¿Por qué Halloween es cada vez más popular en Paraguay?

Halloween es una celebración cada vez más popular entre las generaciones más jóvenes.
Halloween es una celebración cada vez más popular entre las generaciones más jóvenes. LUONG THAI LINH

La escena se repite cada octubre en Asunción y otras ciudades: tiendas con telarañas de utilería, bares que anuncian noches de disfraces, colegios que preparan “trick or treat”, maquilladores que agotan turnos para transformar a chicos y grandes en brujas, zombis o personajes de series. Halloween, una fecha que hasta hace poco parecía ajena al calendario paraguayo, se instaló con naturalidad en la vida urbana.

El origen de Halloween se remonta al antiguo festival celta de Samhain, que marcaba el fin de la cosecha y el inicio del “lado oscuro” del año. Con la expansión del cristianismo, la tradición se cristianizó como víspera de Todos los Santos (All Hallows’ Eve), y en Estados Unidos—donde confluyeron aportes de migrantes irlandeses, escoceses y luego la poderosa industria cultural—adoptó su formato actual: disfraces, calabazas, dulces y fiestas.

El salto de esa versión norteamericana a Paraguay no fue directo ni inmediato. En los 70 y 80, la televisión abierta local y el cine todavía filtraban la cultura global en pequeñas dosis. Pero la expansión del cable a fines de los 80 y 90, el desembarco de los grandes centros comerciales, la proliferación de academias de inglés y la irrupción de canales infantiles y series con episodios “especiales de Halloween” normalizaron la estética y el ritual.

En los 2000, internet, YouTube y luego las redes sociales aceleraron el proceso: tutoriales de maquillaje, desafíos de disfraces, playlists temáticas y una omnipresencia publicitaria hicieron lo que la antropología llama “familiarización simbólica”, ese tránsito en el que lo extranjero deja de percibirse como raro y se vuelve cotidiano.

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Religión, tradición y pantalla: una tensión productiva

Paraguay es un país profundamente religioso, de mayoría católica y con comunidades evangélicas en crecimiento. Esa matriz no es un mero telón de fondo: organiza calendarios, liturgias familiares y significados de la muerte y la memoria.

La cercanía de Halloween con el Día de Todos los Santos (1 de noviembre) y el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre) ha generado debates desde hace décadas.

Voces eclesiales, tanto católicas como evangélicas, advierten sobre el “paganismo” o el énfasis en lo macabro; colegios confesionales emiten circulares; catequistas y pastores sugieren alternativas centradas en la oración o en recordar a los difuntos.

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Sin embargo, la TV y, más recientemente, las redes profundizaron una lógica distinta: la de la puesta en escena lúdica. Cuando una práctica se vive como juego, disfraz o consumo estacional, su dimensión religiosa (o antirreligiosa) se diluye para la mayoría.

No desaparece la tensión, pero se vuelve administrable. La sociología de la secularización parcial lo describe bien: no se trata de pérdida de fe, sino de “compartimentación” de esferas. La pantalla no “derrota” a la religión; reconfigura el tiempo social y habilita convivencias antes impensadas.

Cincuenta años de cambios: del televisor familiar al algoritmo

Visto en perspectiva de medio siglo, Halloween es un termómetro de transformaciones más amplias:

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  • Años 70–80: la cultura global llega en diferido. La fiesta es una referencia cinematográfica, no una práctica local.
  • Años 90: cable, shoppings y marcas internacionales crean ventanas de consumo estacional. Algunas escuelas bilingües y embajadas organizan los primeros “trick or treat”.
  • 2000–2001: internet masifica ideas e imágenes; aparecen fiestas temáticas en bares y discotecas; los comercios ensayan campañas de octubre.
  • 2001–hoy: redes sociales y comercio electrónico multiplican la oferta de disfraces, decoración y maquillaje. Influencers, academias y emprendimientos locales profesionalizan el tema. En paralelo, crecen debates públicos y declaraciones de líderes religiosos y políticos que, paradójicamente, hacen más visible la fecha.

Pruebas a la vista: de los pasillos del súper a la noche asuncena

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Sin necesidad de estadísticas exhaustivas, la evidencia cotidiana es contundente:

  • Las góndolas de supermercados y tiendas por departamento despliegan productos temáticos durante semanas.
  • Los centros comerciales organizan recorridos de dulces para niños y concursos de disfraces.
  • Bares y discotecas en Asunción, Encarnación y Ciudad del Este anuncian “Noches de Halloween” que agotan entradas.
  • Colegios privados organizan actividades lúdicas y didácticas en torno al 31 de octubre.
  • Emprendedores de maquillaje artístico, repostería y decoración reportan picos de demanda en la última semana de octubre.
  • En redes sociales, las publicaciones con temática de Halloween suben de volumen cada año, con ecos locales: combinaciones de disfraces con motivos guaraníes o gastronomía típica con estética “spooky”.

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¿Quiénes lo adoptan más?

  • Niñez urbana de clase media y media alta: impulsada por colegios bilingües y redes de padres que organizan recorridos y fiestas en edificios o barrios.
  • Juventudes: la noche de disfraces se volvió un hito del calendario de ocio, con cruces entre cultura gamer, K-pop, anime y tendencias de maquillaje.
  • Emprendedores culturales y gastronómicos: ven en octubre un “mes temático” útil para atraer público con cartas especiales, postres y decoración.
  • Comunidades educativas vinculadas a idiomas: Halloween funciona como recurso pedagógico y ventana cultural.
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La resistencia también tiene rostro: familias evangélicas que proponen “noches de luz” como alternativa, católicos que prefieren enfatizar la oración por los difuntos y escuelas confesionales que piden evitar simbología oscura.

Pero incluso allí se nota una negociación práctica: actividades internas, disfraces “no terroríficos” o simple indiferencia. El mapa no es de blanco y negro, sino de grises que se reacomodan.

Entre la memoria y el juego: una convivencia posible

Paraguay posee tradiciones propias en torno a la muerte y la memoria, con fuerte anclaje familiar y comunitario cada 1 y 2 de noviembre. La expansión de Halloween no las borra; las roza, las tensiona y, en algunos casos, las complementa.

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Es común ver el 31 por la noche disfraces y el 2 por la mañana flores y visitas a cementerios. La clave está en la plasticidad cultural: la sociedad toma de la cultura global lo que sirve para jugar y socializar, y resguarda lo sagrado en su propio registro.

Al final, Halloween en Paraguay dice menos sobre brujas y calabazas que sobre el país que somos: conectado al mundo, atravesado por pantallas, con religiosidad viva pero capaz de compartimentar, y con una creatividad que convierte una fiesta importada en excusa para reunirse, emprender y—por qué no—reírse un poco del miedo.

En ese equilibrio, la popularidad del 31 de octubre seguirá creciendo, no como sustituto de las propias tradiciones, sino como un capítulo más del gran libro de mezclas que es la cultura paraguaya contemporánea.