“El hijo de la novia”: impulsos orgánicos en escena

Adaptar una historia concebida para la pantalla grande y llevarla con la fuerza y sutileza que requiere el lenguaje teatral, es un desafío que el elenco de “El hijo de la novia” logró con equilibrada sensibilidad, dramatismo y humor.

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Adaptar una historia concebida para la pantalla grande y llevarla con la fuerza y sutileza que requiere el lenguaje teatral, es un desafío que el elenco de “El hijo de la novia”, puesta dirigida por Tana Schémbori en la actual temporada del Arlequín, logró con equilibrada sensibilidad, dramatismo y humor.

La reconocida cineasta afronta una dirección en las tablas tras quince años de no hacerlo y la fusión entre los niveles del lenguaje que propone, secuencia acciones fluidas –al oír a los intérpretes no parece que estuviesen actuando–, ubica a los personajes en el extremo de las sensaciones planteadas en la historia y los envuelve bajo un cariz emotivo, sin dejar de lado la comicidad, la contemplación y el enfrentamiento.

La dupla conformada por Mirian Sienra y José Luis Ardisone habla por sí misma.

El actor triangula y sostiene las indecisiones del protagonista –su hijo–, confronta su realidad y la encauza con la determinación que desarrolla en él su creíble romanticismo.

Bastan unas pocas líneas en el parlamento de la actriz para invadir con el espíritu de su voz a la audiencia y dar cuenta de que, a pesar de sus pocas intervenciones –comparadas con la de los demás personajes–, es ella quien encierra todo el impulso dramático de la adaptación.

Una caracterización distante de los últimos roles en los que la observamos, ejecuta con radiante soltura las idas y vueltas de un personaje maravilloso.

Hernán Melgarejo debería ser toda una doctrina sobre organicidad en el escenario.

Nunca se lo ve de la misma manera en los roles que desempeña, sin embargo, logra transmitir con los acentos y matices de su voz, la letanía de la rutina, el hartazgo de las responsabilidades y la dulzura disimulada que tienen los adultos cuando olvidan detenerse y disfrutar lo que tienen.

Borja García Enriquez es la comedia de la obra.

Resulta tan deleitable percibir sus propias ganas de reír donde, al parecer, no debe hacerlo y por lo mismo, vemos a un artista disfrutando al máximo de cada intervención, logrando que el público lo haga también.

Incursionando avasallante en la narrativa de tablas, Sifri Sanabria despunta un caudal que precede su formación y sin dudas seguiremos escuchando la impronta de su talento.

Un cocinero y su acompañante llegan por momentos a quebrar la atmósfera empañada con relativa incertidumbre que sopesa tras ciertas decisiones en el guión, enriqueciendo los colores que busca reflejar la propuesta.

Un manejo adecuado de la comedia ante tanta expresión cuasi melodramática provoca risas espontáneas, profundos roces sentimentales e invita a quien no tenga reparos en ello a regalar lágrimas, aplausos de pie y olvidar por momentos que presenciamos una historia imaginada para el cine, reconociendo el afecto común de los planteamientos familiares en escena.

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