menciona, y el parlamentario recuerda vívidamente.

Luego de que el policía Gustavo Florentín disparara, los dirigentes liberales, presos del nerviosismo, lo despojaron de su arma reglamentaria y lo detuvieron en una habitación del primer piso del PLRA.

“En ese momento era muy difícil, muchos querían hacer justicia por mano propia, pero lo salvamos al oficial de un linchamiento prácticamente. Pedimos a los compañeros dirigentes que se calmaran y cuando llegó la gente de la Fiscalía, entregamos a Florentín”, recuerda el parlamentario.

Alicia Cabrera tiene 39 años, y la oreja derecha perforada con una importante afectación del cartílago. Además, tiene desprendimiento de retina a consecuencia fragmentos de vidrio que ingresaron a sus ojos.

La madrugada del 1 de abril, Alicia recibió dos disparos directo a la cara, uno en la oreja y otro en el ojo. El accionar del casco azul que la atacó fue muy cobarde, porque ella no estaba más que subiendo unas escaleras con el afán de refugiarse.

Ella es dirigente del PLRA en Quiindy, Paraguarí, junto con su esposo. Como a las 17:00 vieron en las noticias que la policía le disparó al presidente de su partido, Efraín Alegre, por lo que deciden sumarse a la movilización que se realizaba en la capital. “Nos percatamos de que la cuestión estaba fea, por lo que cerca de las 17:45 salimos de Quiindy. Habremos llegado cerca de las 21:00”.

Querían llegar a la plaza, pero ya se habían dispersado los manifestantes, así que decidieron alejarse un poco.

“Era un tira y afloje entre llegar a la plaza y los ataques de policía. La gente empezó a decir que ya no eran de goma los balines, y empezaban a caer los heridos”, recuerda Alicia.

Cuando se percataron del peligro su esposo le recomendó refugiarse en el vehículo y tomar tereré.

“Estábamos escuchando ABC Cardinal al costado de la plaza Uruguaya, cuando yo quise ir al baño antes de volver a Quiindy, porque son tres horas. Ahí me dice mi marido: ‘por qué no nos vamos al directorio del partido’”.

Una vez que ingresaron al local y ya se sentían relajados, comenzaron a oir que los disturbios se acercaban, por lo que su esposo decide ir a mudar la camioneta, para que no rompieran su parabrisas.

“Salgo a mirarle desde la puerta, y en eso entran corriendo los jóvenes que estaban sentados en la vereda y cierran la puerta. Mi esposo queda afuera”, recuerda.

Preocupada por su marido, Alicia se coloca debajo mismo de la escalera, como se puede ver también en las imágenes. Tras derribar la puerta, la policía entró con disparos.

Ella, que estaba bajo la escalera, en un instinto de supervivencia corrió para subir al primer piso. Pero cuando estaba en camino, un policía le disparó directo a la cara.

Hasta hoy, Alicia se pregunta por qué el antimotín le disparó en el rostro, cuando supuestamente el protocolo para reprimir a un manifestante es -en última instancia- el disparo las piernas.

Dos balas la alcanzaron, una en el cartílago de la oreja, lo que le dejó una perforación muy grande en el pabellón. La otra bala le reventó los anteojos y le rozó la esquina del ojo. Fragmentos de sus lentes se le incrustaron en el globo ocular.

“Gracias a los doctores que lograron coserme, la oreja no se quedó totalmente descuartizada. El golpe de la bala en el ojo hizo que la retina se desprenda. En el informe policial aparece que fue un balín de goma, pero yo tengo mis dudas”, dice Alicia.

Además, cuenta que si no hubiera decidido subir la escalera, hubiera ido derecho por el pasillo. Si se fija en las imágenes, una de las balas se incrusta en la pared, es decir, si Alicia seguía derecho, la bala la hubiera alcanzado y herido, quizá más gravemente.

Afuera había quedado su esposo, que entró a buscarla desesperado. Ella estaba escondida con otras personas. Al encontrarla, la llevó al Hospital del Trauma.

Alicia denunció el caso en la Fiscalía de Derechos Humanos, bajo las figuras de tentativa de homicidio y lesión grave. La investigadora Liliana Zayas fue quien presentó el pedido de acusación y la semana pasada se tenía que haber realizado la audiencia preliminar, pero se canceló porque los abogados del acusado solicitaron una prórroga para interiorizarse del proceso.

Según lo que pudo recavar de la investigación fiscal, y lo que consta en los documentos, el policía que le disparó se llama Jorge Ramos Bogarín.

“Si es que fue él, y si pudiera hacerle esa pregunta, le consultaría ¿Cual fue la necesidad de causarme tanto daño? Más adelante pienso accionar por daños y perjuicios al Estado paraguayo”, comenta Alicia.

Pero a pesar de las secuelas físicas y los malos recuerdos, Alicia es muy consciente de que esa noche, le quedó lo más importante: su vida.

“Esto me duele más por Rodrigo, porque yo estoy viva. Lo vi a Rodrigo muerto y le dije 'no me importa aunque sea con un ojo le voy a poder volver a ver a mis hijos'. Quiero que esto no quede en el olvido”, expresa.

Nunca es fácil revivir en la memoria episodios que generaron tanto terror. Sin dudas, la noche del 31 de marzo permanecerá perenne en la memoria de quienes la vivieron. Y esas heridas seguirán abiertas, aún con más razón, mientras las investigaciones periféricas a la muerte de Rodrigo sigan durmiendo en los cajones de la Fiscalía. Mientras no se de de la anhelada “justicia pronta y barata”, que sirva, cuanto menos, como un bálsamo de alivio a tanta impotencia e impunidad.

 

 

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