Hace cuatro meses, una exvíctima irlandesa golpeaba a la puerta de una Comisión de expertos antipedofilia que integraba, denunciando una “vergonzosa” falta de cooperación por parte del Vaticano, para luego seguir los pasos de otros dos dimisionarios laicos.
Este jueves, uno de los más cercanos colaboradores del papa Francisco se tomó vacaciones en el Vaticano para viajar a su país, algo que evitaba hacer desde hacía varios años. Esto parece haber dejado en evidencia una designación imprudente del papa, convertida en una bomba de efecto retardado.
Pell había sido acusado desde 2002 de abusos sexuales por presuntos hechos de larga data, pero fue declarado inocente posteriormente. En 2014 fue llamado a Roma por Francisco para ofrecerle dirigir una amplia e inédita obra de reformas económicas en el Vaticano, que podría sacudir los cimientos de la institución.
“Es un golpe duro para el papa”, constata Iacopo Scaramuzzi, vaticanista de la agencia italiana Aska News.
El muy conservador australiano, paradójicamente, es una de las voces más críticas con el papa en cuestiones de sociedad. Sin embargo, habría jugado un rol fundamental durante el cónclave para que se eligiera al argentino Jorge Bergoglio, explica Scaramuzzi.
“No pienso que este papa no haga nada sobre la pedofilia, pero tampoco quiere focalizarse sólo en este asunto. Él quiere reactivar a la Iglesia”, subraya este observador.
En el caso de Pell, el Sumo Pontífice decidió dejar que la justicia australiana siga su curso, sin exigirle una renuncia. Mientras tanto, el cardenal tiene prohibido asistir a actos litúrgicos públicos. Y, al terminar el mandato de Pell al cabo de cinco años, es probable que el prelado australiano, de 76 años, no regrese al Vaticano.
En 2015, monseñor Keith O’Brien, exarzobispo de Edimburgo, renunció a sus derechos cardenalicios tras haber sido objeto de denuncias por “actos inapropiados” menos graves.
“Una eventual condena criminal del cardenal Pell por abusos sexuales no tendría precedentes”, subraya Francesco Grana, vaticanista del diario Il Fatto Quotidiano.
Esta semana, el papa Francisco redujo al estatuto de laico a Don Mauro Inzoli, un sacerdote italiano condenado por pedofilia y apodado “don Mercedes” por la prensa italiana por sus gustos lujosos. En un principio, Francisco se había mostrado más clemente con Inzoli.
El papa creó en particular en 2014 la “Comisión pontificia para la protección de los menores” , con la finalidad de cambiar la ley de silencio de la Iglesia respecto a los sacerdotes pedófilos y plantear propuestas para la prevención.
Pero esta iniciativa se vio enturbiada por las críticas virulentas, a comienzos de marzo, de la irlandesa Marie Collins, de 70 años de edad, y víctima a los a los 13 de abusos sexuales perpetrados por un sacerdote.
Ella se quejaba de los bloqueos constantes del Vaticano. Después, dos miembros de la poderosa y conservadora Congregación para la doctrina de la fe, agobiada por los ’dossiers’, habrían sido apartados de sus cargos, según Scaramuzzi.
El papa Francisco, que aboga por “una tolerancia cero”, recomendó a los obispos que hubieran protegido a pedófilos que renunciasen.
Pero la obligación de denuncia ante la justicia civil por parte de la jerarquía eclesiástica no está incluida en el derecho canónico. Salvo en los casos en que la ley del país lo impone, muchos miembros del episcopado prefieren hacer oídos sordos. Pero, la fuerte mediatización de los casos de abusos sexuales en numerosos países exige hoy una mayor transparencia por parte de la Iglesia.
El presidente de la Conferencia de obispos de Francia, país salpicado por varios escándalos, recientemente subrayó que “nada” podía dispensar a la Iglesia “de ayudar a la justicia” en la lucha contra los abusos sexuales.
Después que el filme Spotlight, sobre los sacerdotes pedófilos en Boston (EE.UU.), recibiera el Óscar a la mejor película, la pedofilia es una incómoda espina clavada en el pie del pontificado, subrayan numerosos vaticanistas.