Depresión festiva: cómo afrontar la presión social en el mes de las celebraciones

Depresión festiva, imagen ilustrativa.
Depresión festiva, imagen ilustrativa.Shutterstock

A medida que diciembre avanza, la euforia de las fiestas oculta un fenómeno creciente: la “depresión festiva”. Este estado emocional afecta a millones, intensificado por la presión social, la soledad y las expectativas desmedidas que rodean la Navidad.

Entre cenas de empresa, villancicos en bucle y árboles iluminados, diciembre se vende como el mes de la felicidad obligatoria. Pero para muchas personas, las fiestas llegan cargadas de ansiedad, tristeza y una sensación punzante de soledad que contrasta con la euforia colectiva. A ese fenómeno, cada vez más reconocido por psicólogos y psiquiatras, se le ha empezado a llamar “depresión festiva”.

Depresión festiva, imagen ilustrativa.
Depresión festiva, imagen ilustrativa.

No es un diagnóstico oficial, pero sí un conjunto de malestares que se intensifican en torno a la Navidad y el fin de año. Y que, lejos de ser un capricho, tienen raíces emocionales, sociales y, en algunos casos, biológicas muy concretas.

Un malestar que choca con el “tenés que estar feliz”

La lógica de estas fechas es conocida: balances del año, reuniones familiares, gastos extra, viajes, compromisos sociales, vacaciones que no siempre son descanso. Todo envuelto en un discurso que repite, casi como un mandato, que hay que celebrar, sonreír y “aprovechar el momento”.

Quien no encaja en esa postal —porque está en duelo, arrastra problemas económicos, tiene conflictos familiares o una depresión previa— suele sentir que desentona. “¿Cómo voy a estar mal si ‘es Navidad’?”, se preguntan muchos. Esa culpa por no estar a la altura del ambiente festivo agrava el malestar y empuja a ocultarlo.

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Depresión festiva, imagen ilustrativa.
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Varios estudios psicológicos apuntan a un aumento de síntomas depresivos y de ansiedad en determinados grupos durante las fiestas, aunque desmontan un mito persistente: las tasas de suicidio no alcanzan su pico en Navidad, sino en otros momentos del año, como la primavera en muchos países. Eso no quita que diciembre sea, para mucha gente, un mes especialmente difícil.

Qué es (y qué no es) la “depresión festiva”

El término no aparece en los manuales diagnósticos, pero sirve para describir un conjunto de experiencias frecuentes: tristeza intensa, irritabilidad, sensación de vacío, llanto fácil, insomnio o hipersomnia, apatía, aumento del consumo de alcohol o comida, pensamientos negativos recurrentes o deseos de aislarse, que se intensifican en el periodo navideño.

En algunos casos, se trata de un episodio depresivo mayor que coincide con las fiestas; en otros, de una exacerbación de problemas previos; y en muchos, de una reacción emocional puntual ante un periodo de alta carga simbólica y social. Lo común en todos los casos es el contraste: el mundo parece celebrar mientras uno se siente incapaz de hacerlo.

Reducirlo a “tristeza pasajera” o “falta de espíritu navideño” no solo es inexacto: también contribuye a que quienes lo padecen se sientan aún más incomprendidos.

Presión por ser feliz, redes sociales y balances del año

El contexto de la Navidad multiplica varios factores de riesgo conocidos para la salud mental.

La presión social por ser feliz se intensifica. La publicidad, las películas y las redes sociales bombardean con imágenes de familias perfectas, fiestas brillantes y romances bajo la nieve.

La comparación es casi automática: se comparan relaciones, trabajos, casas, hijos, cuerpos. Instagram y TikTok se convierten en escaparates de “Navidades ideales” que rara vez muestran las discusiones, los silencios o la soledad que quedan fuera del plano.

A eso se suma el balance de fin de año. Diciembre funciona como un marcador temporal que invita a revisar logros y fracasos. Para quien ha perdido un empleo, ha sufrido una ruptura, ha emigrado o ha atravesado una enfermedad, el cierre del año puede acentuar la sensación de no haber cumplido expectativas propias o ajenas.

Las tensiones económicas también pesan. Regalos, cenas, viajes, decoración: las fiestas son caras. En contextos de inflación o precariedad laboral, muchos viven la Navidad como una carrera de gastos que no pueden sostener. El estrés financiero se mezcla con la vergüenza de “no poder llegar” al estándar de consumo que se ven alrededor.

Soledad, duelo y conflictos familiares

Diciembre expone con crudeza las ausencias. Para quien ha perdido a un ser querido, las primeras fiestas —y, muchas veces, también las siguientes— reabren el dolor. La silla vacía en la mesa, las tradiciones que ya no tienen a la misma gente alrededor, los mensajes que no llegarán. El mandato de celebrar choca entonces con el trabajo del duelo, que suele necesitar silencio, respeto y tiempos propios.

La soledad social también se hace más visible. Personas mayores que viven solas, jóvenes que se han mudado a otra ciudad o país, trabajadores que no pueden viajar en fiestas, divorcios recientes, familias rotas por conflictos o violencia: todos ellos pueden sentir que la Navidad es un escaparate de la red que no tienen.

Paralelamente, la familia —idealizada en la cultura navideña— es para muchas personas un espacio de tensión. Reuniones con parientes con los que hay conflictos no resueltos, comentarios sobre aspecto físico, pareja, hijos o decisiones de vida; salidas del armario no respetadas; sobremesas cargadas de discusiones políticas o reproches.

Lo que debería ser un refugio afectivo puede convertirse en un campo minado.

Quiénes son más vulnerables

Aunque cualquiera puede sentirse mal en estas fechas, los especialistas señalan algunos grupos especialmente vulnerables: personas con antecedentes de depresión o ansiedad; quienes han sufrido pérdidas recientes (duelo, separación, migración); mayores que viven solos; adolescentes y jóvenes LGTBI+ que anticipan entornos familiares hostiles o poco comprensivos; personas en situación de precariedad laboral o pobreza; cuidadores sobrecargados que llegan a fin de año exhaustos.

No se trata de etiquetar ni de asumir que estas personas “van a pasarlo mal”, sino de entender que, en su caso, diciembre puede requerir más cuidado, redes de apoyo y, en algunos casos, seguimiento profesional.

Qué puede ayudar

No existe una receta única, pero distintos enfoques coinciden en algunas estrategias útiles.

Bajar la exigencia es una de ellas. Cuestionar la idea de la “Navidad perfecta” y permitirse vivir las fiestas “lo mejor posible” en las circunstancias reales —aunque eso signifique hacer algo pequeño, distinto o incluso no celebrarlas— puede aliviar parte de la presión.

Planificar con anticipación también ayuda: decidir a qué eventos se va a asistir y a cuáles no; establecer un presupuesto realista para regalos y comidas; pactar con amigos o familiares ciertas “reglas de convivencia” (no hablar de determinados temas, limitar comentarios sobre el aspecto físico, respetar identidades, por ejemplo); organizar actividades alternativas si se prevé que alguna fecha será especialmente dura.

Buscar compañía, incluso si no es la tradicional, puede marcar la diferencia. Cuidar el cuerpo —dormir lo mejor posible, mantener algo de rutina, moderar el alcohol, salir a caminar, exponerse a la luz natural en la medida de lo posible— repercute directamente en el estado de ánimo.

También ayuda limitar, al menos en los momentos más vulnerables, el consumo de redes sociales, especialmente si se detecta que activan comparaciones dolorosas.

Y, sobre todo, hablar. Verbalizar el malestar con personas de confianza o con un profesional rompe el aislamiento que alimenta la sensación de “ser el único” que no está disfrutando.