La aspergilosis, una enfermedad causada por hongos del género Aspergillus, está ganando atención en la medicina felina por su capacidad de afectar gravemente las vías respiratorias de algunos gatos.
Aunque menos frecuente que en perros, los veterinarios advierten que la afección puede pasar desapercibida en sus etapas iniciales y evolucionar hacia cuadros invasivos que comprometen la nariz, los senos nasales e incluso la órbita ocular.
Un hongo ambiental con impacto clínico
Aspergillus es un moho común presente en el ambiente: en el suelo, el polvo doméstico, la materia orgánica en descomposición y sistemas de ventilación.

Los gatos se exponen principalmente al inhalar esporas microscópicas. En la mayoría, el sistema inmunitario elimina estas partículas sin consecuencias.
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Pero en ciertos animales, las esporas prosperan y colonizan los tejidos nasal y sinusal, desencadenando una respuesta inflamatoria que puede erosionar estructuras óseas y extenderse a zonas vecinas.
Diversos estudios veterinarios describen dos presentaciones principales en felinos:
- Rinosinusitis por Aspergillus (comúnmente A. fumigatus), que afecta las cavidades nasales y los senos paranasales.
- Aspergilosis sino-orbitaria, con frecuencia asociada a A. felis, más agresiva y capaz de invadir el ojo y tejidos faciales.
También se han documentado formas diseminadas en gatos con inmunosupresión, aunque son más raras.
Señales a las que prestar atención
Los síntomas suelen confundirse con rinitis alérgica o resfriados persistentes.

Los especialistas recomiendan una evaluación veterinaria si un gato presenta por más de una o dos semanas:
- Estornudos frecuentes y descarga nasal persistente (transparente, mucopurulenta o con sangre).
- Mal olor nasal, costras o lesiones alrededor de la nariz.
- Dolor o sensibilidad facial, deformidad en el puente nasal.
- Lagrimeo, hinchazón periocular, protrusión del globo ocular o cambios en la visión (en casos sino-orbitarios).
- Letargo, disminución del apetito y pérdida de peso.
La hemorragia nasal recurrente y la falta de respuesta a antibióticos comunes son señales de alerta que motivan pruebas específicas.
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¿Quiénes están en mayor riesgo?
Si bien la aspergilosis puede afectar a cualquier gato, existen factores que predisponen:
- Enfermedades que debilitan el sistema inmune, como infecciones retrovirales (FIV/FeLV), diabetes mal controlada o tratamientos prolongados con corticoides.
- Alteraciones anatómicas de las cavidades nasales o antecedentes de enfermedad respiratoria crónica.
- Exposición a ambientes con alta carga de polvo, moho o materia orgánica en descomposición.
A diferencia de lo observado en perros, en gatos no hay un patrón racial claro; tanto felinos jóvenes adultos como de mediana edad pueden verse afectados.
Diagnóstico: más allá del hisopo nasal
Confirmar la aspergilosis requiere combinar imagenología, endoscopia y pruebas de laboratorio. Entre las herramientas más utilizadas están:
- Tomografía computarizada o resonancia magnética para visualizar destrucción ósea, masas fúngicas (conocidas como “plugs” o micetomas) y extensión a senos u órbitas.
- Rinoscopia para inspección directa, toma de biopsias y, cuando es posible, desbridamiento de material fúngico.
- Cultivo, histopatología y técnicas moleculares (como PCR) para identificar la especie de Aspergillus.
- Serologías y pruebas de antígenos/anticuerpos, útiles como apoyo, aunque con sensibilidad variable en gatos.
El diagnóstico diferencial incluye pólipos nasales, neoplasias, cuerpos extraños y otras rinitis micóticas o bacterianas. Por ello, un abordaje escalonado y guiado por imágenes es clave para evitar retrasos terapéuticos.
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Tratamiento: terapias prolongadas y abordajes combinados
El manejo suele ser más complejo que en perros y, a menudo, requiere una combinación de procedimientos y antifúngicos sistémicos:
- Antifúngicos azólicos como itraconazol, posaconazol o voriconazol son pilares del tratamiento en felinos, con monitorización de efectos hepáticos y niveles séricos cuando está disponible.
- Desbridamiento endoscópico de masas fúngicas y material necrótico mejora la penetración de fármacos.
- Tratamientos tópicos intranasales, de uso frecuente en perros, se aplican con mayor cautela en gatos y no son siempre la opción de primera línea.
- En aspergilosis sino-orbitaria, puede requerirse cirugía para aliviar la presión y retirar tejido invadido, además de terapias prolongadas.
La duración del tratamiento suele medirse en meses y se mantiene hasta lograr resolución clínica e imágenes estables, con recaídas posibles.
El pronóstico es reservado en formas invasivas, pero la detección precoz mejora significativamente los resultados.
¿Se puede prevenir?
Eliminar la exposición a Aspergillus es imposible, dado su carácter ubicuo. No obstante, hay medidas razonables que pueden reducir la carga ambiental y favorecer la salud respiratoria:
- Ventilar y controlar la humedad en el hogar; reparar filtraciones y retirar moho visible.
- Evitar acumular hojas o compost en áreas donde el gato descansa o juega.
- Usar sustratos de buena calidad y con bajo polvo en areneros.
- Mantener al día vacunas y controles veterinarios, y consultar ante síntomas respiratorios persistentes.
Los expertos recuerdan que los intentos de “esterilizar” el entorno no son necesarios ni realistas; el enfoque está en limitar la humedad, el polvo y la materia orgánica en descomposición, además de vigilar signos clínicos.
Una enfermedad subdiagnosticada
Por su presentación insidiosa, la aspergilosis felina puede pasar desapercibida hasta etapas avanzadas. Clínicos de medicina interna señalan que una rinitis crónica que no responde a antibióticos o antiinflamatorios debe motivar estudios por imágenes y evaluación endoscópica.
La identificación de la especie de Aspergillus orienta el pronóstico y la elección del antifúngico.
Con el aumento en el acceso a tomografía y endoscopia en clínicas veterinarias, es probable que los casos se identifiquen con mayor frecuencia.
Para los tutores, la clave es no normalizar estornudos, secreciones o sangrados nasales recurrentes: la consulta temprana no solo alivia el malestar del animal, sino que abre la puerta a tratamientos más efectivos y menos invasivos.
En un escenario donde hongos ambientales conviven de forma inevitable con los animales domésticos, la vigilancia clínica y la atención a los pequeños cambios en la respiración y el comportamiento de los gatos marcan la diferencia entre un cuadro controlable y una complicación severa.