Carolina Marín: la historia detrás del crimen

No era la primera vez que Carolina Marín recibía una golpiza de su tutor, pero sería la última. La crueldad con la que la que Tomás Ferreira la atacó, la llevó hasta el límite del dolor, y al final de una vida que apenas comenzaba.

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El próximo 13 de julio, Carolina Marín iba a cumplir 15 años. Pero ella no soñaba con vestidos, fiesta y viajes, como otras chicas. No tenía tiempo para eso. Debía concentrarse en otras ocupaciones, como limpiar de punta a punta la casa de sus padres adoptivos para que la dejaran ir a la escuela.

Realmente, faltar a la escuela no era el peor castigo. Carolina sabía que si la casa no quedaba brillante, sufriría una severa paliza que le dejaría lesiones por varios días.

Por eso trataba de no hacer enojar a su tutor, Tomás Ferreira, un exmilitar muy estricto que solía alterarse con mucha facilidad. Cuando eso pasaba, normalmente, se descargaba con ella, a los golpes.

Aunque trataba de evitar los apremios físicos, no podía salvarse siempre, y tampoco faltaban excusas para un nuevo episodio de violencia. Así lo atestiguan vecinos cercanos a la vivienda ubicada en el distrito de Vaquería, departamento de Caaguazú, que pidieron no ser identificados por temor a represalias. Frecuentemente escuchaban los gritos, aunque no podían ver nada, pues, según comentaron a periodistas de este medio, las murallas altas de la casa les impedían establecer mayor contacto.

Pasaron años sin que ningún vecino realizara una denuncia formal, y la violencia que sufría Carolina se convirtió en un secreto a voces, del que nadie quería hablar, por temor a la influyente familia tutora: Tomás Ferreira, exmilitar, y Ramona Melgarejo, docente y funcionaria del Registro Civil.

Vecinos de la zona hablan de que la familia tendría mucho poder en la comunidad. Es por esa razón que los pobladores están atemorizados y se rehúsan a hablar con la prensa.

Lastimosamente, tras la última golpiza, Carolina ya no pudo salvarse. Quizá una denuncia antes de aquel miércoles 20 de enero hubiera evitado que muriera a manos de su tutor, que descargó en ella toda su crueldad.

Lesiones en la espalda, en la región lumbar, en los glúteos y piernas, le ocasionaron un politraumatismo que acabó con su vida.

Hoy su muerte conmociona a todo un pueblo que la llora, reclama justicia y repudia al asesino. Un repudio social que llegó muy tarde.

Carolina llegó a la casa de sus tutores cuando tenía 3 años. A pesar de que los vecinos de años la recuerdan, nadie sabe exactamente cuál es su origen. La tutora, Ramona, solo decía que la había traído de “un hogar”, pero nunca especificó detalles acerca de los padres biológicos.

Una cuestión que siempre llamó la atención de la directora de la escuela local es que Carolina, pese a ser adoptada, no tenía el apellido de sus tutores. “Figuraba en los documentos como Carolina Marín. En el certificado de nacimiento figura el nombre de la madre. Se llama Catalina, pero es todo lo que sabemos”, continúa contando Gladys Brítez.

Gladys Brítez, directora de la escuela San Blas, donde Carolina cursaba el sexto grado, cuenta que varias veces preguntó a la niña qué sabía de sus familiares biológicos, pero la menor no podía darle precisiones.

“Al principio, cuando quería inscribirla en la escuela, la tutora se acercó a decirnos que tenía una nena adoptiva, y que quería hacerle estudiar, pero solamente tenía la partida de nacimiento, ningún otro documento. La tomamos igual y recién el año pasado consiguió mandarle a hacer la cédula”, relata la docente, quien, a pedido de Ramona Melgarejo, se convirtió en madrina de bautismo de la niña.

Le bautizaron recién el año pasado, después de grande, justamente porque no tenían los documentos de la niña. “La tutora decidió que yo sea la madrina, como soy la directora de la institución, pero no tengo ninguna relación cercana con la familia”, aclaró Brítez.

Centenares de veces, la profesora Gladys escuchó comentarios de los vecinos que decían que Carolina era maltratada, pero, según cuenta, aunque le preguntaba a la adolescente cómo estaba, ella siempre le respondía que se encontraba “demasiado bien”.

“Nunca le encontré ninguna marca ni nada extraño. Siempre estaba sonriente, iba tranquilamente a la escuela. Una niña muy alegre. Seguramente no quería contarnos, por temor”, mencionó la maestra en una entrevista concedida a ABC Color.

