“Viaje al centro de la mente“, la otra cara de Julio Verne

Además de ser uno de los escritores más leídos de los dos últimos siglos, Julio Verne cosechó fama como profeta de la ciencia, pero sus famosas obras siempre partieron de pequeños hallazgos científicos de su época que después novelaba.

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SEVILLA, España (EFE, por Alfredo Valenzuela). La otra cara de Julio Verne (1828-1905) puede encontrarse en el libro “Viaje al centro de la mente”, un volumen en el que la editorial Páginas de Espuma ha reunido los ensayos literarios y científicos del genial escritor francés, en algunos de los cuales está el germen de las que luego serían sus más famosas obras.

Estos ensayos, artículos, discursos y conferencias “demuestran que Verne estaba al día, que estudiaba también mucha geografía y que estaba al tanto de hechos científicos más o menos estabilizados en su momento”, explicó a Efe su traductor Mauro Armiño.

Esos hechos los desarrollaba luego en sus narraciones junto “con sus imaginaciones”, hasta el punto de que muchas de ellas acertaron con el paso del tiempo, como el viaje del hombre a la Luna, que hubo de esperar un siglo para verse confirmado.

Las conferencias y discursos de Verne reflejan “al buen burgués provinciano, que fue concejal y que asistía a los actos sociales, y también las representaciones institucionales que ostentó”, algunas de ellas en academias científicas, otra evidencia de que “no todo era inventado” en sus novelas.

Estos discursos muestran también al “conservador burgués que colaboró con el Partido Socialista francés, de cuyas listas electorales formó parte, como adepto a un socialismo burgués, muy conservador en cuanto a las costumbres”, indicó Armiño.

El autor de “Cinco semanas en globo”, “De la Tierra a la Luna”, “La isla misteriosa”, “Viaje al centro de la Tierra” y “La vuelta al mundo en 80 días” fue, en palabras de su traductor al español, “un señor de bastón y frac en cuanto a las relaciones humanas, que se acomodó a propuestas burguesas que ya estaban superadas por otros escritores burgueses no tan conservadores como Balzac”.

Armiño asegura que con la lectura de estos textos “se puede redondear la figura de Verne” como un hombre “avanzado en conocimientos científicos”, como alguien que “solo lee revistas científicas y apenas frecuenta a los novelistas de su época”.

“Flaubert y Stendhal son mucho más avanzados en su visión” social y humana, hasta el punto de que –recuerda Armiño– “Marx dijo que Balzac era quien más le había enseñado sobre la sociedad y sobre cómo las relaciones humanas se basan en el dinero pura y simplemente”.

Uno de los textos más curiosos recogidos en este volumen es en el que Verne da cuenta de un viaje en globo, una experiencia que no volvió a repetir porque, aunque en el texto elogia la pericia y la experiencia de mil vuelos similares del capitán que lo dirige, tuvieron un aterrizaje que no fue precisamente suave.

Para aquel viaje en globo, explica Armiño, lo convenció el fotógrafo Nadar, autor de los mejores retratos de los artistas de su generación, y que además de fotógrafo fue caricaturista, ilustrador y aeronauta.

El primer bloque del libro, que agrupa las “Crónicas científicas” –sobre navíos aéreos, locomotoras submarinas y tejidos incombustibles, entre otros asuntos–, es el de mayor valor literario para Armiño porque es fruto de la faceta de Verne como divulgador científico: “Empleó su capacidad imaginativa en la divulgación de los avances científicos”, indicó.

El traductor recuerda que las obras completas de Verne se publicaron en Francia en 1927 y que desde entonces, aunque se reimprimieran en ocasiones, nunca se habían revisado.

La reciente llegada de Julio Verne a la canónica biblioteca de La Pléiade, añade Armiño, “le ha sentado mal a algunos y ha irritado a otros” en Francia porque su literatura se ha considerado como “literatura popular o novela de aventuras”.

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