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Desde niños nos enseñaron que no se debe desperdiciar lo que hay en el plato. Es doloroso y hasta cruel tirar alimentos a la basura cuando hay personas, en todo el mundo, que apenas tienen una comida al día. Paraguay no es la excepción; más de 300.000 paraguayos pasan hambre, más de 800.000 están en la franja de desnutrición y más de 1.800.000 compatriotas están en la pobreza, según datos de la Dirección General de Estadística, Encuestas y Censos (DGEEC) y de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés).
Si pudiéramos recuperar lo que se pierde en apenas un día en Paraguay, se puede acaba con la pobreza extrema. Es que la FAO calcula que diariamente en nuestro país se desperdician alimentos por valor de 495 millones de calorías, suficientes para satisfacer las necesidades nutricionales básicas de 269.000 personas al año.
Los datos no son exagerados porque somos un país que cosecha y faena comida para alimentar a 80 millones de personas, considerando solo el agro y la carne de exportación, como lo recuerdan los gremios de la producción. Está comprobado que un tercio de toda la comida del mundo se pierde o desperdicia. En promedio es un 20% de la carne vacuna, un 35% del pescado y un 45% de las frutas y verduras, informa la FAO.
Podemos ir a dos ejemplos puntuales en Asunción: solo en el Mercado Central de Abasto se pudren más de 45.000 kilos de frutas y verduras por día, según datos de la Fundación Banco de Alimentos y de la misma municipalidad. Es comida suficiente para asistir a 700.000 personas. Y seguimos hablando de apenas un solo día.
Asimismo, más de la mitad del almuerzo escolar en Asunción termina en el basurero, según el Instituto Nacional de Alimentación y Nutrición (INAN). Si se evitara, se podría alimentar a 1.500 personas por día.
Desde que las autoridades y la sociedad civil se dieron cuenta de la problemática, a nivel mundial se han buscado mecanismos para evitar el desperdicio, o al menos que la comida llegue a los que necesiten: a la población pobre.
El 26,40% de los paraguayos, unas 1.800.000 personas, viven en la pobreza. En tanto que en la pobreza extrema, donde se sufre hambre, está el 4,41% de la población, indica el último boletín de la DGEEC, publicado en marzo de 2018. Son más de 300.000 paraguayos que no acceden a una canasta básica de alimentos para satisfacer las necesidades nutricionales mínimas. En niveles de ingreso esto representa menos de G. 256.881 mensuales por persona en el área urbana y menos de G. 234.592 en zonas rurales.
Se pierde alimento durante la producción, poscosecha, almacenamiento y transporte; y se desperdicia en la distribución y consumo. Los porcentajes varían de país en país, pero en América Latina la mayor pérdida es en el campo, donde no se cosecha, se estropea o se extravía antes de llegar a su fase de producto final. Hay muchos factores, como los precios del mercado, falta de caminos de todo tiempo, el clima, entre otros.
En la otra fase, la comida la tiran los vendedores mayoristas y minoristas, en los servicios de venta de comida y finalmente nosotros, los consumidores, cuando decidimos desechar alimentos que aún tienen valor o dejamos que se pudran. Esto se explica en el informe de la FAO para el Congreso Save Food del 2011, iniciativa que busca reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos.
También se detalla que muchos agricultores dejan que el cultivo se pudra porque es más barato que cosecharlo y trasportarlo. En los supermercados hay productos que caducan, que tienen desperfectos en el envase; los panes se vuelven rancios y hay fruta que no se elige porque no es atractiva. En nuestros platos quedan sobras del almuerzo o cena; frutas y verduras se estropean en la heladera, la leche se corta. ¿Cuántas veces dejamos restos de una pizza o hamburguesa que pedimos en un local gastronómico?
El desperdicio trae consecuencias económicas, contaminación del medio ambiente, problemas en la disposición final de residuos, etc. Sin embargo, el problema de verdad es que se tira comida mientras muchos no tienen qué comer. Rescatarla y redistribuirla a la población vulnerable es una forma de combatir la pobreza.
Eso es lo que pregona la Fundación Banco de Alimentos: recuperar la comida. En el Mercado de Abasto, por ejemplo, la organización está rescatando un promedio de 3.000 kilos diarios, cuenta Amanda Villamayor, gerente de operaciones. Con la comida que evitan que llegue a la basura, asisten a 146 instituciones de beneficencia, como hogares de niños y ancianos.
Igualmente, también reciben productos de empresas para donarlos. Son alimentos que están por vencer o que tienen algún tipo de falla que no los hace aptos para el mercado, pero continúan manteniendo su potencial nutricional, explica Guillermo Fanego, presidente de la fundación en Paraguay.
“Si armamos una estructura que pueda de alguna forma evitar que estos alimentos vayan a la basura y lleguen a la gente necesitada, nosotros estamos seguros de que la pobreza, al menos la extrema pobreza, puede desaparecer en Paraguay”, recalcó Fanego.
El primer paso es en nuestros hogares, nuestras mesas, heladeras y despensas; comprar y consumir lo necesario, conservar los alimentos y convertir la comida en platos que puedan reciclarse. Después podemos seguir en los restaurantes, pedir para llevar la comida que sobra. Luego viene la conciencia empresarial, para que los comerciantes donen los alimentos desechados que aún están aptos para el consumo.
El problema en el campo es más complejo y depende en gran medida de la tecnología que se invierta en los negocios agropecuarios. También es responsabilidad del Estado a la hora de ofrecer buenos caminos, centros comunitarios de acopio, seguros agrícolas, y otras políticas de desarrollo del sector rural.