La enfermedad del hígado graso —conocida en medicina veterinaria como lipidosis hepática— no es exclusiva de los gatos. En perros, especialmente en razas pequeñas, puede pasar desapercibida hasta que el daño es significativo.
La combinación de dietas hipercalóricas, sedentarismo, sobrepeso y enfermedades concurrentes ha puesto esta patología en el radar de clínicos y cuidadores. Detectarla a tiempo es clave: el hígado es un órgano con gran capacidad de regeneración, pero esa ventana se cierra si el proceso avanza sin control.
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Qué es y por qué preocupa en perros de talla pequeña
La lipidosis hepática ocurre cuando se acumula grasa en el interior de los hepatocitos, las células del hígado. Ese exceso de lípidos altera funciones esenciales como el metabolismo de nutrientes, la detoxificación y la producción de proteínas.

En perros pequeños, la reserva energética es limitada y sus niveles de glucosa pueden fluctuar con rapidez; ante periodos de anorexia, estrés o enfermedades intercurrentes, el organismo moviliza grasa en exceso hacia el hígado, saturándolo.
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Además, ciertas razas toy y miniatura son más propensas a hipoglucemias y a problemas metabólicos asociados a dietas desequilibradas o a cambios bruscos de alimentación. El resultado es un escenario en el que el hígado debe “hacer más con menos”, incrementando el riesgo de lipidosis.
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Señales tempranas: cambios sutiles que requieren atención

El reto para las familias es que los signos iniciales son inespecíficos. La alerta debe encenderse cuando se combinan varios de los siguientes cambios, incluso si son leves o intermitentes:
- Disminución del apetito o rechazo a la comida habitual por más de 24–48 horas.
- Letargo, menor interés en el juego o en paseos.
- Pérdida de peso reciente o, por el contrario, sobrepeso con abdomen algo distendido.
- Náuseas o vómitos esporádicos, saliva espesa, lamido de labios.
- Cambios en las heces o en la frecuencia de micción.
- Halitosis inusual.
Cuando el proceso avanza, pueden aparecer ictericia (coloración amarillenta de encías y conjuntivas), orina más oscura, heces pálidas, descoordinación, mayor sed y signos neurológicos por encefalopatía hepática. Estos constituyen una urgencia veterinaria.
Factores de riesgo que no hay que pasar por alto
El sobrepeso es el principal facilitador: la grasa corporal actúa como “combustible” disponible que, en situaciones de estrés metabólico, se moviliza hacia el hígado.
También aumentan el riesgo las dietas ricas en grasas o premios en exceso, ayunos prolongados, cambios bruscos de alimento, enfermedades endocrinas como hipotiroidismo o Cushing, infecciones, exposición a toxinas y uso de ciertos fármacos sin supervisión.
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En cachorros toy y adultos muy pequeños, saltarse comidas puede precipitar hipoglucemias y desencadenar el círculo vicioso de anorexia-movilización de grasa-lipidosis.
Cómo se diagnostica antes del daño irreversible
El diagnóstico temprano combina historia clínica detallada, examen físico y pruebas complementarias. Analíticas sanguíneas pueden mostrar elevación de enzimas hepáticas, alteraciones en bilirrubina y proteínas, y cambios en el perfil lipídico.
La ecografía abdominal es una herramienta sensible para detectar cambios en la ecogenicidad del hígado compatibles con infiltración grasa y para descartar otras causas de hepatopatía.

En casos seleccionados, el veterinario puede recomendar una citología por aguja fina o una biopsia para confirmar el diagnóstico y descartar procesos concomitantes como inflamación, fibrosis o neoplasias. La detección precoz, antes de que haya fibrosis marcada, mejora notablemente el pronóstico.
Tratamiento: estabilizar, nutrir y proteger el hígado
El manejo se centra en revertir la anorexia, corregir desequilibrios metabólicos y proteger el tejido hepático mientras se resuelve la causa subyacente.
La nutrición temprana y adecuada es el pilar: en perros que no comen por sí solos, puede requerirse alimentación asistida o sondas temporales para evitar el catabolismo. Se ajustan proteínas de alta calidad según tolerancia, con aporte controlado de grasas y carbohidratos de fácil digestión.
Fármacos hepatoprotectores como S-adenosilmetionina, silimarina o ácido ursodesoxicólico pueden formar parte del plan, junto con antieméticos, protectores gástricos y fluidoterapia cuando es necesario. La identificación y tratamiento de enfermedades concurrentes (endocrinas, infecciosas o digestivas) es determinante para la recuperación.
Con intervención temprana, muchos perros se recuperan; si el daño progresa a fibrosis o cirrosis, las secuelas pueden ser permanentes.
Prevención: pequeñas decisiones, gran impacto
Prevenir la lipidosis en perros pequeños implica constancia más que cambios drásticos. Mantener un peso corporal saludable mediante raciones medidas y actividad diaria reduce de forma sustancial el riesgo.
Es preferible ofrecer comidas pequeñas y frecuentes, especialmente en razas miniatura y en animales con historial de hipoglucemia, evitando ayunos prolongados.
Los cambios de dieta deben ser graduales, en 7 a 10 días, para minimizar rechazo y malestar digestivo. Los premios no deben superar el 10% de las calorías diarias.
Revisiones veterinarias periódicas permiten detectar a tiempo variaciones en peso, condición corporal y parámetros sanguíneos, y ajustar el plan nutricional según la etapa de vida.
Qué deben vigilar los cuidadores en el día a día
Observar el apetito, la energía y el aspecto de las mucosas puede marcar la diferencia. Si un perro pequeño deja de comer, vomita o luce apático por más de 24–48 horas, conviene consultar sin demora. Registrar el peso quincenalmente, anotar cambios de conducta y tener un plan claro para transiciones de alimento ayuda a actuar antes de que el problema escale.
El hígado, a diferencia de otros órganos, ofrece segundas oportunidades cuando la intervención es temprana. En perros de talla pequeña, donde los desbalances energéticos se producen rápido, la vigilancia cotidiana y el acompañamiento veterinario son la mejor defensa contra un daño que, de otra forma, puede volverse irreversible.
