Es un comportamiento tan desconcertante como común: de pronto, el perro interrumpe el juego o el descanso para girar el cuello y lamerse con insistencia la base de la cola. Para muchos cuidadores, la escena despierta dudas, incomodidad e incluso alarma.
Detrás de ese gesto puede haber desde un hábito de autoaseo completamente normal hasta señales tempranas de un problema en las glándulas anales que requiere atención veterinaria.
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Un componente normal del acicalado… hasta cierto punto
Todos los perros poseen dos sacos anales, ubicados a ambos lados del ano, que almacenan una secreción de olor intenso. En condiciones normales, esa secreción se vacía de manera pasiva cuando el animal defeca, y el perro puede lamerse ocasionalmente la zona como parte del acicalado.

Si el comportamiento es esporádico, breve y no se acompaña de otros signos, suele enmarcarse en la rutina de higiene.
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La alerta surge cuando el lamido es repetitivo, focalizado y aparece junto con otras conductas como arrastrar el trasero por el suelo, girar de forma abrupta para morderse la base de la cola, perseguirse o mostrar malestar al sentarse.
Un olor “a pescado” o muy penetrante, secreciones visibles, inflamación o sensibilidad al tacto son pistas de que las glándulas podrían no estar funcionando como deberían.
Cuando el lamido indica un problema
Las glándulas anales pueden obstruirse, inflamarse o infectarse. La impactación —la acumulación de material espeso que no logra salir de forma adecuada— es una de las causas más frecuentes de lamido insistente.
Cuando el contenido se estanca, se vuelve más denso e irrita el saco, generando picor y dolor que el perro intenta aliviar lamiendo o frotándose.
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Si la impactación progresa, puede dar paso a una sacculitis (inflamación) o a un absceso, con dolor marcado, enrojecimiento, calor local e incluso fiebre.
En casos avanzados puede producirse una fístula y drenar al exterior con material purulento o sanguinolento, situación que requiere atención inmediata.
Las alergias cutáneas —ambientales o alimentarias— son otro detonante habitual. La inflamación crónica de la piel perianal aumenta el prurito y altera la consistencia de las heces y la dinámica de vaciado de los sacos, lo que predispone a molestias recurrentes.
Parásitos intestinales, dermatitis por contacto, infecciones por levaduras o bacterias en la zona y problemas ortopédicos que modifican la postura al defecar también pueden participar.
El comportamiento no siempre es solo físico. En algunos perros, la ansiedad, el aburrimiento o el dolor en otra parte del cuerpo se canalizan en lamidos focalizados de áreas accesibles, incluida la región anal. Diferenciar entre un origen médico y uno conductual exige una valoración clínica completa.
Factores de riesgo poco evidentes
La anatomía y el tamaño del perro influyen. Las razas pequeñas parecen presentar más episodios de impactación, posiblemente por sacos de menor calibre y heces menos voluminosas que ejercen menos presión al evacuar.
El sobrepeso añade dificultad mecánica al vaciado y complica la higiene de la zona. Dietas pobres en fibra o cambios alimentarios bruscos que alteran la consistencia de las heces pueden favorecer la retención del contenido.
La edad también cuenta. En perros mayores, la pérdida de tono muscular perianal y comorbilidades digestivas pueden interferir en el vaciado. Por el contrario, en animales jóvenes con alergias atópicas, los brotes estacionales suelen coincidir con periodos de lamido más intenso y eventos de sacos inflamados.
Qué puede hacerse en casa y cuándo acudir al veterinario
Si el lamido es ocasional, no hay mal olor, secreción anormal ni dolor, observar durante 24 a 48 horas puede ser razonable, reforzando hábitos que favorezcan el vaciado natural.
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Un tránsito intestinal regular, heces bien formadas y actividad física diaria son aliados. Consultar con un profesional sobre una dieta equilibrada que incluya suficiente fibra —ya sea a través del alimento o con suplementos indicados por el veterinario— ayuda a producir heces de consistencia adecuada para comprimir los sacos al defecar.
Cuando el lamido es persistente, el perro se “scootea”, aparece olor intenso, la zona se ve inflamada o hay sangre o pus, la indicación es clara: acudir al veterinario.
El profesional evaluará si es necesario vaciar manualmente los sacos, un procedimiento que no se recomienda hacer en casa por el riesgo de lesiones, dolor o empeoramiento de la inflamación si se realiza sin técnica.
Dependiendo del hallazgo, puede prescribir antiinflamatorios, analgésicos, antibióticos tópicos o sistémicos y, en casos de alergias, instaurar un plan que abarque control ambiental, tratamientos antipruriginosos o dietas de eliminación.
En animales con recurrencias frecuentes, el enfoque preventivo es clave. Ajustar el peso, tratar las alergias subyacentes, optimizar la dieta y programar revisiones periódicas puede reducir los episodios.
La expresión rutinaria de glándulas en perros sin síntomas es un punto de debate: realizarla de manera innecesaria puede irritar los sacos y promover dependencia del vaciado manual. La decisión debe personalizarse y basarse en la historia clínica.
Mitos y realidades alrededor del lamido
Es común atribuir el lamido exclusivamente a “falta de higiene”, cuando en realidad muchas veces es una señal de incomodidad fisiológica. Tampoco es cierto que todos los perros necesiten vaciados regulares por defecto. Por otro lado, desestimar el problema por vergüenza o por considerarlo “normal” puede prolongar el dolor y complicar el cuadro.
Otra confusión habitual es pensar que un cambio de champú o toallitas perfumadas solucionará la conducta. Los productos agresivos pueden irritar más la piel perianal. La higiene debe ser suave y enfocada, y solo representa una parte del abordaje cuando existe una causa médica detrás.
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El papel del cuidador: observar, registrar y actuar
En un comportamiento que puede tener múltiples causas, la observación del día a día aporta información valiosa. Anotar cuándo ocurre el lamido, si se asocia a defecación, cambios en la dieta, estrés o estaciones del año ayuda al veterinario a orientar el diagnóstico.
Describir la consistencia de las heces, la presencia de olores inusuales y cualquier otra conducta anómala, como lamido de patas crónico o otitis recurrentes, puede apuntar hacia una base alérgica.
La intervención temprana marca la diferencia. Tratar una impactación a tiempo suele ser sencillo y evita el dolor y las complicaciones de una infección avanzada. A largo plazo, la combinación de dieta adecuada, control de peso, manejo de alergias y ejercicio regular no solo reduce el lamido de la zona anal, sino que mejora el bienestar general del animal.
En síntesis, que un perro se lama las glándulas anales no es, por sí solo, motivo de pánico. Pero cuando el gesto se vuelve persistente o se acompaña de otras señales, es un mensaje claro de que algo no va bien.
Escucharlo y actuar con criterio —apoyados en la evaluación veterinaria— es la mejor forma de transformar un comportamiento incómodo en una oportunidad para cuidar la salud del compañero de cuatro patas.
