El Paraguay por el que no lucharon

El calor y la falta de agua resultaron, a lo largo de la guerra, tan adversarios como los bolivianos. Pese a esto, el soldado paraguayo luchó por un Paraguay libre, mejor para sus hijos. A 78 años, algunos no imaginaban el país que ven hoy sus ojos.

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Una mañana, a finales de 1932 (dice que no recuerda cuándo), unas personas vestidas en color caqui llegaron hasta la olvidada comunidad conocida hoy como Corpus Cristi, al norte de Canidenyú.

“Tenemos que defender a la patria”, dijo uno de los oficiales, menciona don Arsenio Benítez en guaraní, al rememorar el día en el cual él, y otros 100 jóvenes y adultos de su pueblo, fueron enviados hasta el árido territorio chaqueño ante el ingreso de tropas bolivianas a la región occidental.

“Era jovencito en ese entonces. Tenía recién 15 años”, indica don Benítez, mientras se acomoda difícilmente para relatar su historia.

Cuenta que vivió los tres años que duró la Guerra del Chaco (1932-1935). En sus retinas siguen impregnadas imágenes de sufrimiento, proezas, sangre, muerte y también alegrías, pero en pocas, pocas ocasiones.

“Formaba parte de la Regimiento Infantería Nº 2 “Ytororó”. Con un mosquetón en mis manos me iba al fondo del Chaco con mis camaradas”, relata el excombatiente, con mucha lucidez.

Para la batalla, el ejército paraguayo desplegó unos 120.000 soldados, en comparación a los 250.000 uniformados bolivianos.

“Nosotros teníamos menos armas, menos equipos que ellos mientras más se extendía la guerra. A veces solo nos manejábamos con machetillos, pero teníamos la inteligencia que les faltaba a ellos”, valora don Benítez, presumiendo de la astucia guaraní.

Una intensa tos repentinamente lo abrazó. Se tomó una pausa. Luego, continuó la conversación.

Sacó a flote varios pasajes de su historia, momentos en los que creyó que Dios no estaba entre ellos en ese sangriento escenario.

“En tu frente tenías cientos y cientos de fallecidos. Eso no debía importarte. Solo tenías que avanzar. A veces veías cuerpos decapitados de bolivianos caminar varios pasos entre los cadáveres antes de desplomarse. Algunos de mis compañeros quedaban dementes por meses a ver eso. Se asustaron. Pero no importaba, el ejercito paraguayo tenía que avanzar y avanzar”, sostiene con firmeza, sin dejar que sus ademanes se despeguen de sus comentarios.

Pasaban los meses, que se convertían en años. El hambre ya hacía chillar el estómago y las provisiones no eran suficientes. El intenso calor en las picadas causado por aquel sol, testigo mudo de la contienda, hacia que la boca este tan seca como el crudo suelo chaqueño, adornado por la vegetación espinosa, quebrachos y filas de “karanda’y”.

“Nosotros que somos campesinos, sabíamos que el Karaguata’i tiene sus raíces gruesas con agua. Cavábamos para encontrar esas raíces. Chupábamos su agua para calmar un poco la sed. Los bolivianos no pillaban eso”, dijo, mientras recordaba aquel padecimiento.

El idioma guaraní también fue fundamental –comenta–, ya que las estrategias eran planeadas durante la pelea, frente a las tropas enemigas, que no las entendían.

Pero a principios de 1935, durante la Campaña de Parapití, cuando el ejército tricolor desarrollaba una ofensiva para expulsar a las tropas bolivianos hacia la ciudad fortificada de Charagua, en Santa Cruz de la Sierra, don Benítez resultó herido en el brazo derecho por el impacto de un mortero.

“A lo lejos ya se ve cuando viene. Me tiré en un canal, pero mi brazo no entró del todo y casi me lo destroza”, asegura, mientras muestra las cicatrices a la altura de su codo. “Me atendieron cuatro doctores y un mes después ya volví a combatir”, agrega, con aires de quien alardea su valor.

Finalmente –recuerda– llegaron a sus oídos, no el sonido del rugir de las bombas, de las metrallas o del zumbido de las balas, sino de gritos que proclamaban la conclusión de la guerra, desde bocas alegres de soldados paraguayos y bolivianos. “Nos alegramos tanto”, subraya.

Hoy, a sus 96 años, sentado en una pequeña banca, el héroe de la guerra ve pasar sus días tan rápido como el correr de los segundos. Observa cada mañana el gran patio que se extiende a lo lejos en el cuartel La victoria, ubicada en San Lorenzo, en donde se aloja hace varios años, al igual que otros cuatro compañeros de guerra.

La luz de sus ojos azules como el cielo se va apagando. Cambió la expresión entusiasta de su rostro que acompañaba el narrar de su pasado. Se frota las manos lentamente, dejando ver con claridad las motas marrones en su piel. “Cambiaron mucho las cosas”, lamentó, con voz seria.

Dice ver diariamente las noticias. “Hay muchas cosas feas. Nosotros no pensábamos que esas cosas pasarían ahora. Hay mucha corrupción en el Paraguay, politiqueros, jóvenes que nos respetan a sus padres, que roban a los trabajadores”, lamenta, mientras otra un fugaz ataque de tos lo invade nuevamente.

Confiesa que le gustaría un cambio de actitud por parte de la ciudadanía, y en especial de las autoridades. Les pidió patriotismo.

El 12 de junio se acerca, fecha en la cual se recuerda la firma del Tratado de Paz con Bolivia en el año 1935.

“Siempre en estas fechas nos visitan, algunos traen regalos, nos agradecen, pero el aprecio nos sobra”, asevera don Benítez, con tono firme.

Pide mayor atención y paga para los excombatientes por haber defendido el territorio nacional,. Reclaman no ser marginados.

“Pensamos que iba a ser muy grande el reconocimiento, pero no. Mediante nosotros las autoridades mandan. Estos coroneles, generales, no estarían ocupando sus cargos si no era por nuestro esfuerzo. Si no hubiéramos ganado, seríamos hijos de bolivianos; si no nos hubieran matado, nos tendrían como trapo”, asegura tajantemente.

El excombatiente, don Benítez, quien vio la muerte de compañeros y enemigos por defender parte de la patria, hoy exclama mayor paga para que él y sus pocos camaradas puedan vivir bien, por lo menos, los últimos respiros que la vida les otorga.

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