Mora alterna euforia y confesiones en un concierto generacional

Ayer en Asunción reinaba frío en el aire y había fiesta en el ambiente. Era jueves, víspera de feriado, y el Jockey Club Paraguayo recibía a una multitud juvenil como si fuera una noche de verano, para disfrutar del concierto del puertorriqueño Mora. Allí había una mezcla de expectativa y devoción absoluta. Y cuando las luces se apagaron, todo se transformó.

El cantante puertorriqueño Mora.
El cantante puertorriqueño Mora.gentileza

La primera imagen fue la de Mora dentro del cuartito que todos hemos visto en la portada del disco “Lo mismo de siempre”. Una pequeña habitación encerrada por pantallas, una especie de santuario personal.

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Desde ahí, protegido y al mismo tiempo expuesto, empezó a cantar la canción que da nombre al disco. “Y nada de esto que tengo fue que tuve suerte”, dijo, como quien necesita dejar claro desde el inicio que su lugar en ese escenario es fruto de trabajo y resistencia. Era una declaración y una invitación: entrar a su mundo antes de que él salga al nuestro.

Con “Bandida” la muralla de pantallas se volvió permeable: la fiesta empezó a invadirlo todo. “¡Hola, Paraguay! ¿Cómo están?”, soltó con un tono breve, casi tímido, como si quisiera que la música hablara más que él. El frío seguía ahí, pero no importaba: saltos, manos al aire, coros. Un público joven que no necesitaba mucho para encenderse.

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El tercer acto fue “Aurora”. Mora ya no estaba tras la cortina: se movía por el escenario, pero no buscaba dominarlo con gestos grandilocuentes. Su cuerpo y su voz parecían responder más a la música que al público. Detrás, una muralla de pantallas proyectaba texturas oscuras, a veces coloridas, casi cinematográficas, mientras un guitarrista y un tecladista-programador daban forma a un sonido que no era reguetón puro ni trap lineal: era un híbrido más complejo, con silencios y espacios que respiraban.

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Y esos silencios fueron parte de la dinámica. Entre canciones, la oscuridad total. Ni un efecto, ni un “¡Arriba, Paraguay!”. Un corte seco que desconcertaba a algunos y preparaba a otros para el siguiente golpe. Así llegó el “Tema de Jory”, puro beat dance, que rompió la quietud con un pulso frenético. El público respondió con un “¡Olé, olé, olé, oleee Moraaa!”, que se repetía como mantra. Otra vez, esa extraña coreografía de gritos y pausas.

La salsa asomó con “Droga”, un momento más cálido, más latino, incluso con bailarines que entraban y salían. Fue un guiño caribeño que le quitó rigidez a la electrónica previa y sacó sonrisas incluso entre los que no bailaban.

Pero el punto de quiebre fue “Cuando me vaya”. Mora volvió a colocarse tras la cortina de pantallas, como si necesitara un filtro para lo que iba a decir. “Hay días que no entiendo nada”, cantó, y de pronto el ruido se apagó, no solo en el escenario, sino en el público. “Más dinero significa menos paz”, remató, y el peso de la frase se quedó flotando. No hubo explosión de aplausos, no hubo coro inmediato. Hubo un silencio raro casi de confesión. Fue el instante en que la fiesta se suspendió y quedó la persona. Ahí estaba el Mora que no solo quiere entretener: quiere dejar marcas.

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Después, la guitarra eléctrica y la distorsión de “Modelito” rompieron ese clima, devolviendo a la multitud a la euforia. “¿Cuántos aquí escucharon Paraíso?”, preguntó, conectando con los fans de larga data. Siguió “Domingo de bote”, y el público volvió a corear sin perder una palabra.

Detrás, en las pantallas, una imagen de una casa. Un símbolo que podía ser refugio, pasado o aspiración. Mora casi no lo explicaba. El show avanzaba como un flujo continuo: “Reina”, “Badtrip”, “La inocente”, “Memorias”, “Detrás de tu alma”. No había largos discursos entre canciones. Era un collage generacional: imágenes, ritmos y frases encadenadas que pedían ser disfrutadas más que explicadas.

Esa continuidad tenía un efecto curioso. Entre el clímax de baile y los interludios introspectivos, Mora iba dejando fragmentos que, sin que el público lo notara del todo, podían quedarse en la memoria por mucho tiempo. En medio de la vorágine adolescente, estaba dejando líneas sobre paz mental, sobre entender el éxito, sobre la soledad. Semillas que tal vez germinen años después.

Cuando todo terminó, quedaba claro que "Lo mismo de siempre" no es una excusa para repetir fórmulas. Es un show de capas: la superficie de fiesta que todos esperan y, debajo, un tejido más personal y emocional. Mora sabe encender a miles, pero también sabe hacer que lo escuchen, aunque sea por un instante.

Joaquinoloco.
Joaquinoloco.

La previa estuvo muy a la altura gracias al talento nacional de Joaquinoloco, dueño de una voz preciosa y de una presencia escénica natural. Durante su set, se paseó por la música latina con soltura. Él trajo un arsenal de temas propios, algo que se valora mucho hoy en día, ya que la creatividad es identidad. Algunos como “Detrás de tu alma”, “Te llego”, “Xq pio te vas” y “Caprichoso”, entre otros que ya pueden disfrutarse en sus plataformas digitales. Su pisada en el escenario transmitía comodidad y frescura, logrando que la espera por Mora se sintiera como parte del espectáculo y no como un trámite.

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