La mirada rara de tu gato: ¿qué revela el síndrome de Horner sobre su salud?

Un inexplicable cambio en la mirada de tu gato puede ser más que un simple capricho; el síndrome de Horner es un enigma neurológico intrigante que, aunque frecuentemente transitorio, revela la necesidad de un diagnóstico veterinario oportuno y preciso.

Síndrome de Horner en gatos, imagen ilustrativa.
Síndrome de Horner en gatos, imagen ilustrativa.Shutterstock

Una pupila más pequeña de lo habitual, el párpado superior caído y la tercera membrana del ojo asomando como si fuera una cortina inesperada. Para muchos cuidadores, la súbita “mirada rara” de su gato es motivo de alarma. En la clínica, ese conjunto de signos tiene nombre y explicación: síndrome de Horner, una alteración neurológica que, aunque llamativa, a menudo es transitoria y no dolorosa.

El síndrome de Horner aparece cuando se interrumpe la vía simpática que lleva señales desde el cerebro hasta el ojo. Esa autopista nerviosa de tres “neuronas” atraviesa el encéfalo, el cuello y la cavidad torácica, rodea estructuras como la arteria carótida y termina en los tejidos oculares que regulan el diámetro pupilar, la posición del párpado y el tono del globo ocular.

Si el trayecto se corta en cualquiera de sus tramos, el ojo “pierde” el estímulo simpático y predominan los efectos parasimpáticos: la pupila se contrae (miosis), el párpado cae (ptosis), el globo se ve ligeramente hundido (enoftalmos) y la tercera párpado se hace visible.

Síndrome de Horner en gatos, imagen ilustrativa.
Síndrome de Horner en gatos, imagen ilustrativa.

En gatos, estas señales suelen notarse más en ambientes con poca luz, cuando la pupila afectada no se dilata como debería.

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¿Qué lo causa?

A diferencia de otras enfermedades oculares, el síndrome de Horner no suele causar dolor en sí mismo. Eso no significa que deba tomarse a la ligera: la alteración es un síntoma, no un diagnóstico final.

Identificar por qué se ha interrumpido esa vía nerviosa es el verdadero reto veterinario. En felinos, una proporción significativa de casos es idiopática, es decir, sin causa detectable, y tiende a resolverse de manera espontánea en semanas o pocos meses.

Sin embargo, también puede ser la punta del iceberg de procesos tan variados como otitis media o interna, traumatismos cervicales, lesiones del plexo braquial, problemas en la región de la mandíbula, procedimientos o heridas en la zona del cuello, e incluso masas en el tórax o en la base del cráneo que compriman el trayecto nervioso.

Diagnóstico

El primer paso del veterinario ante un gato con sospecha de Horner es corroborar el patrón clínico y determinar si afecta a un ojo o a ambos —la presentación bilateral es poco común—.

Una exploración otoscópica en profundidad y una evaluación neurológica completa orientan hacia posibles causas en oído medio, cuello o tórax.

En algunos casos, se recurre a pruebas de imagen como radiografías de tórax, tomografías o resonancias para buscar evidencias de inflamación, lesiones o neoplasias en el recorrido de la vía simpática ocular.

Existen además pruebas farmacológicas con gotas simpaticomiméticas —como la fenilefrina a baja concentración— que, según la rapidez con que revierten temporalmente los signos, ayudan a localizar el tramo de la vía donde podría estar la lesión.

Tratamiento

El tratamiento depende del origen. Si hay una otitis, el manejo del oído medio suele ser prioritario; si el problema es traumático, se pauta terapia de apoyo y control del dolor; si se identifica una masa, el abordaje oncológico o quirúrgico entra en juego.

Cuando no se encuentra causa, la estrategia suele ser conservadora: proteger la superficie ocular con lubricantes si hay exposición de la tercera membrana o cierre incompleto del párpado, vigilar la evolución y reevaluar según la respuesta.

En muchos gatos idiopáticos, los signos disminuyen progresivamente y pueden desaparecer en un plazo de seis a doce semanas, aunque no es raro que la recuperación se prolongue varios meses.

Para los cuidadores, la recomendación es clara: ante un cambio súbito de la mirada, especialmente si se acompaña de miosis marcada en un ojo, caída del párpado o aparición de la tercera membrana, conviene acudir al veterinario sin demora.

El síndrome de Horner en sí mismo no suele ser una emergencia dolorosa, pero puede ser la manifestación visible de un problema oculto. Un diagnóstico metódico permite distinguir los casos benignos y autolimitados de aquellos que requieren tratamiento específico, y, sobre todo, ofrece tranquilidad informada a quien convive con ese felino cuya mirada, de pronto, parece haber cambiado de historia.

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