Toquinho en Asunción: cuando la nostalgia y la alegría bailan al ritmo de canciones inmortales

El músico brasileño Toquinho se presentó anoche en el Salón de Convenciones del Banco Central del Paraguay con su espectáculo “El arte del encuentro”. Acompañado por la exquisita voz de Camilla Faustino, ofreció un recorrido emotivo por la bossa nova, la samba y los grandes clásicos que marcaron su carrera. El recinto, colmado de espectadores, vivió una velada íntima y profundamente conmovedora.

Toquinho en Paraguay.
Toquinho en Paraguay.Pedro Gonzalez

La noche ya tenía un aire especial antes de comenzar. El Salón de Convenciones del Banco Central del Paraguay se fue llenando como quien se prepara para un ritual. Poco a poco, sin apuros, los músicos fueron tomando su lugar: primero Iván Sabino en la batería, luego Pedro Pablo D’Elía en el bajo. Y entonces, casi sin avisar, apareció Toquinho.

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Pero la música ya flotaba en el ambiente como un eco suave, como si la melodía nos hubiese precedido. El aplauso que recibió no fue estruendoso, fue una reverencia.

Y enseguida Toquinho impresiona por cómo toca. Sus dedos acarician las cuerdas de la guitarra, nos hablan, y en esa simpleza habita el genio.

“Gracias amigos, es un placer estar acá de nuevo. Son 60 años de trabajo, me encanta hacer lo que hago. Recuerdo cuando el actor Marcello Mastroianni me decía: qué fácil lo que puedes hacer tú, cantar con tu guitarra por el mundo”. Y entonces sonó “Corcovado”. Y todo se volvió calma, paisaje sonoro, saudade hecha música.

Como un puente natural, llegó “Garota de Ipanema”. Los aplausos fueron más fuertes, con esa energía que brota cuando la memoria colectiva se activa. “¡Gracias!”, dijo él, sonriendo.

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Se tomó un instante para recordar. “En el 68 inició mi carrera, había represión militar en Brasil, entonces Chico Buarque que estaba en Italia, me mandó un mail para que vaya allá, con la promesa de dar varios conciertos. Llegué y lo primero que me dijo fue si llevaba dinero”, contó en una anécdota que arrancó risas, porque el humor de Toquinho sobre su vida está intacto. “En el 69 volví a Brasil. Fue ahí que me hablaron de María Creuza, y el resto es historia, grabamos un álbum emblemático con Vinicius de Moraes”.

Con ese recuerdo llegó “Samba pra Vinicius”, como un abrazo a su maestro, a su compañero. Habló de la infancia, de la vitrola, de los sonidos que formaron su oído y su alma. Y entonces vinieron una serie de piezas instrumentales que homenajearon a esos grandes guitarristas que lo marcaron.

“Con Vinicius hicimos numerosas canciones. Tuve que conquistar su confianza”, contó. Y tras la confesión de que robó un poema suyo para ponerle música, sus dedos bordaron “Tarde em Itapoã”. Las manos bailaban sobre las cuerdas como arañas mágicas, tejiendo melodías que no piden permiso para emocionar. El público respondió con un aplauso largo y sentido.

Y justo ahí, sin previo aviso, surgió una voz desde fuera de escena. Camilla Faustino empezó a cantar “Você abusou” con una potencia que estremecía. Cuando entró al escenario, ya todos estaban cautivados. Su voz parecía venir de lejos, de muchas vidas. “Gracias a todos por venir. Esta es una bella ciudad”, dijo, agradecida. Hace nueve años canta junto a Toquinho, y la complicidad entre ellos se siente.

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El ambiente se volvió más íntimo cuando Toquinho dijo que vendría una “canción importante para mi generación”. Sonó “Chega de saudade” y ahí reafirmó que “João Gilberto es la bossa nova. Esta fue el inicio de todo”. El silencio atento se rindió a los pies de otra página en ese viaje musical.

Entonces explicó que vendría una canción como la vida: contrapunto entre la voz del hombre y la mujer. Y así nació “Samba em prelúdio”, un diálogo perfecto entre dos almas y dos voces.

“Qué será” fue su homenaje a Chico Buarque. “Canción que me hubiera gustado hacer, pero él hizo antes”, dijo Toquinho y la gente rió, pero también sintió el respeto profundo en sus palabras.

Llegó uno de los momentos más mágicos de la noche con “Eu sei que vou te amar”. El público no cantaba, susurraba. Como si la canción no quisiera ser interrumpida. Como si el silencio también cantara.

Pero la melancolía no dura para siempre. De pronto, “Canto de Ossanha” trajo un cambio radical. El ritmo se apoderó del espacio. La samba puso a latir a la sala.

Y entonces, Camilla volvió al frente. Cantó “Gracias a la vida” en español, recordando a la gran Violeta Parra. Fue precioso y mágico. Fue un instante en que todo se detuvo. Esa conexión entre escenario y público, entre voz y alma, fue total.

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Toquinho habló entonces de las raíces. “La riqueza rítmica brasileña viene de África, toda nuestra música se la debemos a los que vinieron”. Allí contó sobre el berimbau, un instrumento africano, y procedió a recordar a la canción “Berimbau”, y a homenajear a su compositor Baden Powell.

Y como si lo mejor se guardara para el final, llegó “Aquarela”. La emoción era evidente. Algunos no disimulaban las lágrimas.

El público pidió otra y cumplieron con la animada “A Tonga da Mironga du Kabulete”, en un cierre lleno de ritmo y complicidad.

Y llegó el fin y luego la sensación de haber vivido algo profundamente humano. Porque “El arte del encuentro” fue eso: un encuentro real, vivo, con la música. Esa que no se descarga, que no se reproduce, sino que se vive. La que toca cuerdas invisibles y se queda. Tal vez muchos se quedaron con ganas de más, pero quizás no hacía falta más. Fue un vendaval breve y poderoso. Un abrazo musical de esos que perduran.

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