A pasos de la Basílica Menor de Caacupé, donde el fervor se mezcla con el cansancio, el Tupãsy Ykuá se convierte en un punto de alivio para los peregrinos que llegan a rendir homenaje a la Virgen.
Los devotos se acercan con sus botellas, termos y pequeños recipientes para llenar con el agua bendita del pozo. Algunos se mojan la frente, otros beben un sorbo y continúan caminando hacia la explanada. En ese gesto sencillo se condensa una devoción que atraviesa generaciones.
“El agua de acá tiene algo especial”, comentó Leonida Santacruz Medina, una mujer de Pastoreo que desde hace más de veinte años llega hasta Caacupé junto a su familia. “Por más cansada que venga, cuando me lavo la cara en el Tupãsy Ykuá siento como si la Virgen me abrazara. Es un alivio que no se puede explicar.”
Doña Leonida relató con emoción que siente por la Virgen un amor profundo y sincero. Cada vez que ora o hace un gesto de devoción, su corazón se llena de consuelo y esperanza; siente que nunca está sola. Al acercarse a ella, una paz inmensa la invade y agradece por la guía y protección que la Virgen le brinda a su vida y a su familia.
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Un descanso en medio del camino
Para muchos, el Tupasy Ykuá es el primer alto antes de llegar a la Virgen. Las familias descansan unos minutos, los niños juegan con el agua, y los ancianos buscan sombra en los alrededores. En ese pequeño rincón, el cansancio se vuelve parte del ritual y la fe se renueva con cada gota.
El agua, cristalina y constante, restituye energías, calma el agobio y refresca el cuerpo y el alma. Los peregrinos la consideran una bendición tangible, un recordatorio de la pureza y la fortaleza espiritual que se busca en cada paso de la caminata.
Algunos incluso llenan botellas para llevar a sus hogares, convencidos de que esa agua guarda consigo la presencia de la Virgen de los Milagros.


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El corazón de la preparación espiritual
A medida que los días avanzan, el movimiento en Caacupé ya se intensifica. Los vendedores instalan sus puestos, las autoridades preparan los dispositivos de seguridad y los servicios de apoyo, y los primeros grupos de peregrinos comienzan a llegar caminando desde distintos puntos del país.
Todo se encamina hacia un tiempo muy esperado: el novenario en honor a la Virgen de Caacupé, que comenzará el 28 de noviembre. Durante esos nueve días, los fieles participarán de misas, oraciones y actos litúrgicos que preparan el espíritu para la gran fiesta del 8 de diciembre, día de la solemnidad mariana más importante del Paraguay.
En esas jornadas, Caacupé se transforma por completo. Las calles se llenan de cantos y plegarias. Las familias llegan con imágenes de la Virgen, flores y velas encendidas. Muchos peregrinan descalzos o cargan cruces como muestra de gratitud a la madre de los paraguayos. Todo el país parece latir al mismo ritmo: el de la fe, la unión y la esperanza.

