Una reacción ancestral
Las cosquillas activan regiones cerebrales ligadas al placer, la anticipación y la comunicación. Algunos científicos creen que esta respuesta, común en primates, evolucionó como una forma primitiva de interacción social. En otras palabras, reírse por cosquillas podría haber sido uno de los primeros “diálogos” entre individuos.

La risa provocada por cosquillas no es voluntaria, pero sí ocurre generalmente en contextos seguros y sociales. Esto sugiere que, evolutivamente, pudo fortalecer vínculos afectivos y generar confianza.
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Esas interacciones tempranas podrían haber sentado las bases para formas más complejas de comunicación, como el lenguaje hablado.
El vínculo con el habla
Estudios neurológicos muestran que las zonas cerebrales activadas por las cosquillas se superponen con las que procesan el lenguaje y las emociones.

Este cruce funcional entre comunicación emocional y sensaciones físicas podría haber sido un paso intermedio en el desarrollo de nuestra capacidad para hablar.
¿Por qué no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos?
Esta característica sugiere que las cosquillas cumplen una función social. El cerebro anticipa el contacto propio, pero reacciona al toque inesperado de otro.

Esta capacidad para distinguir entre uno mismo y los demás es clave para el desarrollo del lenguaje y la empatía.
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Aunque parezcan un simple juego, las cosquillas podrían ser una huella de los mecanismos sociales que dieron origen a nuestra capacidad de hablar. Su estudio sigue abriendo caminos insospechados sobre cómo el cuerpo y la mente evolucionaron para conectar con otros.