“Estoy orgulloso de vender chipa y ayudar a mi familia”, dice joven chipero de Caacupé

En las veredas del centro de Caacupé, entre el ir y venir de los transeúntes y el movimiento cotidiano frente a un conocido supermercado, se encuentra cada tarde Cristian Misael Colmán Bernal. Con apenas 17 años, este joven vende chipa con una sonrisa sincera y un orgullo que conmueve a quienes lo conocen.

Joven caacupeño resalta el valor del trabajo y manifiesta su orgullo por ayudar a su familia.
Joven caacupeño resalta el valor del trabajo y manifiesta su orgullo por ayudar a su familia.Faustina Agüero

Estoy orgulloso de vender chipa y ayudar a mi familia”, afirma con convicción. Para él, dedicarse a vender el alimento tradicional es una manera de aportar a su hogar, demostrar responsabilidad y abrirse camino en la vida.

Cristian vive en el barrio General Díaz de Caacupé, es estudiante del primer año en Ciencias Sociales y pese a sus obligaciones escolares, encuentra el tiempo para salir cada tarde con su canasto de chipa. Su compromiso no significa descuidar los estudios: “Primero están mis clases, después busco la manera de colaborar en mi casa. Sé que con esfuerzo se puede”, dice.

Cristian explicó que cada mañana se levanta a las 4:00 para acompañar a su papá en la elaboración de la chipa. Entre harina, almidón y el calor del tatakua, padre e hijo comparten no solo el trabajo, sino también un momento de unión familiar.

Su padre, también chipero, en más de una ocasión le dijo que no se preocupe en salir a vender, que se concentre únicamente en estudiar. Pero Cristian, con una sonrisa tímida, reconoce que lo hace por gusto: “A mí me gusta. Siento orgullo de salir con mi canasto, ofrecer la chipa y aportar aunque sea un poco en mi casa”, resaltó.

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Ese gesto revela que, más que una obligación, para él la venta de chipa es una elección de vida, una forma de aprender desde joven el valor del esfuerzo y la importancia de ayudar a la familia.

Los sueños de un joven chipero

Más allá de su trabajo diario, Cristián comparte las inquietudes que lo acompañan y que reflejan el sentir de muchos jóvenes paraguayos. Su mirada trasciende lo inmediato: no solo piensa en la venta de chipas, sino también en lo que significa ser joven en un país lleno de desafíos.

“Nos preocupa mucho el acceso a una educación pública gratuita y de calidad, que nos prepare realmente para el mundo actual, con oportunidades técnicas y universitarias integrales”, expresa.

En sus palabras se refleja un reclamo colectivo: la falta de empleo digno para los jóvenes, que muchas veces terminan sus estudios sin poder acceder a un trabajo estable, con derechos garantizados y con un Estado que cumpla su rol.

Juventud que no se resigna

Cristian también señala otros problemas que los afectan directamente: la inseguridad, la corrupción, la carencia de espacios culturales y deportivos que deberían ser promovidos desde las instituciones públicas. “Son derechos, no privilegios. Lamentablemente, casi siempre los encontramos en espacios privados o religiosos, y no todos pueden acceder”, afirma.

Como muchos jóvenes de su edad, Cristian es consciente de que, al no encontrar oportunidades en sus comunidades, muchos se ven obligados a emigrar a Asunción, a otras ciudades grandes o incluso al extranjero. “Faltan oportunidades laborales, apoyo a emprendedores y espacios para innovar. Pero creemos que sí hay futuro en nuestras comunidades, si las autoridades invierten en ellas”, asegura con esperanza.

Cristian sueña con una universidad que sea mucho más completa en Caacupé, que ofrezca diversidad de carreras como arquitectura o medicina, para que los jóvenes puedan elegir libremente qué estudiar sin verse obligados a conformarse con la escasa oferta actual. Al mismo tiempo, destaca la necesidad de apoyar a los productores locales, promover la cultura y crear empleo joven como una forma de evitar el desarraigo.

El mensaje de Christian se convierte en eco de una juventud que pide educación gratuita, de calidad y accesible; empleo digno; apoyo al primer trabajo; inversión en comunidades para que no sea necesario abandonar los pueblos para progresar.

“Queremos un Paraguay donde podamos crecer y desarrollarnos sin necesidad de dejar nuestras ciudades. Merecemos las mismas oportunidades que los que viven en las capitales departamentales. No pedimos privilegios, pedimos justicia y futuro”, enfatizó.

Entre chipas tibias, esfuerzo y sueños, Cristián se convierte en un símbolo de resiliencia y esperanza. Su historia recuerda que detrás de cada vendedor ambulante hay un rostro joven que no se rinde, una familia que se sostiene, y una generación que, con valentía y voz firme, clama por un Paraguay más justo, inclusivo y humano.

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