A unos 20 kilómetros del casco urbano de Valenzuela, la precariedad marcaba el día a día de la familia Servín. La vivienda en la que vivían apenas ofrecía refugio de los elementos y cada lluvia era sinónimo de miedo e incertidumbre. De hecho, parte del techo cayó tras el último temporal registrado.
Según relató Lucio Espínola, vecino de la zona, los vecinos tomaron conciencia de las circunstancias de los Servin cuando alguien tomó fotografías de la situación en la que vivían.
“Un vecino dijo: ‘¿Qué tal si le ayudamos a hacer una casa?’. Hicimos un grupo de WhatsApp y ahí otro ya dijo: ‘Yo tengo mil ladrillos huecos para donar, yo puedo llevar cemento’. De a poco se fueron sumando”, explicó.
En pocas horas, más de 300 personas de la comunidad, de ciudades aledañas y de Asunción empezaron a colaborar con materiales y mano de obra. La solidaridad floreció donde antes solo había abandono.
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Una nueva vivienda levantada con corazón
Gracias a esos aportes, los vecinos comenzaron a levantar una casa digna para don Alberto Servín, sus hijos y nietos. “La forma en que vivían tocó el corazón de todos. Era imposible mirar y no hacer nada”, expresó Espínola.
Aún así, la familia sigue careciendo de muchas cosas básicas, como una heladera, cocina y muebles esenciales.
Quienes deseen colaborar con la familia Servín pueden comunicarse al 0971 959 987.
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Autoridades ausentes
El caso expone la ausencia total de las autoridades locales y departamentales.
Espínola fue contundente: “(Los Servín) nunca recibieron ayuda porque no son votantes, y como viven muy lejos del centro de Valenzuela están olvidados por las autoridades”.
En pleno siglo XXI, en un país donde los discursos sobre asistencia social sobran, una familia debió depender únicamente de la solidaridad ciudadana para no seguir viviendo entre bolsas y cocos.
Los ciudadanos hicieron lo que el Estado no hizo. Y lo hicieron rápido, sin burocracia, sin promesas, sin calcular réditos políticos.
Mientras las autoridades miran hacia otro lado, la gente común hizo en días lo que el Estado no hizo en años.
Una comunidad que no deja caer a los suyos
Hoy don Alberto mira el proceso de la elaboración de su nueva casita con emoción y alivio.
La solidaridad de Ñú Guazú demostró que, cuando la gente se une, transforma vidas. Pero también dejó expuesto un reclamo que resuena cada vez más fuerte: hay demasiadas familias que siguen esperando que el Estado haga lo que le corresponde.
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