Carolina terminó las clases en el mes de noviembre, pasó al sexto grado. Desde ese último día de escuela, la directora ya no la vio tan frecuentemente, aunque siempre que la encontraba en la calle le saludaba.

A Gladys le cuesta mucho creer la versión de la madre, que habla de que la niña estuvo besándose con el albañil. “Carolina era muy niña todavía. Ni siquiera aparentaba 14 años, jugaba con las más pequeñas. Se portaba demasiado bien”, asegura la docente.

En cuanto a su desempeño escolar, Gladys Brítez recuerda a Carolina como una alumna regular, que pasaba las materias, pero perdía clases con frecuencia. “Cuando sus tutores debían viajar, la llevaban con ellos. Ella me llamaba a pedirme permiso para faltar a la escuela”, compartió la profesora.

Mientras lamentan lo sucedido, los pobladores sienten gran preocupación por otra joven que vive en la casa de la familia Ferreira Melgarejo, en la misma situación de criadazgo. “Esa chica ya terminó el colegio, ella sí es reconocida con el apellido de la familia. Ahora le están haciendo estudiar en la facultad. Nunca se quejó de nada tampoco”, sostiene además Gladys Brítez.

Este no sería el único caso. Vecinos comentan que, en estas vacaciones, un nuevo niño llegó a vivir a la casa de la familia. Presumen que sería un nuevo criadito, pero la profesora Gladys no tiene mayores datos sobre este menor.

Si bien nunca recibió ninguna denuncia formal, Ramona Melgarejo ya cuenta con antecedentes de malos tratos, según atestiguan sus vecinos.

Los gritos y escándalos en su casa son cosa de todos los días, y cuentan que en una ocasión, como castigo, el jefe de la familia abandonó a su propia hija biológica en la calle.

Mientras, toda la comunidad de Vaquería lamenta la pérdida de una joven vida. El intendente, Lorenzo Duarte (PLRA), en conjunto con la Junta Municipal de la localidad emitió un comunicado en el que se repudia el acto en el que “la joven fue brutalmente asesinada, sin tener la posibilidad de defenderse”, según las propias expresiones del jefe comunal.

En representación del pueblo, el intendente criticó que el fiscal del caso esté llamando a los testigos recién en estos días, cuando el crimen ocurrió ya la semana pasada. “Estamos indignados como ciudadanos”, señaló el intendente, al tiempo de agregar que piden que el fiscal cambie la carátula de la carpeta, donde definió el homicidio como culposo. “El homicidio culposo tiene una pena privativa de cuatro a cinco años, hasta inclusive puede salir rápido el agresor. Vaquería exige que sea definido como homicidio doloso”, aseveró Lorenzo Duarte.

Justamente en la jornada de hoy presentarán una nota al fiscal adjunto, haciendo este pedido. “Si no cambia de carátula, tenemos preparada una movilización pacífica en repudio a este hecho”, manifestó el intendente.

Según Duarte, este no es ni el primer ni el único hecho de violencia infantil que se conoce en Vaquería. “Hay casos anteriores, similares, y siempre terminaron en el opareí. Esta vez no queremos que ocurra tal cosa”, mencionó.

Aún no tienen fecha para la movilización que preparan. La fijarán de acuerdo a la conversación que mantendrán hoy con el Fiscal.

Otro clamor de la ciudadanía de Vaquería es que se convoque a los testigos claves de la golpiza, pues la fiscalía solo convocó al primer testigo.

“En el momento del hecho estaban el albañil, el ayudante, otra criada que tiene 17 años y sigue viviendo con ellos. Según informaron efectivos de la Comisaría 20 de Vaquería, la casa tiene cámaras de circuito cerrado que pudieron haber registrado los hechos. Hasta hoy día, no hay una orden de allanamiento para obtener esas pruebas fundamentales para la investigación. Tal vez, a estas alturas, esas grabaciones ya están desaparecidas”, lamentó el intendente del distrito.

Tras el fallecimiento, el cuerpo de Carolina fue entregado nuevamente a los tutores, que la velaron en su domicilio. Hoy, sus restos descansan en una sencilla sepultura del cementerio municipal. No pudimos escuchar a tiempo los desesperados gritos de socorro de Carolina, a quien su miedo le impedía decir lo que pasaba, pero, en el silencio, suplicaba ayuda. Ella no pudo pedir ser rescatada, no pudo hablar. Al menos queda honrar su memoria con justicia.

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