El llamado del perro cantor de Nueva Guinea (Canis lupus hallstromi) no es un ladrido, sino una vocalización sostenida que sube y baja en tono, similar a un yodel. Bioacústicos describen armónicos claros y variaciones que parecen “dialogar” con otros individuos, rasgo poco común entre canes domésticos.
También emite chillidos, gruñidos suaves y trinos, componiendo un repertorio que, según especialistas citados por National Geographic y PNAS, apunta a una comunicación social compleja.
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Un can primitivo emparentado con dingos
Genéticamente, el perro cantor integra el linaje de perros “primitivos”, cercano al dingo y a poblaciones antiguas del sudeste asiático.

Estudios genómicos publicados en Proceedings of the National Academy of Sciences sugieren afinidad con perros asilvestrados de alta montaña, con una diversidad genética limitada en líneas de cautiverio.
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Esa cercanía explicaría su morfología ligera, orejas erectas, cola en hoz y gran capacidad para trepar y escabullirse.
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Entre el mito, el cautiverio y señales en vida libre
Durante años se lo conoció sobre todo por ejemplares en zoológicos y criaderos especializados, con pocos registros confiables en vida libre.

Investigaciones recientes reportaron poblaciones esquivas en zonas remotas de montaña, con fotografías y muestras biológicas que apuntan a la persistencia de parientes silvestres.
Organizaciones como la IUCN y proyectos académicos subrayan la necesidad de confirmar el estatus taxonómico y delimitar qué es “perro cantor” auténtico frente a posibles cruces.
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Un temperamento para expertos
A diferencia de razas urbanas populares, el perro cantor no fue seleccionado para obediencia o convivencia doméstica.
Criadores y etólogos señalan alta reactividad, fuerte impulso exploratorio y una notable habilidad para escapar, además de vocalizaciones intensas que pueden resultar problemáticas en hogares.
La recomendación habitual es restringir su manejo a instituciones con protocolos de bienestar, o a programas de conservación con objetivos claros.
Qué dicen los estudios sobre su “música”
Análisis acústicos documentan notas sostenidas que pueden sincronizarse entre individuos, formando “coros” breves.
La estructura del canto se asocia a señales de territorio, cohesión del grupo y estado emocional. A nivel anatómico, su laringe y cavidad nasal favorecen resonancias marcadas; no es que “no pueda ladrar”, sino que prioriza otras señales sonoras.
Si alguna vez escuchás una grabación, vas a notar transiciones suaves, a diferencia de los ladridos cortos y percutivos de la mayoría de los perros.
Conservación: prioridades y límites
Con datos aún fragmentarios, especialistas proponen:
- Monitoreo no invasivo (cámaras trampa, análisis de ADN ambiental).
- Protocolos de salud y genética coordinados entre instituciones.
- Resguardo de hábitats de alta montaña y corredores biológicos.
- Educación y trabajo con comunidades locales para reducir conflictos con perros domésticos y el riesgo de hibridación. Organizaciones de referencia, como la IUCN, insisten en clarificar primero el estatus taxonómico y poblacional para orientar recursos.
Un símbolo que inspira
El perro cantor de Nueva Guinea concentra el magnetismo de los canes antiguos y la curiosidad por comportamientos únicos.
Su “canto” se volvió emblema en documentales y proyectos científicos, pero también recuerda que no todo lo extraordinario encaja en la vida de mascota. La ciencia todavía intenta comprender cuánto de su voz es herencia, cuánto adaptación y cuánto aprendemos al escucharlo con atención.