En ocasión del Segundo Concierto Internacional de la Orquesta Sinfónica del Congreso Nacional (OSIC), que se celebrará este 13 de mayo en el Teatro Municipal Ignacio A. Pane, el director asumirá el reto de dirigir por primera vez en Paraguay la Sinfonía en do de Igor Stravinsky.
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En un contexto donde el arte se convierte en refugio, memoria y exploración espiritual, el joven director paraguayo Alejandro Ledesma Juvinel encuentra en la música una forma de existencia y de transformación.
El concierto, titulado “Figuración y forma”, no solo propone un diálogo entre épocas y estéticas, sino también rinde homenaje a la actriz Ana Ivanova, recientemente fallecida, figura clave en la vida artística de Ledesma y de la comunidad del arte de Paraguay.
El repertorio incluye también el “Prèlude a l’après-midi d’un faune”, de Debussy; el Poema Op. 25, de Chausson; “Tzigane”, de Ravel, y contará para las dos últimas obras mencionadas con la participación del destacado violinista Koh Gabriel Kameda (Alemania/Japón). Pero más allá del programa, el concierto se convierte en un espacio de memoria, afecto y comunión estética.

Figuración, forma y memoria: una lectura del pensamiento de Ale Leju
Alejandro Ledesma Juvinel (o Ale Leju, nombre artístico y con el que es reconocido en el mundo artístico y se reconoce a él mismo) habla de la música como si fuese un tejido entre la biografía, la experiencia colectiva y la exploración intelectual.
Su recorrido comienza desde la infancia y se bifurca en dos caminos: el de intérprete y el de creador. Esa segunda dimensión —la de la creación— se abre profundamente gracias a un encuentro con Ana Ivanova, quien lo empuja hacia una zona de incomodidad fértil: la improvisación, el teatro, la experimentación.
La figura del ruso Stravinsky, compositor complejo y enigmático, sirve de espejo para comprender el enfoque de Ledesma: la música no como expresión directa de emociones, sino como estructura viva que dialoga con lo espiritual, lo invisible, lo colectivo. Para Ledesma, dirigir es también un acto de mediación, de escucha y de apertura.
La entrevista que sigue recoge no solo sus ideas, sino también un estado del alma: la del artista que abraza lo íntimo como motor, que convierte el recuerdo en acto poético y que encuentra en la dirección orquestal una forma de entender la convivencia humana.

—Me gustaría empezar con la relación entre la música y tu historia personal. ¿En qué momento la música dejó de ser solamente un sonido y se convirtió en algo que querías usar para hablar a través de ella?
—Bueno, yo empecé cuando tenía 12. Y había sido después de un viaje que hice a Estados Unidos donde asistí a un concierto y eso me impactó. Al llegar a Paraguay lo primero que le dije a mi familia es que quería entrar en contacto con la música y a mi mamá le encantó, porque ella en algún momento de su vida recibió también educación musical y mi papá coral, entonces me apoyaron, fui al conservatorio, transcurrió el tiempo y en el 2004 por azar fui a la UniNorte, me ve Diego Sánchez Haase y me hace audicionar. Quedé.
Eso cambió simplemente mi enfoque de percibir la música como un estudio técnico, pasó a ser un campo de aprendizaje más complejo, ya no solamente un aspecto formal, porque pasó a ser parte de mi vida, porque también entré al plano laboral. Tenía 16 años, seguía siendo chico, totalmente sin experiencia, pero en UniNorte teníamos todo el tiempo repertorios ambiciosos. Ahí me marcó particularmente la Novena de Beethoven cuando tocamos y la ópera Tosca de Puccini. Yo me sentía una criatura en ese momento, a esa edad, era algo tan lejano, pero ahí encontré pertenencia, una suerte de comunidad.
Y no quiero dejar pasar otro momento, porque tengo dos vidas en la música, la de intérprete y la de creador. La última es la puerta más profunda y eso empieza en 2014 y está ligado muy fuertemente al concierto, porque ¿quién es la persona que me tira a salir de mi zona de confort? Ana Ivanova, a quien conozco en 2013. Ana me dice, hay una obra sobre Josefina Plá con Wal Mayans para el Juan de Salazar, y queremos un violinista. Y yo feliz porque estaba en ese momento pasando por una crisis. Había vuelto recién de un viaje de dos años, no encontraba círculo, estaba como de vuelta en la deriva y Ana me lleva junto a Wal. Yo empecé interpretando y Wal me decía “no me sirve”, pero en un buen sentido, en el sentido de que ellos me animaban a sacar algo que tenía adentro. Y desde ahí me empecé a lanzar con la improvisación. Pasó un largo tiempo cuando en 2018 empezamos a publicar nuestras obras con el Trío Blue, ya consolidado y con un estilo propio.

