Un fenómeno más común de lo que se admite
La mayoría de las familias niega o minimiza el favoritismo, pero la investigación lo describe como “tratamiento diferencial parental” (PDT, por sus siglas en inglés): diferencias consistentes en afecto, tiempo, disciplina o expectativas hacia cada hijo.

Meta‑análisis en psicología del desarrollo han hallado asociaciones entre PDT y mayor conflicto fraterno, peor ajuste socioemocional y más conductas de externalización. La evidencia no indica que exista un único patrón: el favorito puede variar por etapa de vida, género, rendimiento escolar o salud.
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Qué deja en la salud mental
La exposición sostenida al favoritismo se vincula con más síntomas depresivos y ansiosos en la adolescencia y la adultez, así como con menor autoestima y mayor sensibilidad al rechazo.
Estudios publicados en Journal of Marriage and Family y Journal of Family Psychology describen que las comparaciones implícitas —quién recibe más atención, quién es más defendido o más exigido— impactan en la autopercepción de competencia y valía.
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La teoría del apego ayuda a explicarlo: cuando el acceso a la figura de cuidado parece condicional o desigual, se refuerzan modelos internos de inseguridad.
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Relaciones entre hermanos que no cicatrizan solas
Lejos de limitarse al vínculo con los padres, el favoritismo reordena la ecología fraterna. Investigaciones longitudinales muestran que la percepción de injusticia predice rivalidad persistente, menor apoyo emocional entre hermanos y contactos más esporádicos en la adultez.
El problema no es solo “quién recibió más”, sino la falta de explicaciones claras y de reparaciones: sin una narrativa familiar que reconozca la desigualdad, las heridas se cristalizan.
Cuando el “favorito” también paga costos
El hijo percibido como preferido no necesariamente sale indemne. La literatura documenta mayor presión por cumplir expectativas, miedo al fracaso y culpabilidad frente a los hermanos.
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Algunos estudios distinguen dos perfiles: el “favoritismo indulgente”, asociado a límites laxos y riesgo de conductas problemáticas, y el “favoritismo exigente”, ligado a perfeccionismo y estrés crónico. En ambos casos, la identidad puede quedar atada a complacer.
Trabajo, pareja y la sombra de las comparaciones
Las marcas del favoritismo se proyectan más allá del hogar. Adultos que crecieron bajo tratamiento diferencial reportan mayor sensibilidad a jerarquías y a evaluaciones en el trabajo, así como patrones de complacencia o evitación en relaciones de pareja.
La tendencia a leer signos de aprobación o desaprobación con lupa —útil para anticipar conflictos en la infancia— puede volverse un filtro rígido en contextos nuevos.
Contexto cultural, género y orden de nacimiento
El favoritismo no ocurre en el vacío. Normas de género, expectativas académicas y creencias sobre el orden de nacimiento moldean dónde se deposita la preferencia.
Investigaciones sociológicas han observado, por ejemplo, que en ciertos entornos se espera más cuidado filial de hijas mujeres o se privilegia al primogénito en decisiones familiares, lo que amplifica diferencias percibidas. Estos patrones, sin embargo, varían entre familias y a lo largo del tiempo.
Lo que dice la evidencia sobre reparación
La literatura en terapia familiar y parentalidad coincide en algunos puntos: nombrar el problema reduce su poder; la transparencia sobre decisiones pasadas (enfermedad de un hijo, crisis económicas, disponibilidad de tiempo) ayuda a contextualizar; y los padres pueden entrenarse para monitorear micro‑diferencias (elogios, correcciones, contacto físico) que, sumadas, se sienten como inequidad.
Los programas de intervención centrados en habilidades —escucha activa, distribución de tiempo, establecimiento de normas consistentes— muestran mejoras en clima familiar y en la percepción de justicia entre hermanos.
El campo se apoya en décadas de trabajo en psicología del desarrollo y sociología de la familia. El Within-Family Differences Study, liderado por J. Jill Suitor y Karl Pillemer, documentó cómo las preferencias parentales percibidas por los hijos se asocian con bienestar y con la calidad del vínculo en la adultez.