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Esta doctrina, que resurgió con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, nace en el siglo XIX, con la creencia de que los estadounidenses estaban destinados a expandirse por el continente norteamericano, llevando democracia, civilización y progreso, sobre la base de un nacionalismo económico y una narrativa de grandeza.
El término fue acuñado en 1845 por John L. O’Sullivan, quien lo utilizó en un artículo en el que defendía la anexión de Texas. O’Sullivan argumentaba que era el “destino manifiesto” de Estados Unidos expandirse.
Estados Unidos de América
Esta ideología, que se basaba en una combinación de nacionalismo, religiosidad y supremacía, empezó con la compra de Louisiana (1803), acuerdo con Francia, que duplicó el tamaño del país y sentó las bases para la expansión hacia el oeste.
La guerra México-Estados Unidos (1846-1848), terminó con la anexión de California, Arizona, Nuevo México y Texas. A finales del siglo XIX, y principios del XX, Estados Unidos, tras el Tratado de París, se hace también de Puerto Rico, Guam y Filipinas.
La fuerte expansión de Estados Unidos en el extranjero llevó incluso a que se propusieran nuevos nombres, como la Gran América, América Imperial o la Gran República. Sin embargo, Theodore Roosevelt, que asumió la presidencia después de la guerra contra España, fue el primer presidente en llamar a la nación durante su primer mensaje de gobierno como Estados Unidos de América.
Ya en el siglo XX, el país del norte tuvo también un papel especial en las guerras mundiales hasta conflictos en Corea, Vietnam, Irak, Afganistán, Ucrania, en la tarea de promover la libertad y la democracia.

Liderazgo global
Donald Trump ha sido un defensor de recuperar la grandeza y liderazgo de Estados Unidos como la nación más poderosa del planeta. Su retórica evoca un sentido de destino especial, a través de acciones concretas.
El 20 de enero, durante el discurso de toma de posesión de su segunda administración, la narrativa quedó marcada: “América reclamará su legítimo lugar como la nación más grande, más poderosa y más respetada de la tierra, inspirando el asombro y la admiración del mundo entero”.
La montaña rusa de los aranceles: guerra, drama e incertidumbre
Trump reinstaura o intensifica los aranceles a países como China, México, Canadá y la Unión Europea. El 7 de enero, desde el Despacho Oval, anunció que impondrá tasas a todos los países que tienen marcados aranceles a productos estadounidenses, los llamó aranceles recíprocos.
Esto podría terminar en una guerra comercial, que reduzca el flujo de bienes y servicios, aumentando los costos para los consumidores y las empresas.
Los efectos podrían sentirse en las cadenas de suministro, sobre todo las empresas globales que dependen de componentes fabricados en el extranjero podrían enfrentar interrupciones y mayores costos, lo que afectaría sectores como la tecnología, automotor, aviación y manufactura.
La respuesta a estas medidas iniciales ha sido inmediata y la guerra empezó. Los países afectados han iniciado con la suba de aranceles a los productos estadounidenses, lo que perjudicaría también a los exportadores de Estados Unidos.
Trump también ha promovido la independencia energética a través de la explotación de recursos como el petróleo y el gas natural. En los próximos meses, podría impulsar políticas para aumentar la producción nacional, lo que reduciría los precios de la energía a corto plazo pero podría tener impactos ambientales negativos.
Este aumento en la producción podría desplazar a otros exportadores de energía, como los países de la OPEP, lo que generaría tensiones en los mercados globales.
Relaciones con China, Rusia y la Unión Europea
Durante la primera administración, Trump inició una política de imponer restricciones a la tecnología china, sus empresas, productos y servicios. Para ese entonces, se desplegó una estrategia para frenar el crecimiento de Huawei como el corazón de la infraestructura de soporte para el despliegue del 5G en la región.
Esta política por reducir la dependencia económica de China podría continuar, lo que llevaría a un desacoplamiento parcial entre las dos economías más grandes del mundo.
En la reciente visita del vicepresidente JD Vance al Viejo Continente, la visión política, tecnológica, comercial, económica y de defensa de Estados Unidos de América quedó plasmada; en su discurso hizo alusión a la forma de gobernar de Europa que amenaza las libertades, no controla la migración e impone una regulación excesiva a la inteligencia artificial.
“La amenaza que más me preocupa con respecto a Europa no es Rusia, no es China, no es ningún otro actor externo. Lo que me preocupa es la amenaza desde dentro y el retroceso de Europa en algunos de sus valores más fundamentales, compartidos con Estados Unidos”, argumentó Vance en la conferencia de seguridad en Munich, Alemania.
En el encuentro quedó claro que el país del norte se desentendería de los recursos y protección en temas militares, obligándolos a fortalecer sus huestes militares, lo que promueve una inversión urgente en defensa, de la cual posiblemente obtenga beneficio económico Estados Unidos, al ser un importante proveedor mundial.

