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Esta evidencia expone los secretos más íntimos del narcoimperio que el Chapo es acusado de liderar.
Pero esta semana hubo un vistazo fascinante e inesperado a algo aún más revelador: decenas de mensajes de texto que Guzmán envió a su esposa… y a su amante.
Los mensajes privados —que obtuvo el FBI con la ayuda de un ciberexperto que trabajaba para Guzmán— presentaron un panorama sorprendente del capo como un mujeriego y también como un hombre que mezclaba el placer con los negocios: las conversaciones muestran que dependía de las mujeres para realizar algunas de las operaciones diarias del Cártel de Sinaloa.
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En una cadena de mensajes, el Chapo y Emma Coronel Aispuro, su esposa, primero hablan con ternura de sus hijas gemelas y un segundo después cambian de tema para discutir si los lugartenientes del cártel habían sido acribillados durante una balacera.
El jurado pudo ver una página tras otra de estos mensajes íntimos —en uno el Chapo le dice a Coronel que se enamoró de ella después de probar sus enchiladas— durante el proceso en la Corte Federal de Distrito en Brooklyn. Mientras los mensajes eran leídos, Coronel estaba sentada en la sala, estoica y callada, con unos lentes oscuros de diseñador.
Coronel, quien asiste con frecuencia al juicio, no mostró emoción alguna cuando un agente del FBI leyó en voz alta un mensaje de 2012 en el que Guzmán le contó que había escapado de una redada policiaca en una de sus casas de seguridad escabulléndose por la parte de atrás. (“Oh, querido, eso es horrible”, le respondió ella en ese entonces). Tampoco hubo respuesta cuando el agente leyó un mensaje posterior en el que Guzmán le pidió que le enviara “tinta negra para el bigote” y también que le consiguiera ropa interior, champú y loción para después del afeitado para remplazar los que se quedaron en esa casa.
Lo más sorprendente de los mensajes quizá es la manera en que los obtuvo el FBI. Stephen Marston, agente del FBI, les contó el martes a los miembros del jurado una historia dramática de cómo las autoridades estadounidenses llevaron a cabo un operativo clandestino en 2010 para reclutar al ciberexperto contratado por Guzmán, Christian Rodríguez, con el fin de que se convirtiera en informante, trabajara de manera encubierta y lo espiara. Rodríguez había creado una red cifrada de comunicación para Guzmán y sus aliados y ayudó a que el FBI tuviera acceso a ella.
En su segundo día como testigo, Marston relató que Rodríguez también instaló —a petición de Guzmán— un programa espía llamado FlexiSPY en el celular de Coronel y en el móvil que Guzmán le había dado a una colaboradora y amante, Agustina Cabanillas Acosta. Cuando el especialista colombiano le contó al FBI sobre FlexiSPY, los agentes acudieron a la empresa que lo manufactura y obtuvieron una orden de cateo para los mensajes.
Con ello pudieron usar la paranoia y la lujuria de Guzmán en su contra; durante el juicio, todos los presentes fueron testigo de sus misivas maritales y extramaritales.
En uno de los mensajes, Guzmán le ordenó a Coronel que ocultara sus armas cuando creyó que la policía estaba afuera de su casa. En otro, bromeó acerca de una de sus hijas pequeñas de una manera en que solo un narcotraficante podría hacerlo.
“Nuestra Kiki es valiente”, escribió, en referencia a su hija María Joaquina, ahora de 7 años. “Voy a darle un AK-47 para que esté conmigo”.
Los mensajes leídos también dan cuenta de cómo las parejas románticas del Chapo estaban involucradas en sus operaciones de narcotráfico.
En un intercambio con Acosta de 2012, le pregunta cómo van las ventas; ella responde: “Imparables, mi amor”.
No obstante, Acosta —según una fotografía mostrada en el tribunal, tiene gran parecido a Coronel— también parecía ser algo recelosa del capo. En mensajes dice estar segura de que Guzmán la estaba espiando; desde luego, tenía razón. Incluso se quejó al respecto con amistades:
“No confío en estos BlackBerries que me da aquí, porque el bastardo puede localizarme”, dice en una conversación sobre el dispositivo que le dio el Chapo para comunicarse. En otro mensaje, pareció estar orgullosa de haber averiguado que la espiaba: “Soy mucho más viva que él”.
Después de que una serie de mensajes fue mostrada en la corte, el ciberexperto colombiano, Rodríguez, fue llamado al banquillo. De rostro infantil y con un traje azul, les dijo a los miembros del jurado que Guzmán le había pedido que instalara el programa FlexiSPY en cincuenta celulares distintos y que parecía estar obsesionado con monitorear las comunicaciones.
Rodríguez dijo que el Chapo lo llamaba casi todos los días para hacerle preguntas acerca del software, que estaba vinculado a una computadora desde la cual Guzmán podía ver informes acerca de los mensajes de texto y las ubicaciones GPS de sus llamados “celulares especiales”. Rodríguez indicó que los reportes se volvieron tan voluminosos que Guzmán le encargó a uno de sus otros técnicos que los leyera y le hiciera resúmenes diarios.
En determinado momento, según les dijo Rodríguez a los miembros del jurado, el Chapo le pidió que instalara una función en los celulares que le permitía activar sus micrófonos de manera remota y secreta. Y entonces, de acuerdo con el testimonio, a Guzmán le gustaba hacer un pequeño juego: les llamaba a las personas que tenían los celulares “especiales” y hablaba con ellas un rato, para después colgar y activar el micrófono con el fin de escuchar lo que decían sobre él.
Guzmán no solo espiaba con los teléfonos móviles.
Rodríguez testificó que una vez, durante su estancia en uno de los escondites de Guzmán en las montañas de la sierra Madre, el capo preguntó cuánto tiempo se necesitaba para hacer que una computadora también fuera “especial”. En ese momento, dijo Rodríguez, estaba una mujer en el mismo escondite y ella había llevado su computadora. Cuando el experto en tecnología le dijo al Chapo que solo le tomaría tres minutos, Guzmán le ordenó que lo hiciera.
“El Chapo distrajo a la mujer y yo instalé el software espía en la computadora”, comentó Rodríguez.