Retrospectiva: “Día de la Independencia” (1996)

A pesar de las apariencias, uno de los más taquilleros éxitos de los '90 no es solo un espectáculo vacío.

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Películas como Día de la Independencia, el impresionante despliegue de efectos especiales en forma de película que Roland Emmerich trajo al mundo en 1996, representan para muchos críticos todo lo que está mal con el Hollywood de las superproducciones y las decenas de millones de dólares en presupuestos: un avasallador espectáculo de luces y sonidos sostenido en personajes planos y una historia llena de clichés que un crítico estereotípico diría busca adormecer en vez de estimular.

Y no es que no haya mérito en quejas como que los personajes son simples arquetipos en vez de personas con profundidad, o que el argumento del filme es simplista y por momentos risible. Pero en Día de la Independencia eso parece no el producto de una ineptitud, sino la intención.

La premisa era sencilla: una flota invasora de gigantescas naves extraterrestres llega hasta la Tierra y se posa sobre algunas de las mayores ciudades del planeta, y no pasa mucho tiempo antes de que se revele que sus intenciones no son amistosas. Hay algunos giros para darle personalidad propia – el diseño de las naves alienígenas era único sin dejar de suscribir a la imagen de “platillos voladores” que es la iconografía por defecto de “extraterrestres” en la cultura popular, los escudos que presentan un reto extra para el armamento terrestre, entre otras cosas – pero por lo general es la misma trama de invasión alienígena que el cine proyectó en innumerables pantallas durante décadas antes de los '90.

Como la trama en sí, los personajes a los que seguimos también son simples estereotipos andantes, arquetipos amplios e inmediatamente identificables: el capitán Steven Hiller (Will Smith), heróico sin ser un bruto; David Levinson (Jeff Goldblum), el experto en informática que vio venir el ataque y al que todos debieron escuchar; Russell (Randy Quaid), un campesino alcohólico y paranoico; y el presidente Whitmore (Bill Pullman), un veterano de guerra que es heroico que a la hora de la verdad él mismo se sube a la cabina de un avión de combate para dar guerra a los invasores.

Y es en la figura de Whitmore que, posiblemente, yace el corazón de Día de la Independencia, que sí lo tiene. A primera vista la idea del presidente de los Estados Unidos dando un discurso, con todo y música conmovedora de fondo, en el que el 4 de julio, el día de la independencia de ese país, es recontextualizado como el día de la salvación del mundo, antes de liderar él mismo la batalla final en un caza tan icónico de las fuerzas aéreas estadounidenses que bien podría estar empapelado en las franjas y estrellas, suena como lo más empalagosamente “pro-yanqui” jamás puesto en una pantalla de cine.

Pero el director Roland Emmerich, quien no solo no es estadounidense sino es parte de una minoría universalmente discriminada al ser homosexual, se inspira no en la realidad física de Estados Unidos, sino en su ideal, en esa idea de una nación que alberga en igualdad y unidad a todos los credos y razas, ese ideal que nunca logró realizarse.

En su muy interesante defensa de la película, el crítico Bob Chipman – cuyo video, debo admitirlo, es la principal inspiración detrás de este texto – recuerda uno de los proyectos menos conocidos de Emmerich, el filme de 2011 Anonymous, una película sobre la teoría (mayormente rechazada) de que William Shakespeare era solo un prestanombres para el verdadero autor de las obras que se le adjudican, Edward De Vere, un conde que, de acuerdo a lo que postula el filme, buscaba afectar cambios sociales intentando mover a las masas comunes a la acción por medio de obras con mensajes amplios y sencillos.

Chipman postula que Emmerich se ve a sí mismo como un equivalente a la versión de De Vere que esa película muestra, un creador de entretenimiento masivo que busca seducir al público con espectáculos vistosos que esconden mensajes sencillos pero concretos detrás, y una mirada rápida a su filmografía hace difícil refutar eso: El día después de mañana y 2012 están cargados de llamados a la unidad y solidaridad, y advertencias ambientalistas, y El Ataque muestra a Jamie Foxx en el rol de un obvio análogo de Barack Obama peleando contra una amenaza que se compone de militares sedientos de sangre y un complejo militar-industrial hambriento de guerra.

La cantidad de formas, sutiles y no tanto, con las que Emmerich – quien, después de todo, suele tener toda la sutileza de un martillo hidráulico – refuerza la idea de “unidad” en Día de la Independencia es enorme; los momentos de mayor oscuridad y desesperanza en el filme suelen tener a personajes encuadrados en solitario, y las escenas en que las cosas van para bien suelen incluir grupos; la humanidad solo logra unirse para una ofensiva coordinada contra los extraterrestres luego de que estos destruyen grandes e icónicas ciudades y monumentos, borrando fronteras artificiales entre la gente; en un momento en que todo parece perdido, un grupo de personas de distintas razas se reúne junto a un hombre que reza en hebreo; Russell, que a primera vista parece el típico "hillbilly" inculto y racista del cine, tiene una familia cuyos hijos tienen rasgos claramente latinos.

Parafraseando a Chipman, la bomba atómica, el símbolo principal de poderío destructivo absoluto (particularmente en lo que respecta a Estados Unidos, el único país en la historia que usó bombas atómicas en combate), en la película sirve de absolutamente nada contra los extraterrestres, que finalmente son derrotados por los esfuerzos conjuntos de un “nerd” judío que logra desactivar sus escudos, un piloto afroamericano que quiere ser astronauta, el presidente de los Estados Unidos, y un granjero de familia interracial durante una maniobra de combate simultánea de decenas de países alrededor del mundo.

Aún con todos sus defectos – y tiene un montón – Día de la Independencia no deja de ser una película interesante, para nada un espectáculo vacío. Es un “blockbuster” de una era en que este tipo de filmes eran más optimistas, en que al final el mundo adquiere un sentido de unidad que bien podría convertirlo un reino de fantasía más cercano a Narnia o la Tierra Media que a nuestra Tierra.

En la década pasada, el “blockbuster” hollywoodense se volvió más pesimista, teñido de oscuridad y ambigüedad moral por la forma en que el mundo cambió en setiembre de 2001. Y si bien eso ha dado interesantes ejemplos de entretenimiento popular, también puede haber profundidad en la fantasía de un mundo mejor; diría que en la actualidad, el mensaje de unidad, de “podemos lidiar con esto si trabajamos juntos” que Día de la Independencia tenía en su centro en 1996, y que recientes películas como Titanes del Pacífico y Misión Rescate han suscrito, es importante, o como mínimo no hace daño.

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