Impacto en América Latina
Las decisiones de Trump podrían tener un impacto significativo en América Latina, una región que históricamente ha estado bajo la influencia de Estados Unidos.
La puesta de aranceles a productos latinoamericanos o la renegociación de acuerdos comerciales, podría llevar a una reducción en las exportaciones.
Las políticas migratorias restrictivas afectarían los flujos de remesas, que son una fuente clave de ingresos para muchos países de la región y que marcan el PIB nacional en países como México, Guatemala y República Dominicana.
Un enfoque, en la autosuficiencia económica de Estados Unidos, podría reducir la inversión en América Latina, lo que afectaría el crecimiento de la región.
Por otra parte, la decisión de limitar la acción de la Agencia para el Desarrollo de los Estados Unidos (Usaid) impacta en la región, al eliminar o restringir los recursos disponibles que financian la operación de 5.800 programas.
El objetivo de la administración de Trump es ahorrar cerca de US$ 60.000 millones. Este programa financia el 60% de la asistencia de Estados Unidos al exterior en temas como protección, economía, sida, agricultura, salud, infraestructura, educación, entre otros.
La oportunidad de la unidad iberoamericana
Para el decano de Ciencias Empresariales de la Univesidad del Pacífico, Alfonso Algora, en este contexto de inestabilidad, la respuesta de Iberoamérica no debe ser la fragmentación ni la resignación, sino la unión.
“La región cuenta con una serie de elementos que le otorgan una identidad propia y diferenciada: una lengua común, raíces culturales compartidas, una historia interconectada y un modelo económico con grandes coincidencias”, comentó Algora para ABC Negocios.
En la región se han realizado varios intentos por gestionar una integración desde Prosur, ALBA, Unasur, Mercosur, Comunidad Andina, que no han logrado propiciar una unidad regional. Para Alfonso Algora, las razones pasan por desde la falta de consenso, las diferencias ideológicas y los constantes conflictos internos.
De acuerdo al experto español es un buen momento para replantear estos modelos y apostar por una integración más ambiciosa y realista, que incluya no solo a América Latina, sino también a España y Portugal como socios estratégicos.

El potencial de Iberoamérica como bloque
Según Alfonso Algora, al nivel económico, Iberoamérica tiene un enorme potencial para convertirse en una de las regiones más dinámicas del mundo por sus abundantes recursos naturales, desde el litio en Bolivia y Chile hasta el petróleo en Venezuela y Brasil, posicionándola como un actor clave en el suministro de insumos estratégicos. “Además, cuenta con una industria turística robusta, que podría beneficiarse aún más con una estrategia conjunta de promoción y desarrollo de infraestructuras”.
España ha sido una de las economías de Europa más exitosas por su crecimiento del PIB, alcanzó el 3,2%, gracias al repunte del consumo de los hogares, turismo, migración, superando a la media de la región. En el 2021 y 2022 el PIB superó el 6%.
Otro factor clave, según Alfonso Algora, es que los países iberoamericanos ofrecen una carga impositiva más baja en comparación con otras regiones, lo que podría ser un atractivo para la inversión extranjera si se logra garantizar estabilidad política y jurídica. “La creación de un mercado común, con regulaciones más armonizadas y menor burocracia, facilitaría los negocios y estimularía el comercio intrarregional”, comentó el consultor expañol.
La integración como una necesidad
Para Algora, decano y consultor empresarial, el mundo está entrando en una nueva fase de bloques geopolíticos; Europa refuerza su unión ante la crisis, Asia impulsa su desarrollo tecnológico y África busca consolidar su autonomía económica, e Iberoamérica no puede quedarse atrás.
De acuerdo a su visión, “la fragmentación y la falta de coordinación debilitan a la región frente a potencias como China, Estados Unidos o la propia Unión Europea. Por ello, considera que es momento de construir una integración pragmática, basada en intereses concretos y ventajas compartidas”.
“La unión de los países iberoamericanos no es solo una cuestión de afinidad cultural, sino una necesidad estratégica para asegurar su relevancia en el escenario global. El desafío está sobre la mesa. Es tiempo de Iberoamérica”, finalizó Algora.