La imagen del Doberman como perro “de una sola persona” lleva décadas circulando entre criadores y aficionados.
Su mirada vigilante, la devoción al trabajo y una reputación de lealtad férrea han alimentado la idea de un vínculo exclusivo con un único humano. Pero, ¿qué dice la ciencia sobre la capacidad de un perro —Doberman o no— para elegir un solo favorito?
Un mito con raíces en la funcionalidad
La noción del “vínculo único” tiene base histórica: muchas razas de trabajo fueron seleccionadas para responder con precisión a una guía principal —pastores, perros de protección o mensajeros—, lo que favoreció la cooperación intensa con un encargado.

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El Doberman, desarrollado a finales del siglo XIX en Alemania con fines de guarda y compañía cercana, encaja en ese perfil: es receptivo, responsivo y extremadamente atento a las señales humanas.
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Sin embargo, ser altamente cooperativo con una persona no implica incapacidad para establecer lazos con otras. La selección por apego y sociabilidad hacia humanos —rasgos hoy extendidos en múltiples razas— facilita que los perros formen vínculos múltiples, con preferencias variables según el contexto.
Lo que muestran los estudios sobre apego canino
Desde finales de los noventa, investigaciones que adaptan el “Test de la Situación Extraña” de Ainsworth —originalmente diseñado para evaluar el apego en bebés— han documentado que los perros presentan patrones de apego seguro hacia sus cuidadores.

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Trabajos como los de József Topál y colegas y de Elisabetta Prato‑Previde hallaron que los perros utilizan a su cuidador como “base segura”, buscando proximidad y mostrando señales de estrés moderado ante separaciones breves, seguido de consuelo en el reencuentro.
Estas respuestas no son propias de una única figura: los perros pueden desarrollar apego hacia más de un miembro del hogar, con intensidades y roles distintos.

Factores como quién alimenta, pasea, juega o entrena con el animal influyen en la preferencia, al igual que la predictibilidad y la calidad del refuerzo.
En paralelo, análisis a gran escala sobre diferencias entre razas —como los dirigidos por Evan MacLean y colaboradores— han identificado variación heredable en conductas sociales orientadas al humano.

Algunas razas, entre ellas varias de trabajo y guarda, tienden a puntuar alto en responsividad a señales humanas y vigilancia del entorno. Esto puede traducirse en la práctica en una atención más sostenida hacia la persona con la que más interactúan.
Conclusión clave: los perros muestran preferencias, pero no están “programados” para amar a una sola persona.
Doberman: cercanía intensa, no exclusividad
Propietarios y adiestradores describen al Doberman como un perro “velcro”: busca proximidad física, mantiene contacto visual y se orienta por defecto hacia su guía.
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Su nivel de sensibilidad y energía, junto con su inteligencia, hacen que repitan conductas que obtienen refuerzos claros y consistentes. Si una persona es la fuente principal de ejercicio, entrenamiento y juego, es esperable que se convierta en “favorita”.

Con socialización temprana, manejo amable y oportunidades de interacción positiva con distintos miembros del hogar, los Doberman suelen distribuir su apego.
Pueden, por ejemplo, acudir a una persona para juego activo y a otra para descanso y caricias. La exclusividad aparece más cuando hay deprivación social (poca exposición variada), manejo inconsistente entre cuidadores o refuerzos concentrados en una sola relación.
Cuando la preferencia se vuelve problema
La cara menos amable del vínculo intenso es la hiperapego y la ansiedad por separación. Los signos incluyen vocalización excesiva al ausentarse una persona concreta, apego pegajoso en casa, hipervigilancia y dificultad para relajarse en presencia de otros cuidadores.

En razas sensibles como el Doberman, la prevención es tan importante como el tratamiento:
- Socializar de forma gradual y positiva con diferentes personas desde cachorro.
- Repartir responsabilidades de cuidado y entrenamiento entre miembros del hogar.
- Practicar ausencias estructuradas y “indiferencia amable” antes de salidas.
- Enseñar conductas de relax en un lugar designado, reforzadas por todos.
- Pedir ayuda profesional si hay signos de angustia: un veterinario con formación en comportamiento o un etólogo clínico puede valorar pautas y, si procede, tratamiento.
¿Existe el “humano favorito”?
Sí, en el sentido de una preferencia observable basada en historia de refuerzo, disponibilidad y estilo de interacción. No, en el sentido de una exclusividad inevitable o biológicamente fijada.

La mayoría de los perros, incluidos los Doberman, pueden establecer múltiples apegos seguros. La “favoritización” es dinámica: cambia con el tiempo y con quién satisface mejor las necesidades del perro (actividad, seguridad, juego, descanso).
Para familias que temen “arruinar” el vínculo compartiendo responsabilidades, la evidencia es tranquilizadora: la consistencia y la amabilidad son más determinantes que la exclusividad.
Y para quienes desean que el Doberman no se pegue a una sola persona, la receta es repartir interacciones de calidad y enseñar autonomía desde el inicio.