—Entonces, entre dirección, interpretación (que tiene toda una forma) y la composición (que es más libre) ¿qué te revela cada aspecto sobre vos?
—Me revelan la capacidad de todo el tiempo estar aprendiendo y transformando mi entorno. Eso creo que es algo que resalto mucho, porque donde sea que me pare puedo muy rápidamente leer el entorno, identificar las fortalezas, debilidades, y tengo una intuición muy fuerte para poder aplicar los conocimientos que fui adquiriendo. En ese sentido sigo descubriendo con la dirección, de que no se trata de la música, de la partitura o de las personas. No es que uno tiene una varita mágica que hace sonar, sino que tiene que invitar, convencer, fluir con la sinergia grupal, y sacar de esos recursos el mejor material posible. Y no hay idea preestablecida que vos te vayas a imponer, es solamente la que te pueda dar el entorno porque o si no es una cosa de choques.
Y hoy en día el mundo está también muy polarizado y la orquesta es como una pequeña muestra de la sociedad. Ahí estamos conviviendo y buscando una causa común, que es la producción de belleza, de emociones, de producir estructuras que son invisibles. Eso es lo más desafiante porque, bueno, creo que es un poco claro el por qué: nuestro país nos envuelve en un contexto duro, y a nivel global también.
Y un detalle no menor es que en el mundo de la música clásica trabajamos con obras que casi siempre son de periodos pasados y lejanos en tiempo y espacio, pero esas obras están en constante diálogo de vuelta con nuestra realidad. Ahí es donde el acto en sí se completa, cuando el público es capaz de tomar eso y apropiarse desde donde sea que pueda, aunque sea desde la emoción que hoy en día está tan desvalorizada o sobrevalorizada. Y ojalá también llegue al aspecto intelectual, al aspecto espiritual, pero desde donde sea que uno pueda conectar y apropiarse.
—Justamente algo que leía sobre Stravinsky es que él decía que la música es incapaz de expresar nada, sino que funciona a nivel de estructuras y relaciones, y que es la gente la que termina de dar su interpretación.
—Y de ahí también viene el nombre del concierto. Me encanta que hayas hablado de esto porque es dar la vuelta al concepto musical y reducirlo a algo que es morfológico en primer aspecto y en segundo aspecto que es cuasi estructural, porque la figuración es la capacidad de ir estableciendo valores. Es imposible hacer diagnósticos en base a los trabajos de los artistas pero Stravinsky no era convencional en su forma de percibir las cosas.
Es claro que él todo el tiempo estaba rompiendo los sentidos preestablecidos y eso de que la música no dice nada es muy significante, porque como te decía hace rato, casi siempre tendemos a reducirlo al campo de las emociones, y es justamente el aspecto más superficial de la música. Ojalá lograr pasar las emociones e ir al campo intelectual y ojalá espiritual (porque Stravinsky a pesar de ser un iconoclasta era muy espiritual) y de hecho en la primera página de esta sinfonía escribe “A la gloria de Dios” en un momento en el que se le murieron la mamá, la esposa y la hija en menos de un año.

—Y dirigir a Stravinsky no es algo común en Paraguay.
—Es que es un compositor muy difícil de abordar y todavía nos cuesta en Paraguay, porque es de un sentido rítmico muy complejo, pero ahora se dieron las condiciones y cuento con un equipo de primera. Y no quiero reducir a la obra, pero divierte mentalmente y hay que ir con la mente abierta para que algo se expanda.
—Y a nivel personal, ¿cómo fue tu relación con esta obra en particular?
—Mi acercamiento a la obra viene de que justamente en los últimos tiempos él es mi compositor favorito, desde que con la OSIC tocamos las Danzas concertantes en 2023. Obviamente mi puerta de entrada fue La consagración de la primavera, porque es una obra inagotable. Me conquistó porque rompe esa cosa rígida formal, eso duro, solemne, porque yo detesto lo solemne, la rigidez, lo serio.
—Y esa conexión con Ana Ivanova, ¿cómo se articula en este concierto?
—Yo quiero que le dediquemos la ovación más fuerte posible esa noche a su figura, a su recuerdo, a su legado. Lo que me mueve a hacer todo esto es la gratitud de lo que ella vio en mí cuando yo no era nada. Ella me animó y no es que se acaba ahí, fue una de mis mejores amigas, siempre me supo entender. Y creo que no solo a mí me marcó, a donde iba buscaba dar o sacar lo mejor. Muchas veces de donde no tenía sacaba algo para dar. ¿Qué más podría dar que simplemente homenajearla? Algo tan pequeño al lado de lo que podría ser abordar su legado, su figura, la persona que fue que no está para nada separada de la artista que fue. La música de Stravinsky es muy espiritual y hay algo en todas las piezas que es un concierto metafísico y por ahí creo que nos encontramos con la vida. Hay que celebrar los caminos, los encuentros, la gratitud me mueve. Lo del homenaje es lo mínimo que podía hacer. Pero como sociedad apenas estamos procesando su vacío. Personas como ella ya se quedan adentro a habitarnos.
Así Ale no se presenta como un director que impone, sino como alguien que escucha, que se deja afectar por el entorno y que concibe la dirección como una negociación sensible.
El pensamiento de Stravinsky le sirve para articular una mirada sobre la música más allá de la emoción: como estructura, forma y acto espiritual. Al preparar este concierto, Ledesma se reencuentra con su admiración por lo artesanal, lo complejo, lo no solemne. Y al mismo tiempo, devuelve todo lo aprendido como un acto de agradecimiento.