Tradición que se resiste a dejar el cielo

No importa el tamaño, diseño o color. Lo trascendental es que vuele lo más alto posible. Era y sigue siendo una manera divertida y sana que acompaña cada año a los vientos de agosto. Una tradición que se resiste a dejar el cielo.

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Con el ingreso del octavo mes del año, más de uno recordará haber construido alguna vez su propia pandorga o barrilete cuando niño, desde el diseño básico con dos varillas (con forma cuadrada o rectangular) o más, y haber salido a la cancha o plaza del barrio a intentar hacerla volar. Otros simplemente la compraban.

Sea el caso que fuera, la intención y deseo de todo menor era darle la mayor cantidad de cuerda posible para que se eleve más y más alto, favorecido por el clima característico de agosto.

La competencia en ese sentido era infaltable, ya sea en la calidad y diseño de las pandorgas o en la altura que podían volar. Fueron jornadas que a muchos de nosotros cuando niños nos hicieron pasar largas horas al aire libre, rodeados por la infaltable "agosto poty" (flor de agosto), contemplando el cielo.

Había quienes, parados, sentados o acostados, preferían atar el hilo de sus pandorgas a sus brazos o pies para mantener al barrilete en el aire. Otros simplemente optaban por atarla a algún arbolito que se viera resistente.

Era y sigue siendo una tradición divertida, aglutinante y sana, que cada año va en decadencia por el avance de la tecnología, que ofrece una variada gama de juegos electrónicos, la urbanización, entre otros factores.

Don Erico Gómez (60) es un vendedor ambulante que desde hace 40 años se dedica a la comercialización de frutas, verduras, banderas y también pandorgas en esta temporada en su humilde puesto ubicado sobre la Avda. Humaitá, en el microcentro de la ciudad de Luque.

“Las cometas y luceros vendo a G. 10.000 cada uno y la pandorga más chica a G. 5.000”, contó el vendedor en idioma guaraní, exhibiendo los variados diseños que ofrece.

Dijo que cada año la venta de los barriletes va en descenso. “La vida está más cara ahora. Quizás por eso no se compra más como antes. También los niños están más interesados en estos tiempos en videojuegos y cosas así”, analizó.

Según cuenta, cinco años atrás en su local vendía un promedio de 300 pandorgas por semana, y en la actualidad el monto se redujo a unas 40 de manera semanal. “Esto solo si el tiempo es muy lindo y si estamos cerca del Día del Niño”, concluyó.

El paso del tiempo ha ido desplazando cada vez más a las pandorgas, un fenómeno que se observa en todo el país.

Es así que unos jóvenes, e incluso adultos de la ciudad de Encarnación, en 2011, se reunieron para volver a disfrutar del aire libre y recordar la niñez con el vuelo de los barriletes.

El grupo se consolidó en su intención de transmitir a los menores de hoy lo positivo de este entretenimiento, para lo cual se conformó la Asociación de Pandorgueros de Itapúa (Apudi).

“Este es un entretenimiento sano, que aglutina a la familia. La asociación se formó para mantener esos valores”, explicó Daniel Ramírez, vicepresidente de Apudi.

Contó que la asociación es sin fines de lucro y enseña a los niños de Encarnación a construir diversos tipos de pandorgas con materiales tradicionales hasta con la utilización de nuevas tecnologías. El objetivo: volver a ver pandorgas en lo alto del cielo.

“En marzo de este año tuvimos nuestro concurso de vuelo de pandorgas en la playa San José de Encarnación. Hubo mucha gente, muchas familias reunidas”, relató Ramírez.

Asimismo, dijo que hace unas semanas hicieron volar un barrilete de 14 metros de largo en forma de dragón, lo cual fue todo un espectáculo.

Además, tienen previsto participar de una competencia en Posadas, Argentina, donde se premiará a las pandorgas más originales.

“Es un hecho que la tecnología afecta esta tradición, pero nosotros seguimos igual en nuestro objetivo”, subrayó.

También en la Costanera de Asunción, el pasado mes de julio, se realizó un concurso de vuelo de barriletes, con el único objetivo de recuperar una tradición que se resiste a dejar el cielo.

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