“Nos queman todos los días”

Entre los cientos de cuerpos quemados en el Ycuá Bolaños una niña de 7 años sobrevivió a la tragedia que le cambió la vida. Tatiana recuerda perfectamente ese día, y a pesar de que logró salir adelante, lamenta que la justicia “mata y quema” todos días.

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Entre los cientos de cuerpos quemados en el Ycuá Bolaños, una niña de siete años sobrevivió la tragedia, que le cambió la vida. Tatiana recuerda perfectamente aquel día, y a pesar de que logró seguir adelante, lamenta que la justicia “mata y quema” todos los días a los sobrevivientes y familiares. 

Tatiana Gabaglio era tan solo una pequeña niña de siete años que por primera vez iba a la sucursal del Ycuá Bolaños del barrio Trinidad de Asunción, donde vivía. Escuchaba que sus vecinos contaban lo llamativa que era la infraestructura del edificio, y de lo excelente que era la atención. Acompañó al supermercado a una de sus vecinas, Gladys Valenzuela, y la hija de esta, María Guerrero, que tenía en ese momento cerca de 15 años.

Recuerda vívidamente ese caluroso 1 de agosto del 2004. Era de mañana, cerca de las 11:00. Tenían que comprar solamente café, pan y leche, que serían llevados a una persona que necesitaba los alimentos en un hospital, según lo que dijo Gladys camino al Ycuá. Rápidamente recogieron todos los productos y fueron a la caja. Un domingo de mañana como cualquier otro en un supermercado de Asunción, largas filas, familias enteras recorriendo, niños, abuelos, jóvenes…

En la fila de la caja, a metros de la salida principal, fue cuando escucharon las explosiones. En cuestión de minutos, partes del techo se caen y las luces se apagan. Gladys y María tomaron a Tatiana de las manos y corrieron desesperadamente hacia la salida que estaba a tan solo metros de ellas. La pequeña tropezó y cayó en el suelo, y en ese momento perdió de vista a las dos mujeres, en medio del denso humo que anunciaba el fuego que se aproximaba desde el patio de comidas, donde ocurrió la explosión.

Tatiana se arrastró hasta una góndola de bijouteries, donde se refugió durante más de dos horas. No podía caminar, porque parte del techo se cayó sobre su pierna derecha, no podía gritar, apenas podía respirar. Se quedó allí, con las pocas fuerzas que le quedaban.

“Lo más terrible era escuchar los gritos, ver como todo se inundaba, el fuego hacía antorchas humanas de la gente. Era tan terrible, lo único que se veía era fuego y gente suplicando un minuto más de vida. Familias enteras abrazadas”, cuenta Tatiana, siendo ya una joven de 17 años.

Cuando sentía que estaba por quedar sin fuerzas, un bombero de la policía llega junto a ella. El hombre notó que Tatiana estaba con vida, entonces la alzó en sus brazos y la sacó a través de uno de los boquetes que se hicieron en las paredes del supermercado, ya que los dueños ordenaron que las puertas se cierren. Esta mortal e inhumana decisión hizo que Gladys, vecina de Tatiana, muriera quemada a metros de la puerta principal. Su hija sobrevivió, pero quedó con serias quemaduras en toda la espalda.

El bombero Edgar Bogarín, quien ahora ya es suboficial mayor, fue quien la tomó en los brazos y le salvó la vida. Lo primero que Tatiana le dijo fue “papá, dame agua”. Inmediatamente puso agua en su mano y le hizo beber unas gotas. La llevó hasta una patrullera, que llevó a la niña al Sanatorio Santa Bárbara, donde recibió los primeros auxilios.

Bogarín, sin saberlo, le devolvió la vida a Tatiana. Ella, lo llamó papá casi por instinto, ya que en realidad no conoce a su padre biológico.

En el Santa Bárbara intentaron sacarle el plástico que tenía en la pierna, que estaba completamente destrozada por el fuego y los golpes del techo que se le cayó encima. En el resto del cuerpo afortunadamente tenía solo algunos “salpicones”, ya que la góndola donde se refugió le protegió la parte superior del cuerpo. Los médicos del sanatorio no lograron sacarle los restos que tenía en la pierna, por lo que le derivaron luego al Centro Médico Bautista.

A pocas cuadras del supermercado, la mamá de Tatiana, Judith Gabaglio, caminaba sobre la calle Lombardo rumbo a su trabajo, cuando vio la desesperación en las calles, y a lo lejos, el humo que provenía del edificio siniestrado. Fue corriendo a la casa de Gladys, a preguntar a qué supermercado habían ido con su hija, ya que también en las cercanías había otro.

“Okái Ycuá Bolaños” (Se quema el Ycuá Bolaños), le dijeron a Judith, y le cambiaron la vida. Inmediatamente llegó hasta la zona del siniestro, con su pareja y padrastro de Tatiana, esperando lo peor. La esperanza volvió para ella, en medio de la alfombra de cuerpos, los llantos, los heridos, las quemaduras… Un conocido le dijo que “alguien” llevó a Tatiana a un hospital, y que le vieron ser rescatada con vida. La niña dio el teléfono de sus abuelos en el sanatorio, y los encargados se comunicaron así con su familia.

Ya en el Centro Médico Bautista, Tatiana fue internada en terapia intensiva. Luchó por su vida en esa sala durante dos semanas, cuando finalmente pudo dejar la unidad e ir a una sala común. Sin embargo, lo peor aún estaba por venir.

