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Esta era una cita ineludible y se notaba que esta vez se congregó en el Teatro Municipal “Ignacio A. Pane”, como diríamos, “todo el mundo”, desde músicos, estudiantes, hasta amantes de la música y no solo de este estilo. Eso podíamos inferir por ver entre el público a personas de todas las generaciones, vistiendo desde camisas elegantes hasta vaqueros o remeras de bandas de rock. La convocatoria de Yamandu pasa por el simple hecho de compartir pasión musical y de esperar ser hechizado por su ángel.
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Habiendo pasado unos minutos luego de las 20:00 subió a escena el MbarakaTrío, una representación nacional que estuvo a la altura de esta especial ocasión, donde la música llegó a lugares sublimes, de inevitable conexión con eso espiritual más allá de lo que podemos ver, solo sentir.
Con pulcritud, exactitud y con visible emoción, el grupo integrado por los guitarristas José Carlos Cabrera, Favio Rodríguez y Rodrigo Benítez Vargas, entregó obras como “Don Pérez Freire”, “Mbarakatu”, “El barrio, el candombe”, “Che trompo arasá”, y otras.
El brillo en sus ojos coincidía con lo que tocaban, ya que incluso Rodrigo contó que la última vez que vino Yamandu al Paraguay, en 2016, ellos también tocaban pero en otro escenario. “Fue la primera vez que quise faltar a mi propio concierto”, bromeó el músico, pero sin dudas la vida sabe conspirar y esta vez el trío tuvo su dulce revancha, más que coronada, porque la gente los aplaudió con brío.
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Y las emociones estaban así, revoloteando por el aire, tanto que se podía sentir la ansiedad y la felicidad de cada asistente. El telón se cerró y el bordó y dorado de los hilos parecían acrecentar la alegría. Unos minutos después volvió a abrirse y vislumbramos una silla, micrófonos, al costado una mesita con un mate y un termo. Pronto, con pasos simples, vistiendo camisas y pantalones holgados y un largo chal entró Yamandu, subrayando una simpleza de humanidad, tanto que uno no puede creer que de tan sencillo semblante salga tremendo talento, uno que no pertenece a esta dimensión.
La gente rugió, los aplausos fueron estruendosos y él, parado con su guitarra en la mano, enseguida agradeció con reverencias. Pronto se sentó y empezó la función de magia. Ni bien empiezan a sonar las primeras notas todo tiene sentido, Yamandu nos tiene hipnotizados y el universo que se nos presenta frente a los ojos es ese donde soñamos que entramos dentro de su guitarra, porque de la forma en que interpreta, podemos sentir la música en todo el cuerpo. Su sonido estremece y conmociona.
“Mangoré”, una composición propia de él, fue la elegida para comenzar un viaje en el que no dejó de alabar nuestro país, de resaltar su amor por estas tierras, un amor que asombra y que infla el pecho, justo en tiempos inciertos, esto llega como un recordatorio.
Es que, según rememora constantemente, su padre tenía un gran cariño por Paraguay y una admiración por nuestro idioma guaraní. Yamandu destaca que su nombre, incluso, proviene del guaraní. Buscando, veo que significa “el precursor de las aguas”. Y es como que el nombre ha decidido su destino antes de que él pueda decidir, porque su tocar fluye como si fuera la fuente misma del sonido.
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Tras más aplausos pone la guitarra aún más cerca de su pecho, la abraza, recuesta su cabeza y toca la milonga “La invernada”, acunándonos y llevándonos por una expedición por nuestra propia región, enviándonos no solo a rincones geográficos con los ritmos, sino hacia un viaje interno, por nuestra propia identidad como sudamericanos.
“Voy a tocar un samba. Un samba”, repite y se ríe, insistiendo en que se trata del género musical brasileño. Así llega “Força”, donde toca, silba, se mueve sobre su asiento, se balancea, como también mostrándonos que la guitarra lo posee a él mismo y él se convierte en guitarra o la guitarra se convierte en Yamandu. Posa un pie sobre el otro, sigue silbando y tararea con los ojos cerrados, aunque más tarde los abre bien grandes, como buscando también la energía de la gente. Abre las compuertas y brotan las notas como manantial imparable, y todos estamos más que dispuestos a saltar al agua y dejarnos llevar.
