El difícil regreso a los escombros de la devastada Alepo

ALEPO. A pesar de la abrumadora destrucción de los populares barrios del este de Alepo, donde los rebeldes se alzaron contra el presidente Bashar al Asad, algunos vecinos han empezado a volver a las casas que no sufrieron los bombardeos del Ejército.

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“Estoy reconstruyendo la casa de mi cuñado y en cuanto la arregle volverán a nuestra casa en Karm al Yebel”, asegura a Efe Abderrahman Maasaui, en un apartamento de un bloque de edificios totalmente vacío y con numerosos destrozos en la fachada, las puertas, las ventanas y algunos muros.

Obrero de la construcción, explica que necesita “arreglar las canalizaciones, la barandilla caída del balcón y completar las demás partes”, como la cocina, las baldosas o el depósito del agua.

Maasaui, que durante su conversación alaba en varias ocasiones a Al Asad y a su Ejército, calcula que tardará un mes en terminar todo el trabajo, antes de que su hermana y su marido puedan regresar. Es uno de los pocos habitantes del este que ha tenido la suerte de que su casa no se viera muy afectada por los sangrientos combates que, según estimaciones no oficiales, han reducido a la mitad la población de cuatro millones de habitantes que tenía Alepo, el corazón industrial de Siria, hasta que la guerra lo paró.

Otro habitante de la zona, que se identifica como Mohamed, explica que también retornó al lugar después de que el Ejército recuperara Alepo oriental, el pasado diciembre, de donde huyó después de que los rebeldes se hicieron con el control de esta parte de la ciudad. Según él, todo el que puede regresar, lo hace: “Yo hubiera vuelto aunque mi casa solo fuera tierra”.

Sin embargo, el aspecto desolador que deslumbra tan solo unos bloques más allá muestra la imposibilidad de que alguien pueda vivir en esas zonas, tal y como se encuentran.

Como el “Guernica” del pintor Pablo Picasso, los techos derrumbados por las bombas, los muros desplomados, las casas totalmente hundidas, los muebles desparramados, los edificios convertidos en escombros y las calles bloqueadas con piedras o sacos terreros, recuerdan la pesadilla que se vivió en la ciudad tres meses atrás.

Las antiguas pintadas a favor de la “revolución” y la bandera de los rebeldes (verde, blanca y negra) han sido sustituidas por alabanzas al Ejército y al presidente Al Asad. Sus fotos -a veces solo y otras acompañado de su hermano Maher, jefe de la cuarta división del Ejercito, o del líder del movimiento chií libanés Hizbolá, Hasan Nasralá- también han retomado los barrios orientales.

La mayoría de sus habitantes huyeron a otras zonas del país o fuera de Siria, o encontraron refugio en campos de desplazados como el de Yebrín, ubicado en un polígono industrial, donde todavía viven numerosas familias, aunque su número no desvelan las autoridades por supuestas razones de seguridad.

Distintas organizaciones internacionales como Unicef y otras locales ofrecen alimentos, cobijo y educación a los más pequeños. En algunos barrios destrozados, como Al Shaar, hay también asociaciones que ofrecen ayuda a los desplazados que han decidido retornar tras el cese de los combates.

Es el caso de “Apoyo de Irán”, una institución subvencionada por Teherán que ofrece bocadillos gratis de “falafel” (albóndigas de garbanzos) a quien quiera acercarse al puesto. Abdel Salim al Saleh, el encargado de este puesto improvisado, comenta, junto a una tienda de campaña con una bandera iraní, que la organización lleva un año trabajando en el país y tres meses en ese lugar.

En un mostrador improvisado, Al Saleh y otras dos personas preparar sin cesar las albóndigas vegetales, que después fríen en una gran sartén, antes de preparar los sandwiches para los más necesitados.

La destrucción de estos barrios populares del este contrasta con la actividad que se vive en los distritos acomodados del oeste, que permanecieron del lado del régimen.

Más allá de la falta de luz y de agua y la escasez de gasolina que afecta a toda la ciudad por igual, el aspecto que ofrece Alepo occidental, con los cafés y los restaurantes llenos, un tráfico continuo y los comercios abiertos, no parece el de una ciudad que ha vivido seis años de guerra fratricida.

Mientras los lugareños empiezan a pensar en cómo reconstruir la ciudad, los cañonazos de artillería y el continuo paso de aviones de guerra recuerdan, sin embargo, que la guerra aún no ha terminado y que los rebeldes, aunque muy debilitados, todavía se encuentran a pocos kilómetros de allí.

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