Los médicos informaron a su familia que debían amputarle la pierna derecha para que pueda vivir. “Después de la terapia intensiva, luego de la amputación, fue como perder el sentido de la vida”, dice hoy Tatiana.

Los días posteriores fueron lo más difíciles. Las terapias psicológicas en el hospital, donde se quedó durante los siguientes dos meses, parecían ser inútiles. No quería comer, se quitaba las sondas, se hacía daño a sí misma. Tatiana sufría.

“Luego de mucho tiempo me di cuenta que la vida es una sola. Era más importante la vida. Eso me hizo retomar con mucha fuerza la lucha del Ycuá Bolaños. Es eso lo que me hizo lo que soy hoy”, declaró la joven.

Siguió las clases y exámenes de la escuela en el hospital y luego en su casa. Logró excelentes notas, y no se retrasó ningún año, a pesar de todos los tratamientos, operaciones, terapias y otras situaciones que tuvo que atravesar durante el proceso de recuperación. Parte importante de este cambio en Tatiana fue gracias a su psicóloga Carmen Rivarola, quien también forma parte de la Coordinadora de Víctimas del Ycuá Bolaños. “Ella es mi segunda mamá”, dice Tatiana.

Asombra ver la manera en la que Tatiana asumió todo lo que pasó, a pesar de que lógicamente todavía duelen los recuerdos. Se la ve llena de vida, con tantas ganas. “Desde ese momento cambió mi vida, pero no para mal, sino para bien”, dice ella.

Tatiana fue creciendo, y al convertirse en una joven fuerte y activa, se comprometió con la causa Ycuá Bolaños. Está en el último año de la secundaria, en el Colegio Técnico Javier. Allí, también muestra su compromiso social, siendo una sobresaliente activista estudiantil. El año pasado, fue presidenta del Centro de Estudiantes, y actualmente, se desempeña como coordinadora ejecutiva de la Federación Nacional de Estudiantes Secundarios (Fenaes).

Al cumplir la edad necesaria, asumió la noble tarea de servir como brigadista en el Cuerpo de Bomberos Voluntarios del Paraguay (CBVP), en honor al bombero que le salvó la vida, y a todos los que estuvieron arriesgándose el 1 de agosto de 2004. “Más que nada la consciencia de querer salvar más vidas. Es una forma de aportar mi granito de arena al mundo. El voluntariado es lo más hermoso que puede haber”, reflexiona la joven de 17 años.

Si se trata de superar obstáculos, el ejemplo de Tatiana es ideal. Con una prótesis en la pierna derecha, lleva una vida normal y realiza las mismas –e inclusive más– actividades que cualquier adolescente de su edad. Juega básquetball ocasionalmente y planea su vida universitaria.

Estudiará psicología, para seguir ayudando a las otras víctimas de la tragedia, quienes diez años después, aún necesitan y necesitarán ayuda y contención. “Quiero ayudarles como mi mamá del corazón me ayudó”, dice. También quiere incursionar en la política, hasta ser, por qué no, Presidenta de la República. “Quiero un país justo, un país con equidad, con mayor igualdad de oportunidades para todos y en donde la justicia realmente no sea solo de algunos”, manifiesta, con una admirable seguridad, poco común para una joven de su edad.

Los primeros tiempos luego de la tragedia fueron durísimos para todos. Suicidios masivos, familias destruidas, cientos de niños huérfanos, tratamientos dolorosísimos. Hay víctimas que hasta ahora no son capaces de pasar frente al supermercado, y mucho menos entrar en el memorial montado en una zona del siniestrado edificio, cuenta Tatiana.

Para ella, es diferente. Llamativamente, estar en el memorial, le da paz. “Acá estoy con los 400 ángeles”, dice, refiriéndose a todos los fallecidos en la tragedia, cuyos nombres cubren las paredes del salón, que todavía tiene rastros del incendio.

“Es una herida sangrante, cuesta muchísimo, cuesta entender. No todos nos tomamos la vida como debería ser. Están decaídos todavía, las ganas y las fuerzas se van acabando a diez años. Creo que muchos dijeron basta, no podemos seguir con esta farsa de la justicia”, lamenta Tatiana.

Una década después de la tragedia más grande que sufrió el Paraguay en tiempos de paz, “pareciera que vivimos en un Ycuá Bolaños gigante”, dice la joven. Gestión de riesgos en edificios, seguridad, consciencia social, justicia, nada cambió. La “lección” no se aprendió.

“Pareciera que fue ayer. Con eso ya te digo todo”, dice Tatiana al hablar de lo que se hizo en diez años del feroz incendio. “No hay mayor seguridad, no hay mayor consciencia, el paraguayo no tiene memoria. No pude asimilar que su vida corre riesgo”, dijo. Con respecto a la “justicia”, para la joven esto está aún más distante.

“No puedo entender el sistema judicial paraguayo, el sistema de injusticia paraguayo, mejor dicho, que hace décadas está, la que tanto nos jugó, la que tanto nos pisoteó. No puedo entender cómo puede haber abogados tan inescrupulosos, para dañarnos, quemarnos, matarnos una y otra vez. ¿Cómo es que esos asesinos de los 400, que mataron por el dinero, ahora por ese mismo dinero estén comprando su salida?”, lamentó, refiriéndose a la intención de los Paiva de lograr la libertad condicional, tras cumplir una parte de su condena.

Recuerda que justamente por dinero, ese trágico 1 de agosto de 2004, se cerraron las puertas.

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