Entre tema y tema van y vienen los sorbos de mate, mientras comenta que estuvo por el mercado 4 comprando insumos para cuidar sus uñas. Bromea, y recuerda también que su mate esta vez tiene una mezcla de yerbas, de Paraguay y Brasil, algo que lo sorprendió y que le gustó, agradeciendo al embajador del Brasil por la sugerencia.
Luego pide perdón porque dice que se atrevió a cantar para un nuevo disco en el que está trabajando y que sale este año. La gente solo ríe porque sabe que su modestia lo hace aún más grande. Todos esperan sorprendidos y comienza “Paraguaita”. Como si todo ya no fuera suficiente, es una canción inspirada en nuestro país. La emoción sobrepasa y seguro alguna que otra lágrima recorre, al escucharle cantar tan dulcemente sobre nuestro país.
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“Samba pro Rafa” sigue en el repertorio y Yamandu se toma también el tiempo de recordar que la música une a los pueblos, que es como un filtro que nos identifica, así como desde el humor hasta la comida. Y es tan real, porque ahí estábamos ante toda esta música que nos configura como sudamericanos, riéndonos, como si los antiguos dolores que nos marcaron no importaran y todo lo que importa son las historias que creamos a partir de lo que sanamos. Y es ahí donde la música nos ayuda.
“Odeón” fue otro tema que sumó al repertorio, y hasta ahora citando, quien no estuvo ahí pensaría que son pocos temas, pero la verdad es que cada uno es una aventura diferente, con sus propias ramificaciones, como un torbellino que se va llevando todo lo que encuentra por el camino y se hace más grande. Así son estos temas que explotan como fuegos artificiales de colores porque Yamandu domina todos los matices de su instrumento.
Cambiando y cambiando de afinación, nos habló de una específica que tocaría y que le remitía al gran paraguayo Efrén “Kamba’i” Echeverría. En esta afinación escribió “El arranque”, un día así nada más. Fue aquí cuando nos entregó una creación que brotó de su cotidianeidad, de esos días donde o está compartiendo una rica comida con su madre o está simplemente disfrutando la vida misma.
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Un poco cerca del final, y como gran acto de generosidad, eligió compartir escenario con el también gran guitarrista argentino Facundo Rodríguez, con el que hizo una serie de temas a dúo, en lo que fue una verdadera conversación de amistad y de admiración, un intercambio de energía fenomenal, donde cada uno lució su paleta sonora.
Temas como “Clarita” o “Che kamba resa jajái” fueron más ingredientes que Yamandu añadió a este ritual, como esas especias, hierbas o yuyitos que mezclamos cuando queremos sanar o sentirnos mejor, tanto física como emocionalmente. Eso mismo pasó aquí.
“Vine hace tanto tiempo por última vez y espero que no vuelva a pasar tanto”, dijo, entre las tantas cosas que dijo, porque se comunicó mucho con la audiencia, haciendo bienvenidos a todos a su casa, que es el escenario. Tras largas ovaciones, sonrisas intercambiadas con Facundo y la alegría del compartir, aún faltaría que llegue lo más simbólico de la noche.
Se cerró el telón y la gente se quedó en sus lugares, parada de pie aplaudiendo, pidiendo más. La sorpresa enseguida pudo entenderse al ver más sillas en el escenario y al tener enseguida a Yamandu Costa, Facundo Rodríguez y a nuestro MbarakaTrío en uno de los diálogos más bellos que se ha dado con la música.
Antes Yamandu recordó algo que decía Tom Jobim, que los pájaros pasan por encima de las fronteras, como si nada, no hay límite ni designación política que los detenga. Y fue así que estos guitarrista de Paraguay, Brasil y Argentina tocaron “Maxixe” y “Danza paraguaya”, de Agustín Barrios.
La metáfora se materializó en ese escenario donde no existieron fronteras gracias a la música y estuvimos horas dentro de guitarras que difuminaron cualquier encierro. Es más, nuestras mentes se abrieron aún más y podemos ver todo con más claridad, pues sabemos que en la música tenemos una de las uniones más poderosas. Una unión que puede volvernos invencibles, como pájaros volando hacia un horizonte mejor.
Yamandu Costa conjuró, tiró el hechizo y fuimos pájaros en libertad, en una noche memorable gracias al Instituto Guimarães Rosa (IGR) Asunción, dependiente de la Embajada del Brasil.