“El colibrí disecado se pone en una bolsita de tela roja con pétalos de rosa, junto con la foto de la persona amada y, si se quiere mayor efectividad, se coloca ropa interior. El amuleto se carga siempre a la altura del pecho, para hombre puede ser en la camisa y para mujeres en el sostén”, explica a sus clientes Nancy, locataria del Mercado Juárez, ubicado en la capital del país.
Según indica después, todo el “amarre” (trabajo) tiene un costo de 2.000 pesos mexicanos (unos 105 dólares). En el Mercado de Sonora, también en la capital, se puede acceder a la venta de colibríes “de criadero”, título que ostenta un llamativo cartel cuyo objetivo es que el cliente no tema realizar la compra al dudar de la legalidad de la procedencia.
“La pareja tiene un costo de 1.000 pesos (52 dólares). Anímese”, señala la vendedora. Sin embargo, los animales enjaulados que aquí se exhiben distan mucho de los colibríes ágiles y coloridos que gozan de libertad y que llegan a recorrer largas distancias entre Alaska y Suramérica.
Estos lucen un plumaje café, su piel arrugada se asemeja una ciruela pasa y no vuelan. De hecho, ni siquiera se mueven. La investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y líder del proyecto “Monitoreo de los colibríes de México en la Cantera Oriente”, María Arizmendi, asegura a Efe que es imposible reproducir colibríes de cualquier especie en cautiverio, ya que, si un colibrí está más de 10 minutos sin comer, muere.
“Para empezar tendrían que haber Unidades de Manejo para la Conservación de la Vida Silvestre (UMAs) de colibríes y no hay ninguna UMA de esta especie registrada ante el Gobierno”, argumenta.
Luego, agrega que “la persona que los cría tendría que estar dedicada en un 200 % a su alimentación, como si fuera un recién nacido pero con el doble de esfuerzo”. Por su parte, el biólogo Humberto Berlanga, coordinador de la Iniciativa para la Conservación de las Aves de América del Norte (ICAAN) México, sostiene a Efe que todos los colibríes que se venden son ilegalmente capturados.
“El problema del mercado de Sonora es muy antiguo. En el último año y medio la gente los compra para hacer fetiches. También hay personas que creen que si se los comen puede ayudarles a curar una enfermedad del corazón.
Estas creencias que no tienen base científica al final son una expresión cultural de nuestro país que tiene un impacto directo sobre algunas especies de colibrí”, expone. Berlanga, autor del libro “Colibríes de México y Norteamérica”, añade que en el mundo hay 340 especies de colibríes, de las cuales 58 habitan en México.
De acuerdo con la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) , en el país tres especies están en peligro de extinción, nueve amenazadas y seis sujetas a protección especial. Las demás no están en ninguna categoría de riesgo, siendo consideradas como especies comunes de amplia distribución.
Las tres especies en mayor peligro son: la Coqueta de Atoyac (Lophornis brachylophus), que habita la Sierra de Guerrero; el Colibrí Tijereta Mexicano (Doricha eliza), el cual vive en la costa de Yucatán y parte de Veracruz; y el colibrí Miahuatleco (Eupherusa cyanophrys), que se encuentra en la sierra de Miahuatlán, en Oaxaca. De acuerdo con Berlanga, estas tres especies corren máximo peligro debido a las actividades humanas que están reduciendo su hábitat, el uso de plaguicidas y los efectos del cambio climático, que podrían alterar la sincronización entre los periodos de floración de algunas especies de plantas.
En apoyo para la conservación de estas aves, Arizmendi planteó en 2013 a la comunidad universitaria de la UNAM un proyecto de creación de jardines para estos polinizadores. Este proyecto consiste en colocar al aire libre plantas con flores tubulares como aretillos, trompetillas y colorines, además de un bebedero con agua que contenga un 20 % de azúcar, equivalente a 2.500 flores juntas.
Esto sería alimento suficiente para dar una mejor calidad de vida al ave más diminuta del planeta, la cual pesa de 2 a 24 gramos. Ambos expertos coinciden en que el colibrí podría estar en mejores condiciones con una mayor participación de la sociedad, la cual muchas veces, por las actividades diarias, se va haciendo más y más ajena e inconsciente a la salud del entorno natural.