El gato persa: elegancia en la corte europea
Originario de Persia (actual Irán), el gato persa se introdujo en Europa durante el siglo XVII y rápidamente se posicionó como favorito entre la nobleza. Sus largos y sedosos pelajes, sumados a un temperamento calmado y reservado, lo convirtieron en mascota predilecta de casas reales como la británica y la francesa.

Tener un gato persa no solo denotaba gusto refinado, sino también capacidad económica, pues su mantenimiento y crianza eran costosos.
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El gato siamés: guardián sagrado de Tailandia
El gato siamés procede de la antigua Siam (hoy Tailandia) y durante siglos fue patrimonio exclusivo de la realeza y los templos budistas, al punto que se les conocía como “gatos reales de Siam”.

Eran utilizados como guardianes espirituales y se creía que portaban el alma de los monarcas fallecidos. Su aspecto exótico, de pelaje claro y extremidades oscuras, se convirtió en sinónimo de distinción cuando comenzaron a llegar a Occidente en el siglo XIX.
El gato azul ruso: belleza y misterio del Zar
En Rusia, se dice que el Azul Ruso era un acompañante habitual en las cortes de los zares. Su pelaje plateado y ojos verdes cautivaron a la nobleza rusa y, más adelante, a la aristocracia europea.

Discreto pero elegante, este gato encarnaba el lujo silencioso y el misticismo asociados con la realeza del norte.
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El gato angora turco: símbolo otomano
El Angora Turco es una de las razas más antiguas del mundo y estuvo directamente relacionada con la alta sociedad del Imperio Otomano.

En algunos casos, la familia real prohibía su exportación, considerándolos tesoros nacionales. El sultán solía obsequiar ejemplares adultos como señal de gran aprecio o alianza política.
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El Maine Coon: nobleza estadounidense
Aunque de origen más reciente, el Maine Coon se asoció rápidamente con la élite agrícola del noreste estadounidense.

Grande, majestuoso y de apariencia indómita pero elegante, este gato era un símbolo de prosperidad y buen gusto en los hogares más acomodados de finales del siglo XIX.