El éxodo de los iraquíes que huyen del “califato"

AL QAYYARAH. Um Mahmud anduvo toda la noche junto a su esposo y sus tres hijos para llegar a un campo de desplazados al sur de Mosul. En su huida de los yihadistas del EI, dejó atrás sus vecinos, muertos por el estallido de una mina.

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“Fue un miembro del Estado Islámico quien nos ayudó a huir, nos pidió 100 dólares por persona para llevarnos a una aldea”, explica esta madre delante de una tienda de campaña azul y blanca.

Esta familia logró llegar hasta el campo de Jedaah, en la periferia de Al Qayyarah, a una decena de kilómetros de la línea de frente. Había partido junto a sus vecinos, pero estos “murieron en la explosión de una mina justo antes de llegar”, relata Um.

Con su familia, esta mujer se unió a centenares de otros desplazados en el campo de Jedaah: civiles que huyeron de Mosul y de aldeas controladas por el EI. Muchos vivían en condiciones precarias desde hacía meses en la región de Mosul o en la vecina provincia de Kirkuk, como es el caso de Um, que residía en la aldea de Hawija, bastión de los yihadistas.

El campo abrió el 19 de octubre y está gestionado por las autoridades provinciales, con la ayuda de oenegés y de Unicef.

“Nuestra capacidad actual es de 1.000 tiendas para acoger a 5.000 personas. Pero vamos a doblar nuestras instalaciones. Lo más importante son las letrinas y el agua corriente”, explica Mohamed Sami, uno de los responsables.

A pocos kilómetros del recinto, las fuerzas iraquíes instalaron un puesto de control que recibe a los desplazados que lograron huir de la línea de frente hasta los corredores abiertos por el ejército. Algunos temían verse atrapados por el fuego cruzado, otros huyeron sobre todo de la penuria alimentaria.

“Si estás con el EI, recibes todo lo que necesitas. Pero los demás no tienen nada que comer debido al bloqueo”, asegura uno de ellos.

En medio de un paisaje de desolación, entre restos de vehículos y alcantarillas al aire libre, decenas de civiles se precipitan hacia el campo de desplazados, llevando algunas bolsas con lo poco que tienen: ropa y algunas tortas de pan. El horizonte está ennegrecido por la humareda que emana de los pozos de petróleo incendiados por el EI.

“Los yihadistas huyeron de nuestra aldea al sur de Mosul hace cuatro días, aprovechando la noche para romper el cerco de las fuerzas iraquíes. Pero estábamos bloqueados, sin agua ni alimentos. Entonces algunos de nosotros decidimos irnos, otros se quedaron para ocuparse de nuestras ovejas”, explica Abu Jowaher, de 27 años.

Mientras habla, una ambulancia que regresa del frente franquea el puesto de control, con las sirenas encendidas. Le sigue una camioneta cargada de civiles. Un hombre, de pie en la parte trasera, agita todavía la bandera blanca que le permitió atravesar las líneas iraquíes.

Ahmed Majid siente una verdadera liberación, que esperaba desde junio de 2014, cuando fue secuestrado por el EI durante un ataque contra la ciudad de Samarra. “Cuando se retiraron (de Samarra), el EI nos forzó a acompañarlos y nos ordenó que nos estableciéramos en una aldea cerca de Mosul, bajo su dominio, en el califato” autoproclamado por los yihadistas, afirma Majid.

Tras un control de seguridad, estos desplazados se instalarán en uno de los campos de la región.

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) aseguró el lunes que pronto podrá acoger a 150.000 personas que huyen de los combates alrededor de Mosul. Pero la segunda ciudad iraquí cuenta con 1,5 millones de habitantes según la ONU.

“Todavía tenemos pocos refugiados puesto que la verdadera batalla de Mosul todavía no empezó. Pero creemos que habrá un flujo enorme y la ayuda de la comunidad internacional no está a la altura de lo que nos prometieron. Si todo sigue igual, estamos abocados al desastre”, previene un alto oficial del ejército iraquí.

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