El Cuento de la Princesa Kaguya

La nueva película del legendario Studio Ghibli son dos horas de pura belleza visual, trayendo a la vida de forma inolvidable una leyenda popular japonesa.

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No va a haber “spoilers” en esta reseña, pero debo empezar diciendo que esta es una de aquellas películas que se disfrutan mejor al saber lo menos posible sobre ellas de antemano. Por lo tanto, el veredicto va aquí y ahora: El Cuento de la Princesa Kaguya es una experiencia cinematográfica maravillosa, y si tiene usted la oportunidad de verla no debería dudarlo. Absoluta y enfáticamente recomendada.

Ahora, para aquellos que no hacen caso a las advertencias...

Los filmes de Studio Ghibli, el legendario estudio japonés de animación creado por Hayao Miyazaki, siempre se han caracterizado por ser maravillas visuales, impactantes por su escala y detalle y más aún por el hecho de que eso es logrado casi totalmente a través de animación tradicional.

Casi cada película del estudio cuenta con momentos que hacen que uno quede absorto ante la calidad de la animación o su belleza; las sobrecogedoras tempestades de Ponyo, la inolvidable secuencia del baño de un dios en El Viaje de Chihiro, la demencial y a la vez cómica arquitectura del castillo vagabundo de Howl, las batallas aéreas de Porco Rosso o los sueños de realismo mágico de El viento se levanta son solo algunos ejemplos.

Y sin embargo, creo que su más reciente filme, El Cuento de la Princesa Kaguya, que abandona la opulencia visual de la obra de Miyazaki en favor de algo más minimalista e impresionista, podría ser uno de los mayores logros de la historia del estudio.

Presentada en un estilo visual que imita el arte japonés de mediados del milenio pasado, el filme adapta el “Cuento del cortador de bambú”, una popular leyenda nipona. Un artesano del bambú que vive con su esposa en las montañas descubre un tallo luminoso del cual surge una minúscula niña vestida en delicados ropajes. Pronto la inusual niña adquiere la forma y el tamaño de una bebé normal.

El cortador de bambú la lleva a su casa y se convence de que los dioses le encomendaron criar a la niña y darle la vida de una princesa. Mientras la niña va creciendo a un ritmo extremadamente rápido - desarrollándose en semanas o meses lo que a un ser humano normal le tomaría años -, su vida va transcurriendo de forma normal, recorriendo los montes con sus amigos, dándose chapuzones en manantiales, cantando canciones y paseando en las espaldas de su padre adoptivo.

Es un testamento a la fuerza de la animación, la dirección, el diseño y la musicalización de esta obra que, si la película hubiera consistido exclusivamente de escenas como esas que componen la primera parte del filme, hubiera sido más que suficiente para declarar al filme un triunfo. Hay algo maravillosamente evocativo en el estilo de plasmar paisajes y personajes en esta película que le dan un impacto que quizá se hubiera perdido en una animación más fotorrealista. A pesar de ser básicamente pinturas de acuarela al estilo antiguo en movimiento, todo se siente increíblemente real. Los personajes son enormemente expresivos y cargados de – valga la redundancia – personalidad, y un magnífico trabajo en el sonido da vida hasta a los detalles más pequeños, desde el golpe de acero contra madera al canto de las cigarras en el campo y el sonido de la lluvia.

Lógicamente, la historia no se queda allí. El cortador de bambú halla oro y decide que es un regalo del cielo para asegurar que la niña tenga una vida de princesa, así que decide construirle una mansión en la capital para que viva allí y se integre a la nobleza.

Aquí la película se pone algo predecible, con el cortador de bambú tratando de convertir a la niña en su ideal de una princesa, con lecciones de etiqueta, presentaciones en sociedad y eventualmente la búsqueda de un esposo entre las personas más importantes de la ciudad. Para el grandísimo crédito del filme, sin embargo, esta parte de la historia se relata con mínimo melodrama, encarando la situación desde un lado más contemplativo en vez de decirlo todo con palabras. En vez de quejarse de querer volver a las montañas, la niña recrea su hogar en el jardín, por poner solo un ejemplo.

Además, el filme nunca deja de sorprender con su presentación. Una escena hacia la mitad del filme en que la niña corre – es toda la descripción que me atrevo a hacer - es probablemente una de las secuencias animadas más impresionantes e inolvidables que vi en mi vida, y la secuencia final del filme es igualmente extraordinaria en una forma muy distinta, pero no menos memorable.

De hecho, durante el último tercio, la película se vuelve una experiencia emocional única, conmovedora a un nivel sorprendente, a medida que la verdadera naturaleza de la protagonista es gradualmente revelada. Es en esos momentos que se siente el impacto de todo lo que la película hizo bien antes: caracterización, animación, actuación y tantos otros factores que convierten a líneas animadas de acuarela y tinta en personajes indiscutiblemente reales.

Lo dicho, El Cuento de la Princesa Kaguya es una de esas películas que invitan a decir mucho, pero creo que es también uno de esos filmes que se disfrutan más sin saber mucho de antemano.

Simplemente se trata de una de las películas más bellas de los últimos años.

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EL CUENTO DE LA PRINCESA KAGUYA (Kaguya-hime no Monogatari)

Dirigida por Isao Takahata

Escrita por Isao Takahata y Riko Sakaguchi

Producida por Yoshiaki NishimuraSeiichirô Ujiie

Banda sonora compuesta por Joe Hisaishi

Voces: Aki Asakura, Kengo Kora, Takeo Chii, Nobuko Miyamoto, Atsuko Takahata, Tomoko Tabata, Tatekawa Shinosuke, Takaya Kamikawa e Isao Hashizume

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