No próximamente: “Beasts of No Nation”

La primera película original de Netflix es un inquietante y directo retrato de la crueldad y el sinsentido de la guerra desde los ojos de un niño obligado a tomar las armas.

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No Próximamente es una entrega semanal dedicada a destacar y reseñar películas recientes que, según mis estimaciones, difícilmente lleguen a cines de Paraguay (aunque esas estimaciones han sido equivocadas en dos ocasiones hasta ahora).

Como ha sido el caso con HBO y otras destacadas cadenas de televisión por cable, la combinación de una enorme popularidad – con los beneficios económicos que eso trae – y los estándares más relajados de censura han propiciado en el pionero servicio de televisión por “streaming” Netflix una actitud de arrojo a la hora de tirar su dinero en series interesantes y atípicas, una apuesta que ha salido bastante bien si tenemos en cuenta el éxito de algunas de sus series originales como House of Cards y Orange is the New Black.

Ahora, Netflix comienza a atreverse con hacer largometrajes propios, y Beasts of No Nation parece indicar que se seguirán tomando riesgos en ese nuevo camino. Y es que esta película sobre el drama de la guerra en África es una de las películas más difíciles de ver con las que me encontré hasta ahora.

Beasts of No Nation no es la historia de una guerra específica. Ni siquiera es la historia de una persona específica, ya que el joven protagonista Agu (Abraham Attah) bien podría ser un avatar para innumerables historias ocurridas en incontables conflictos a lo largo de la Historia. La película simplemente se viste con el ropaje de un conflicto africano moderno para contar una historia que podría ser universal.

Agu es un niño que vive con su familia en una aldea de un país sumido en una cruenta guerra civil. Su aldea se halla en una zona neutral custodiada por una fuerza pacificadora multinacional, por lo que la vida es relativamente tranquila; Agu y sus amigos deben arreglárselas para conseguir comida – de formas bastante inventivas –, pero al menos no tienen que esquivar balas. Incluso hay electricidad.

Sin embargo, eventualmente la guerra llega a la aldea, y pronto Agu se encuentra sin familia, huyendo de ejecuciones sumarias por parte de las fuerzas gubernamentales o cosas peores. En su desesperado andar por la selva acaba cayendo en poder de un batallón de las fuerzas rebeldes, lideradas por un brutal pero carismático líder identificado simplemente como el Comandante (Idris Elba), quien le pone a Agu un AK-47 en las manos y utiliza el miedo y la rabia dentro del niño como herramientas de guerra.

El sentido de ambigüedad que el director y guionista Cary Fukunaga le imprime al filme se manifiesta en la ausencia de un indicador claro de exactamente dónde está ocurriendo la acción más allá de en algún lugar del África subsahariana; las ciudades tienen nombres genéricos, al igual que las distintas facciones. El mensaje de que realmente importa poco el dónde, mucho menos que el qué, es claro.

Fukunaga ensambló un filme que muestra terrible violencia y crueldad, pero nunca se siente sin propósito. La cámara no se regodea en el derramamiento de sangre – y debo decir que para una película como esta me esperaba algo mucho más sangriento – pero tampoco le desvía la mirada a menos que eso sirva para aumentar aún más su impacto. Momentos que uno esperaría de un filme como este, como ejecuciones de particular crueldad, violencia contra menores, violaciones y demás atrocidades están presentes, pero personalmente me sacudieron no por el horrible detalle en que pudieran haberse mostrado, sino porque la noción de que lo que estaba viendo era algo que pasó incontables veces y sigue pasando en el mundo real se planta en la cabeza durante el filme y permanece allí todo el tiempo.

La falta de énfasis en los detalles políticos detrás del conflicto tiene sentido también desde un punto de vista estrictamente narrativo. Después de todo, la historia se nos cuenta desde el punto de vista de Agu, y sus principales preocupaciones son la pérdida de su familia, las atrocidades que atestigua y que es obligado a cometer, y su propia supervivencia. Con un monólogo interno, Agu nos transmite con inocencia el terror de la guerra a un nivel mucho más distinto y profundo: el de un niño viendo que su niñez está muerta, que aunque por algún milagro sobreviva a la guerra nunca podrá volver a hacer cosas de niño luego de haber tomado vidas y haber perdido tantas cosas.

Salvo por una alucinógena secuencia de combate que recuerda a la inolvidable secuencia ininterrumpida de seis minutos que metió en uno de los capítulos de True Detective – pero menos extendida y más surreal – logra transmitir la confusión de Agu de una forma única, sin confundir visualmente al espectador.

Y, por supuesto, Idris Elba se merece una mención aparte como el sanguinario pero odiosamente carismático Comandante, un siniestro y repugnante personaje que el excelente actor británico interpreta con una calidad que está para los premios. Cada vez que Elba está en pantalla la película se carga de un tipo especial de electricidad, lo que no quiere decir que el joven Attah no se distinga en un extraordinario debut.

Eventualmente el filme llega a una conclusión sobre la que pesa toda la tragedia de las dos horas de película que la precedieron, pero que no se limita a eso sino que deja un destello de luz y esperanza en el horizonte.

Beasts of No Nation es una de esas grandes películas que probablemente uno solo llega a ver una vez.

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BEASTS OF NO NATION

Dirigida por Cary Fukunaga

Escrita por Cary Fukunaga (basada en una novela de Uzodinma Iweala)

Producida por Cary Fukunaga, Amy Kaufman, Riva Marker y Daniela Tapling Lundberg

Edición por Pete Beaudreau y Mikkel E.G. Nielsen

Dirección de fotografía por Cary Fukunaga

Banda sonora compuesta por Dan Romer

Elenco: Abraham Attah, Idris Elba, Emmanuel Nii Adom Quaye, Kobina Amissah-Sam, Ama K. Abebrese, Francis Weddey, Annoited Wesseh, Kurt Egyiawan y Jude Akuwudike

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