Airbag reafirma su poder escénico y su vínculo con el público paraguayo

Bajo el cielo cálido de Asunción, el trío de los hermanos Sardelli volvió a demostrar anoche en el Jockey Club que el rock argentino sigue vivo y palpitante. Airbag llegó con su gira “El club de la pelea”, y lo que ofrecieron fue precisamente eso: una batalla de emociones, guitarras encendidas y un público que se entregó sin reservas.

Airbag en pleno concierto, anoche en el Jockey Club.
Airbag en pleno concierto, anoche en el Jockey Club.SILVIO ROJAS

Desde el arranque con “Jinetes cromados”, el estadio se transformó en una carretera infinita. Esa canción, con su espíritu de libertad y movimiento, marcó el tono de la noche: una banda madura, segura de su identidad y en su mejor momento escénico. Guido, Patricio y Gastón Sardelli se movían con naturalidad entre la potencia y la melodía; tres músicos que respiran lo que hacen.

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Con “Anarquía en Buenos Aires”, el sonido se volvió más crudo, una especie de homenaje a la rebeldía y al caos urbano que tanto los inspira. El público acompañó con saltos y gritos, como si cada acorde fuera una consigna compartida. Luego, “Perdido” trajo un tono más introspectivo, casi confesional, antes de que “Vivamos el momento” encendiera de nuevo la llama con su mensaje claro: el ahora es lo único que tenemos.

El tramo medio del concierto viajó entre la melancolía y la potencia. “Noches de insomnio” y “No confíes en tu suerte” recordaron esos días de incertidumbre y desvelo, pero siempre con una energía que levanta. En “Pensamientos” y “Extrañas intenciones”, las guitarras dialogaban con una precisión casi quirúrgica, mostrando por qué Airbag se ha ganado un lugar entre las bandas más sólidas del rock actual.

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“Corazón lunático” fue uno de los grandes momentos de la noche: la multitud coreaba cada palabra. El grupo respondió con sonrisas sinceras; los hermanos Sardelli parecían disfrutar tanto como el público, dejando claro que esto, para ellos, es amor puro.

Luego llegaron “Nunca lo olvides” y “Por eso nadie recordará tu nombre”, dos temas que mostraron la dualidad de Airbag: entre la nostalgia y la crítica, entre la ternura y la fuerza. “Huracán” levantó la intensidad y “Verte de cerca” aportó esa dosis de emoción que solo las canciones hechas desde el corazón pueden ofrecer.

El tramo más oscuro llegó con “El hombre puerco” y “Motor enfermo (Frankenstein)”, donde la banda se adentró en terrenos casi teatrales, fusionando rock pesado con narrativa visual. Después, “Irme lejos” y “Cae el sol” devolvieron la melancolía, preparando el terreno para el bloque acústico.

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En ese momento íntimo, “Va a ser difícil olvidar” y “Ganas de verte” se sintieron como abrazos musicales. Luego, un guiño al rock clásico con “Have You Ever Seen the Rain?” de Creedence Clearwater Revival, y el cierre del segmento con “La partida de la gitana (Si te vas)”, una joya que encendió los aplausos y las gargantas.

El primer encore trajo “Bajos instintos”, seguida por una versión instrumental de “Yesterday” de The Beatles, y “Cicatrices”, con la emoción a flor de piel. Pero el momento más especial llegó con “Apocalipsis confort”, que incluyó un fragmento de “Al parecer todo ha sido una trampa” —una especie de guiño al pasado y al presente de la banda.

El segundo encore fue pura celebración. Airbag rindió homenaje al país anfitrión con una bellísima versión de la polca “Galopera” de Mauricio Cardozo Ocampo, coreada con emoción por todos los presentes. Después, “Cuchillos guantanamera” —solo con Patricio al piano— mostró el costado más íntimo del grupo.

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El cierre fue una catarata de energía: “Por mil noches”, “Colombiana”, “Is This Love” de Bob Marley (con sabor a reggae y complicidad total), “Como un diamante”, “Kalashnikov”, y “Solo aquí”. Finalmente, sonó desde las cintas “Por una cabeza” de Gardel, un guiño elegante que dejó flotando una sensación de agradecimiento y clase.

Airbag no solo repasó su historia, sino que confirmó su presente: una banda que creció, se consolidó y se planta firme con su propio estilo. En cada mirada entre los hermanos Sardelli se adivina algo que va más allá de la música: la alegría de estar donde quieren estar, haciendo lo que aman.

Y esa noche, en Asunción, el público paraguayo lo entendió perfectamente. Cantaron todo, lo dieron todo. Y cuando las luces se apagaron, quedó la certeza de haber sido parte de algo que no se repetirá igual.

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