Los ríos de Kenia se quedan sin arena

NAIROBI. El auge de la construcción de viviendas e infraestructuras en Kenia ha provocado una cada vez más creciente demanda de materiales como la arena para el sector.

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El auge de la construcción de viviendas e infraestructuras en Kenia ha provocado una cada vez más creciente demanda de materiales como la arena para el sector, un recurso del que según un informe de la ONU presentado esta semana se consume anualmente entre 40.000 y 50.000 millones de toneladas en el mundo.

Pero la arena que se utiliza en Kenia no siempre proviene de explotaciones legales controladas sino más bien de la explotación local y manual de los ríos, desarrollada por cientos de ciudadanos que han visto en ello un filón para sacar unos pocos recursos más para su maltrecha economía y que están provocando graves daños a los ecosistemas de los ríos.

Así lo pudo comprobar Efe en una visita organizada por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente a uno de los tramos del río Athi, que discurre a unos 25 kilómetros de Nairobi aproximadamente por la carretera que va hasta el puerto de Mombasa.

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Varios explotadores de arena armados de picos y palas cavan en uno de los márgenes del río para obtener un material “que es ahora una mezcla, porque la arena buena se ha terminado”, explica Fred Nyongesa, representante de la Oficina keniana de Recursos Hídricos.

Anteriormente se obtenía arena fina que estaba en la superficie y era vendida directamente para la mezcla con cemento y grava para la construcción, pero ahora estos extractores manuales deben cavar más profundamente y sacan una arena más gruesa que va acompañada de pequeños cantos.

Unos pasos más adelante, otros operarios les esperan con unas cribas que separan los cantos y cargan la arena en sacos para ser transportada en pequeños tractores que atraviesan las zonas secas del río hasta la superficie.

Para apaciguar los ánimos de los extractores que se alarman ante la presencia de un grupo de gente foránea, Nyongesa busca la presencia de un dirigente de la comunidad local, Mweu Kyule, quien explica que el auge de la demanda de arena ha traído beneficios solo a unos pocos habitantes de la zona.

Kyule señala que los extractores reciben un salario diario de unos 400 chelines kenianos (un euro equivale a 113 chelines aproximadamente) de una vecina, Helen, que ha aprovechado el negocio y obtiene un beneficio de unos 200 chelines al vender una tonelada por 600 chelines.

Aproximadamente se sacan “unas 1.100 toneladas por temporada de esta zona del río”, dice Nyongesa, “es una actividad estacional en zonas rurales donde la economía de las familias, con entre seis u ocho hijos, se basa en la agricultura”.

Explica que es imposible controlar este tipo de actividad ante la ausencia de una legislación que vigile la construcción de diques y la extracción de arena, que se hace “ a lo largo de todo el cauce del Athi hasta su desembocadura en el océano Índico”. “Esto sucede desde hace diez años”, señala, pero “afortunadamente... esto se hace solo durante tres o cuatro meses al año”, desde mediados de noviembre hasta marzo, en lo que los kenianos llaman la época de lluvias escasas o seca.

El impacto de esta actividad se ve luego en la época de lluvias, explica Nyongesa, porque el nivel del agua sube y provoca inundaciones por la destrucción de los ecosistemas que ya no retienen los sedimentos e inunda los huertos y cultivos cercanos a los ríos.

Pero el beneficio, sospechan las autoridades, lo puede estar sacando también una fábrica a escasos kilómetros del río, la Bamburi Special Product Ltd., que se dedica a la fabricación de arena, cemento y grava, ante la creciente demanda en un país con una economía en franco crecimiento y que quiere convertirse en un ejemplo de desarrollo en la región.

Durante la visita a las instalaciones de Bamburi, Nyongesa descubre “extrañamente” que un saco de arena muy fina y color muy natural que se encuentra delante de la oficina de estudio de calidad de materiales, “puede” provenir del río, pero es muy difícil demostrarlo, señala.

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