El encuentro se realizó en el marco del Circuito de Aprendizaje, que comenzó frente a la plaza central y culminó en la escuela Petronita Espínola, en la compañía Cañada Domínguez, donde los protagonistas compartieron los logros y aprendizajes cosechados durante el proceso.
Las escuelas Ramón Indalecio Cardozo, Petronita Espínola, Juan Ramón Escobar, Berta Zaldívar Vda. de Pappalardo y Virgen del Carmen mostraron sus huertas florecidas con verduras, plantas medicinales y valores compartidos, reflejo del trabajo conjunto que fortaleció el vínculo entre escuela y comunidad.
“El impacto fue muy positivo, no solo en lo pedagógico, sino también en las relaciones humanas. Los niños aprendieron a colaborar, a cuidar lo que siembran y a sentirse parte de algo más grande que la escuela”, expresó la directora de la escuela Coronel Escobar de Isla Guazu, Águeda Zaracho Aquino.
Aprender haciendo, sentir para enseñar
El proyecto propuso una metodología innovadora que convirtió la huerta en un aula viva, donde los contenidos escolares se aprendieron en contacto con la naturaleza. Así, los niños aplicaron la matemática midiendo surcos, escribieron en lengua sobre sus cultivos y aprendieron sobre salud y alimentación mientras cuidaban lo sembrado.
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Voces que inspiran
Para Lucha Abbate, directora del Programa Comunidad Emprendedora, esta experiencia demuestra que la educación puede ser profundamente viva cuando se conecta con la realidad de la comunidad. “Cada semilla fue también un acto de confianza. Los chicos se apropiaron de sus huertas, las familias se sumaron y las escuelas florecieron. Lo más valioso que cosechamos no fueron verduras, sino comunidad y esperanza”, afirmó.


Agustín González, alumno de la Escuela Virgen del Carmen, compartió con alegría lo mucho que disfrutó la experiencia de trabajar en la huerta escolar junto a sus compañeros. Contó que aprendieron a preparar la tierra, sembrar y cuidar las plantas día a día. “Nos divertimos mucho haciendo la huerta y viendo cómo crecían las verduras”, comentó con entusiasmo. Dijo además que lo que más le gustó fue ver el resultado del esfuerzo de todos.
“Aprendimos a trabajar en equipo y a tener paciencia, porque las plantas crecen despacito, pero valen la pena”, agregó orgulloso.
Una cosecha que continúa
El proyecto involucró a 238 estudiantes, 14 docentes y 22 jóvenes facilitadores, generando más de 2.700 plazas de capacitación. Aunque la jornada de hoy marcó el cierre formal, la Red de Huertas Escolares Agroecológicas seguirá creciendo y sumando instituciones.
La siembra no termina: seguirá germinando en cada aula y en cada niño que aprendió que de una semilla pueden brotar tanto alimentos como sueños.

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